jueves, 27 de noviembre de 2014

Netflixeando: Yo Soy (2011)

Cierta vez me encontraba en la sala de espera de un consultorio aguardando un turno que ya llevaba bastante retraso. Como esto era antes de los celulares y no tenía un libro encima, tuve que recurrir a la oferta disponible en el revistero, que consistía en una mezcla de revistas "del corazón" y de esas que se obsesionan con las vidas de las celebridades.

Asomándome así al mundo de los ricos y famosos, leí una nota donde se afirmaba que Julio Iglesias era dueño de varias propiedades repartidas por el mundo, todas ellas valuadas en pequeñas fortunas. Según el artículo, algunas de estas moradas internacionales apenas habían sido visitadas, mientras que en otras el cantante nunca había puesto un pie.

Recuerdo que la idea me produjo una cierta tristeza. Me imaginé aquellas mansiones inmóviles, esas decenas de habitaciones vacías empolvándose en silencio, alumbradas tal vez con la presencia del cuidador ocasional, pero sin oportunidad de cobijar alguna memoria pasional o siquiera algún fantasma modesto.

La noticia me produjo eso y, por supuesto, la misma perplejidad que aún hoy siento ante noticias similares, que tiene que ver con el eterno tema de la motivación. ¿Por qué? ¿Para qué?

Tom Shadyac es el nombre del director de varias comedias protagonizadas por Jim Carrey: Ace Ventura: Detective de Mascotas (Ace Ventura: Pet Detective, 1994), Mentiroso Mentiroso (Liar Liar, 1997), Todopoderoso (Bruce Almighty, 2003), entre otras. Y como él mismo cuenta en su documental semibiográfico Yo Soy (I Am, 2011), tras conocer el éxito en Hollywood comenzó a llevar un estilo de vida similar al de Iglesias.

Sus películas recaudaban millones. Iba de fiesta en fiesta y se codeaba con el jet-set de la industria del entretenimiento. Solía ir de "shopping", pero no en busca de ropa o juguetes caros, sino de casas lujosas. No se mencionan detalles más escabrosos, si los hubo, pero su existencia seguía en general el molde de las del resto de las estrellas terrenales, quienes suelen cumplir puntillosamente aquel mandato implícito que indica que, cuanto más grande es la mochila, más hay que llenarla.

Pocos años después, sin embargo, llegaría para Shadyac un momento bisagra. Se hallaba solo en el vestíbulo del nuevo palacete que acababa de comprar, todavía entre los bultos que había dejado el camión de la mudanza, cuando se percató de algo muy simple, pero también muy inquietante.

Descubrió que no se sentía feliz.

En rigor, el momento bisagra había ocurrido antes, en 2007, cuando un accidente de ciclismo lo había enviado al hospital con una conmoción cerebral, hipersensibilizado, postrado y con pronóstico incierto. Tras meses de infierno, eventualmente Shadyac se enfrentó a la realidad y la inmediatez de la muerte. Y de pronto, un día, los síntomas comenzaron a ceder. Pero así como cuando se repliega la marea la arena que queda ya no es la misma, el exitoso y despreocupado director de Hollywood ya había cambiado.

La experiencia pareció apartar un velo intuido pero ignorado, y también disparó un par de preguntas que hasta entonces habían quedado sumergidas en las piscinas de las bacanales californianas y ahora apremiaban por algún motivo. En particular:

¿Cuánto es demasiado?

O también, ¿cómo se relaciona la pulsión de poseer con la de aventajar y diferenciarnos del resto? Es decir: ¿cómo se relaciona la pulsión del consumo con la construcción de una identidad individual?

Shadyac analiza brevemente estas preguntas, conectándolas con la ubicuidad de la competencia y la constante búsqueda del éxito o el reconocimiento en todos los planos, pero enseguida las deja en el aire y arremete con la cuestión central que lo desvela:

¿Cómo se arregla el mundo?

La parte más extensa del documental se dedica a encontrar una respuesta convincente a esta pregunta. Para ello, el director recurre a varias personalidades de la ciencia, la literatura y la intelectualidad, quienes en un marco descontracturado e intimista (no puede faltar el humor, especialmente la parte en que tipos como Noam Chomsky deben responder si han visto Ace Ventura), van delineando la tesis: la respuesta a la supervivencia de nuestra especie está en nuestra capacidad innata para la colaboración y la empatía.

Los argumentos presentados van desde la poesía a la psicología y la biología. En una ecléctica sucesión de imágenes y conceptos, veloces pero prolijamente editados, desfilan Rumi, Einstein y el Dalai Lama. Todos ellos señalan la necesidad de rescatar la esencial función social humana de ese grillete individualista que confina a la especie, sobre todo desde la visión de las ciencias duras, a una competencia feroz por la supremacía gobernada por nuestros mismos genes y, por lo tanto, inevitable.

