jueves, 22 de noviembre de 2012

Cosas veredes, Sancho: cerrajería de competición


Un surfeo tortuoso por Internet terminó hoy por agregar un conocimiento trivial más a mi de por sí ya muy amplias alforjas.

El dato es que existe una actividad conocida como "ganzuado deportivo", que consiste en derrotar cerraduras de distintos niveles de sofisticación y complejidad por medio del intelecto, la habilidad y por supuesto un buen surtido de ganzúas de variados tipos y tamaños. La imagen de cerrajeros/deportistas compitiendo contrarreloj nos divierte, pero no puede ser más absurda que nuestras muy porteñas carreras de mozos, ¿verdad?

Hay que decir que los "ganzuadores" (así es el término en español) no son cerrajeros comunes. Son en realidad aficionados que abordan el problema de  vencer cerraduras complejas quizás con la intensidad y la fruición que puede experimentar un hacker en la arena digital, pero con el compromiso táctil de un técnico en explosivos.

Wikipedia me dice que el así llamado "locksport" es una disciplina reciente de origen europeo, aunque aficionados al arte del lock picking han existido en todas las épocas. Los miembros de asociaciones de locksport realizan competencias y concursos y tienen sus comunidades online donde comparten información sobre distintos tipos de herramientas y cerraduras.

Logo de la asociación alemana de ganzuado deportivo
La comparación con los hackers parece sostenerse en otros aspectos concretos. Uno de ellos son los certámenes anuales que comparten miembros de ambas comunidades. Los ganzuadores también son conscientes de una percepción popular que se enfoca en las aplicaciones prácticas menos benignas del hobby, y por eso no faltan credos y códigos de ética, o incluso invocaciones a los innegables beneficios ad-hoc que trae inevitablemente el estudio sesudo y sistemático de los sistemas mecánicos de seguridad al mejoramiento de los diseños en general.

Lo que me trajo a esta disciplina fue una sesión de navegación. Tras tocar distintos puertos, recalé en uno perteneciente a esa maravilla/revolución/sueño húmedo del entrepreneur casero que es Kickstarter. Allí, un joven ganzuador de Boston, desalentado por la rigidez de las ganzúas comerciales, decidió pedir un capital de u$s 6.000 para diseñar y vender su propia línea de herramientas personalizadas.

Schuyler, que así se llama el ganzuador de marras - y que es uno de los mejores del país, en sus propias palabras - creó un video muy claro y didáctico para acompañar su Kickstarter. Para los niveles más altos del plan, incluyó varios adicionales que van desde cientos de diseños de cerraduras hasta la posibilidad de clases personalizadas que cubran todo lo que el ganzuador (o por qué no, cerrajero) moderno debe saber.

Terminó recaudando u$s 85.000.

Llegué a ese Kickstarter y al mundo de los ganzuadores por una investigación sobre ficción interactiva (Interactive Fiction o IF) de la que el joven Schuyler resultó ser aficionado. Pero eso queda para otro post.

Recursos de Locksport:
Ganzuando.es, la comunidad de los ganzuadores en español
toool.nl, la organización abierta de lockpickers

jueves, 8 de noviembre de 2012

El presidente Mujica y el desarrollo sustentable


José "Pepe" Mujica en su chacrita de las afueras de Montevideo. Cultiva flores.
Dicen que destina el 90% de sus ingresos a fundaciones sociales.

No tengo intención de hablar de política en este blog, principalmente porque lo que mucha gente designa como política yo lo llamo otra cosa. He escuchado a quienes dicen que la política es todo: opino lo contrario. Sí pienso que suele ser un pretexto para apropiarse de cuestiones de otras disciplinas y aplicarlas como slogan a un objetivo determinado. Es por eso que en el mundo de la política es tan raro hallar expresiones de coherencia, sentido común o lisa y llana humanidad.

Cuando leo entonces el discurso que pronunció en julio de este año el presidente de Uruguay, Pepe Mujica, (el marco fue una cumbre para el desarrollo sustentable en Rio) me cuesta considerarlo un discurso político, por más que lo esté pronunciando una innegable figura política. Y por más que él mismo insista, y yo difiera, en que lo que está diciendo es una cuestión política. Es un discurso humano y que debería apelar a la reflexión de todo el mundo, pero pienso que no hay imposición o presión externa que pueda motivar ese tipo de reflexión fuera de los trances difíciles de la vida. Las inspiraciones, que no son impuestas, pueden ser un gran factor de transformación. Ambos casos se unen a la capacidad de observación e introspección que podamos desarrollar en nuestro fuero interno. Pienso que la política tiene poco que hacer a este nivel, y a lo sumo tendrá que aparecer más adelante cuando los cimientos no sean arena pura.