Tom Shadyac entrevistando a Desmond Tutu, figura del anti-apartheid.
"¿Ha visto 'Ace Ventura'?"
No todo me impresiona como convincente en este compost heterogéneo de ideas y buenas voluntades que, tal vez por su ecumenismo, a veces parecen ir en distintas direcciones sin mucha estructura. El foco está puesto mayoritariamente en las ciencias mainstream, las blandas y las duras, aunque hay algunas (pocas) referencias a la cuántica, y un reconocimiento a la vertiente más "fringe" que encarnan el Instituto de Ciencias Noéticas y el Instituto HeartMath. Pero aunque el tratamiento puede ser light, el documental no se ocupa de misticismo ni de conciencia universal, y Dios no aparece por ningún lado.

De hecho, en el tercer acto la película parece apoyarse en el rescate de nuestros "better angels", al decir de Steven Pinker, subrayando el valor del activismo pacífico mediante figuras más convencionales y concretas como Martin Luther King, Gandhi y el hombre de Tiananmen. Pero si la respuesta a los males del mundo decepciona un poco por lo simplista o trillada, la película preserva una veta mucho más rica que merece destacarse. Porque no olvida la pregunta inicial de Shadyac, la que lo empujó en definitiva a ampliar sus miras y a considerar a la humanidad en su conjunto.

¿Cuánto es demasiado?

¿Por qué volvemos a esto, por qué vuelve Shadyac? Parecería más importante lo otro, ver cómo se arregla el mundo, buscar una teoría unificada que explique todos los males de la humanidad como derivados de un rasgo o factor. ¿No sería maravilloso? Si pudiéramos identificar ese maldito interruptor, sólo restaría aprender cómo activarlo.

Y todos podemos ensayar respuestas, que aunque puedan ser coincidentes, contrapuestas o mixtas, casi con seguridad involucrarán cambios que deberán realizar esa vaga mezcla de estereotipos, atajos y prejuicios a medio cocinar que llamamos "los demás" y que, por tanto, están fuera de nuestro control.

Hay una razón, pienso, para que Shadyac haga hincapié ese momento crucial en que pudo verse "desde afuera" como actor en una comedia con un guión preestablecido de la que, paradójicamente, él no era el director.

El descubrimiento de que uno no está en control suele ser devastador. Puede dar por tierra con una vida entera. Quizá por eso muchos reaccionan aferrándose aún más a su solución o modelo, y terminan convenciéndose de que los cambios deben imponerse en forma mecánica, es decir por la fuerza. Más allá de esta frontera nos espera el laberinto de las locuras revolucionarias, el fundamentalismo religioso, los regímenes totalitarios y las masacres étnicas. Afortunadamente Shadyac no sugiere avanzar por ahí.

De hecho, lo notable es cuán cerca de casa elige quedarse. Sobre el final del documental, nos cuenta un poco más de su vida actual y del progreso de su nuevo camino, y es allí donde se puede ver hasta qué profundidad caló ese desplazamiento de percepción. Vendió su mansión de Los Angeles y el grueso de sus posesiones, abrió un hogar para homeless y se mudó a un barrio de casas rodantes. Desde allí planeó esta película y un libro sobre sus experiencias en la nueva senda.

Imagino que el hombre aún así tiene para vivir cómodamente el resto de sus días, pero este nunca fue, para mí, el punto, ni los ricos son el problema real. La claridad que le permitió a Shadyac una crisis inesperada también le permitió hacer lo que muy pocos en su posición harían, o siquiera considerarían: cambiar su propio estilo de vida. En mi opinión, el hecho de tener una cuenta bancaria abultada lo hace incluso más raro y admirable.

En última instancia, el trabajo de Shadyac elude los devaneos teóricos y los sermones, toma la punta del ovillo, y ofrece una respuesta pragmática. Puede que éste sea su mayor valor. Es un documental ligero y a la vez extraordinario, que entiende que las preguntas "¿cuánto es demasiado?" y "¿cómo se arregla el mundo?" están sutil pero inextricablemente ligadas.



martes, 30 de septiembre de 2014

Biró recargado


La pelirroja de arriba es una modelo rusa.

Bonita, ¿verdad?

Pero tal vez algunos hayan notado algo particular en la imagen. Se trata, de hecho, de una ilustración. La que sigue es la fotografía original:

Foto: Kristina Tararina

A buscar las diferencias. Tengo cierta debilidad por el realismo (en aquel libro de pinturas de Tolkien que extravié y añoro, mis favoritas eran las de Ted Nasmith), pero en este caso hay una vuelta de tuerca sorprendente, que tiene que ver con la técnica utilizada por el autor.

Biromes.

Sí, biromes, bolígrafos, biromes lisas, llanas, cotidianas, biromes BIC, por más señas. Concretamente, biromes en ocho colores (amarillo, naranja, magenta, verde claro, celeste, azul, rosa y púrpura) + negro.

El artista se llama Samuel Silva, un portugués de 30 años. La misma cantidad de horas invirtió en el retrato de la modelo, creado trazo a trazo. Para resolver los colores intermedios, utilizó una técnica de sombreado conocida como crosshatching, que logra engañar el ojo mediante la combinación aditiva de líneas –en forma similar a los semitonos de los periódicos– y resulta en la exhuberancia cromática que se puede apreciar a simple vista. Todo con 8 BICs.