¿El discurso? Creo que es único. No es la primera vez que me sorprende este hombre. Pueden ver la transcripción haciendo clic en Ver Más.


Argo / Los gritos del silencio


Ben Affleck en "Argo"
Un amigo me recomienda Argo, la película sobre la crisis de rehenes que estalló en Irán a fines de los '70. Yo sólo había visto el poster con un protagonista barbudo y no sabía ni el género. Mi amigo la elogia principalmente por su equilibrio al exponer la responsabilidad de todos las partes en el contexto de la historia, cosa muy importante, ya que se trata de una recreación de hechos reales que todavía tienen impacto en el mundo de hoy.

No puedo hablar de Argo hasta que la vea. Es cierto que arrancamos con un punto negativo que es el rol protagónico de Ben Affleck; un actor soso y no muy expresivo que francamente nunca me convence, aunque no llega a las profundidades abisales de un Brad Pitt. Pero como director al menos le tengo más confianza después de Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2007), y esto unido a la recomendación aumenta las chances de que me aproxime con una mente más abierta.

Le comentaba en respuesta a mi amigo que me gustan los thrillers políticos cuando están bien hechos, y con esto último me refiero a que sean lo menos Hollywoodenses posible. Mi estándar dorado en el género sigue siendo Los gritos del silencio (The Killing Fields, 1984). Mi amigo titubeó; el título de la película le sonaba pero no la tenía presente. No es el único. Es una película bastante olvidada pese a que en 1985 se alzó con 3 Oscars y estuvo nominada a 4 más, entre ellos mejor película y mejor director (al menos perdió honrosamente frente al "tanque" de Amadeus). Recuerdo los trailers donde se mezclaban las escenas de combate con el Nessun Dorma de Pavarotti; una yuxtaposición de violencia y lírica que sería imitada continuamente desde entonces.


Sam Waterston y Haing S. Ngor en "The Killing Fields"
Los que hayan visto su segunda gran película, La Misión (The Mission, 1986), ya conocerán el estilo naturalista del director Roland Joffé (curiosamente, no hizo gran cosa después de este combo magistral de los '80, e incluso hace poco sacó una pieza de torture porn que las críticas coincidieron en calificar como execrable). El escenario de Los gritos del silencio es la guerra civil en Camboya a mediados de los '70. Sam Waterston (hoy se lo ve por TV en Law & Order) es un periodista del New York Times que está cubriendo la guerra en Phnom Penh junto a su colega e intérprete camboyano Dith Pran (interpretado por Haing S. Ngor). La acción transcurre en la víspera de la invasión del Khmer Rouge (los Jemeres Rojos), una organización marxista-leninista bajo el mando del líder Pol Pot. Con la ciudad ya prácticamente en manos de los revolucionarios, los distintos gobiernos extranjeros ordenan la evacuación de sus nacionales; el personaje de Waterston logra sacar a su familia pero él decide quedarse y buscar refugio en la embajada francesa junto a su equipo periodístico. Cuando la situación empeora, sin embargo, se ve obligado a aprovechar la última oportunidad de escapar del país, con la culpa de saber que al amigo camboyano que deja atrás le espera un destino muy distinto.

La película tiene dos partes bien claras. La primera narra la lucha por la supervivencia de los equipos internacionales en medio de un país devastado. Tiene escenas fuertes e inolvidables, aunque no en el sentido que le daríamos hoy post-Soldado Ryan y Braveheart. Los gritos del silencio no abunda en escenas de tiros o guerra sino que la violencia es en general más sugerida, y el clima está signado por la tensión y la seguridad de una catástrofe inminente. Como escribe Roger Ebert, "los mejores momentos son los de humanidad: las conversaciones, los intercambios de señales de confianza, las esperas, los temores repentinos, los súbitos brotes de violencia, la desesperación". En esta primera mitad se destacan John Malkovich y Julian Sands como miembros del equipo periodístico y las escenas dentro de la embajada, donde los nervios aumentan a la par que se deterioran los rasgos de civilización que quedan en pie.

La segunda parte es completamente distinta, y sigue la experiencia de Dith Pran durante los cuatro años que pasó en los campos de exterminio. La crónica fascinante de la "revolución cultural" del Khmer Rouge desde adentro va dando lugar a una atmósfera progresivamente surreal, a medida que las prácticas que siguen a la declamación de un "Año Cero" van eliminando todo vestigio del pasado. La purga incluye a todo civil que hubiera ejercido una profesión u oficio vinculado ligeramente a alguna actividad intelectual o a la "burguesía": médicos, estudiantes, profesores, periodistas. Pran oculta sus anteojos, finge que no sabe leer ni escribir y logra ser aceptado como sirviente de un funcionario; desde allí es testigo de los resultados de la ingeniería social que acompaña la reforma agraria y del desfile silencioso de campesinos que son llevados con regularidad al matadero.

Tal vez una de las escenas más escalofriantes de la película sea para mí aquella en que una niña enfrenta a Pran con ojos implacables e inquisidores, buscando una mínima chispa de inteligencia que le señale que está frente a un representante del antiguo orden. Hay algo más que el asesinato de potenciales disidentes en la aniquilación de la racionalidad y en la subversión del lenguaje. Los niños eran valorados por el Khmer Rouge por no tener la mente "corrupta" con valores considerados antirrevolucionarios; vestían uniformes y eran adiestrados y organizados en pequeñas milicias de delatores que escuchaban y observaban atentos. También tenían un rol activo en las ejecuciones y torturas. El cine nos ha dado varias simbiosis muy efectivas de niños y horror, cosa que explotan muy efectivamente también los japoneses con todos sus éxitos de J-Horror; pero para mí no se comparan con la forma en que esta niña logra erizar la piel durante unos segundos interminables. Tal vez por la comodidad con que algunos pensamientos de germen no muy disociado de estos momentos tan atroces se siguen moviendo hoy en nuestra comodidad urbana y a plena luz del día.

Eventualmente Pran logra escapar cruzando la selva, y en el camino se topa con las evidencias del exterminio. Una de las escenas icónicas y más irreales lo muestran cruzando un paisaje que podría ser lunar, pero con huesos en lugar de rocas: son algunos de los restos del millón y medio de niños y adultos camboyanos que fueron ejecutados en forma directa por el régimen y enterrados en los 340 "killing fields" repartidos por la región (se estima que otros 1-1,5 millones de camboyanos cayeron muertos por la hambruna y las enfermedades. La reforma incluía el culto a la autosuficiencia, y esto dejaba afuera a los medicamentos). Estas imágenes están acompañadas por música a veces inusual. La partitura de Mike Oldfield tiene sus detractores, pero yo pienso que el tratamiento poco convencional fue un acierto, subrayando aquello para lo cual no existen palabras, y de hecho es una de mis bandas de sonido predilectas.

El auténtico Dith Pran sobrevivió a la experiencia y fue él quien acuñó el término "killing fields". Tuvo que lamentar la muerte de 50 miembros de su familia. Hace poco (2008) falleció de cáncer de páncreas; lo recuerdo porque ocurrió unos pocos meses antes del deceso de Randy Pausch por el mismo motivo. El actor camboyano que interpretó a Pran, Haing S. Ngor, era también un sobreviviente, y tuvo también una historia triste. Su esposa murió al dar a luz en los campos de concentración, pese a que él era ginecólogo: practicarle la cesárea que necesitaba habría revelado su formación profesional. Al terminar la guerra, Ngor se mudó a Los Angeles y trabajó como reportero del New York Times. Ironías de la vida, en 1996 fue asesinado durante un asalto. Tenía 56 años. Pol Pot terminó viviendo más: murió en 1998.

Museo del Genocidio Camboyano
en Phnom Penh
Ngor es la estrella indiscutible de Los gritos del silencio. Una de esas actuaciones magistrales, que casi no son actuaciones: ultra sutil, empática, expresiva. Fue el primer actor asiático en ganar un Oscar por un rol de reparto. Pienso que la película mostró una gran audacia al dedicarle la mitad de su metraje a un desconocido actor camboyano, y la apuesta rindió con creces. Hoy no sería posible. No es un film perfecto, pero es uno de los grandes thrillers/dramas históricos realizados con un estilo de realismo que ya se ve muy poco; el descarnado, sin interferencias de falsa contrición o de correciones políticas que suenan más a guiño que a algo genuino. Ya veré cómo le va a Ben Affleck, tal vez ajustando expectativas en forma acorde.