Las creaciones de Silva llamaron la atención cuando aparecieron en el popular sitio DeviantArt, y rápidamente recorrieron el mundo. Silva vive en el Reino Unido, es abogado, y realiza sus increíbles ilustraciones como hobby.

Tigre realizado en birome, tamaño aprox. A4.
Fuente: http://vianaarts.deviantart.com/art/Tiger-Bic-Ballpoint-Pen-287179252

El saber popular señala a la birome como un invento argentino. Esto es verdad sólo si consideramos dónde se comenzaron a fabricar los primeros bolígrafos. El inventor de la birome no era argentino sino un húngaro llamado László Bíró, quien se radicó en la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial y se quedó aquí hasta su muerte en 1985.

"Birome" era el nombre comercial del producto lanzado en 1943 (un apócope entre el apellido de su creador y el de su socio, Juan Jorge Meyne), aunque en aquel entonces, antes de convertirse en una de las más famosas marcas vulgarizadas de nuestro país, se la conocía como esferográfica.

En el mismo año Biró vendió una licencia a la compañía estadounidense Eversharp. Más pedidos y problemas de patentes con los norteamericanos resultaron en la creación de una heredera famosa, la Paper Mate. La BIC, por otro lado, le debe su nombre a Marcel Bich, un francés que adquirió la licencia de Biró en 1950 y se puso a producir sus propias biromes con tecnología suiza. Aquellos modernos bolígrafos BIC son los mismos que hoy se pueden adquirir en cualquier papelería.

Biró, entretanto, tuvo problemas financieros y terminó trabajando como socio en una firma que producía una nueva versión de su propio invento. La marca era Sylvapen, nombre que me imagino traerá recuerdos instantáneos entre los lectores de cierta edad.


Más increíbles dibujos de Samuel Silva en su página de DeviantArt.




jueves, 21 de agosto de 2014

Elizabeth Gilbert y la (mala) costumbre de no pedir




(Traducción del artículo The First Step to Long-Lasting Happiness publicado originalmente en http://www.oprah.com/spirit/How-to-Be-Happier-Elizabeth-Gilbert)


Una mañana de 1993, entré en las oficinas de una famosa revista neoyorquina para solicitar trabajo como escritora. No había concertado una cita, no contaba con experiencia previa, y no tenía ni un solo artículo publicado a mi nombre. Pero había experimentado una revelación: que nadie iba a llamar nunca a mi puerta diciendo "Nos informaron que aquí vive una escritora talentosa y queremos ayudarla con su profesión". No. Yo era la que tendría que salir a llamar a puertas ajenas.

Así que eso hice. Simplemente entré directamente de la calle y pedí que me contrataran como periodista. ¿Y adivinen qué? ¡No funcionó! (Por supuesto que no funcionó... no eran tontos, y yo no tenía ninguna cualificación; ¿cómo creen que funciona el mundo, gente?). A pesar de eso, todavía recuerdo ese momento como uno de los más importantes de mi vida, porque ciertamente fue el más audaz. Cuando volví a casa ese día, seguía sin un peso y sin reconocimiento alguno, pero al menos sabía que era valiente. No tendría que sufrir la angustia de saber que no lo había intentado.

Hace casi 800 años, el poeta-místico persa Rumi escribió: "Debes pedir aquello que realmente quieres obtener". Él veía el acto de pedir como un deber sagrado, y creo que tenía razón. No porque tus deseos te serán concedidos en forma automática (eso no ocurrirá), sino porque el mero hecho de decir en voz alta "Esto es quien soy y por lo que he venido" parece despertar una poderosa fuerza interna. Al articular tu deseo, estás anunciando que tus intenciones de concretar el próximo gran evento en tu vida son absolutamente serias.

El obstáculo, por supuesto, es que pedir aquello que realmente quieres –sea un trabajo como escritor/a o un descuento en los neumáticos de tu auto– puede ser difícil. Especialmente para las mujeres. En primer lugar, debes saber exactamente lo que quieres, lo cual puede ser un problema si fuiste educada para complacer a otros. En segundo lugar, debes estar convencida de que eso que quieres vale la pena; de nuevo, una tarea complicada para aquellas mujeres que han recibido una capacitación extensa en las oscuras artes del menosprecio personal. En tercer lugar, debes enfrentar la posibilidad del rechazo. Esa es la peor parte. A las mujeres no nos gusta que nos rechacen (ya tenemos bastante de eso en nuestras vidas personales), así que, como abogados en un juicio, solemos hacer sólo aquellas preguntas para las cuales ya conocemos las respuestas. Es decir: cero riesgo. Lo que a su vez quiere decir: cero recompensa.

Lo divertido del caso es que el rechazo no es realmente tan malo. Esto es algo que pienso que los hombres siempre han comprendido: que un fracaso glorioso puede ser a veces más gratificante en la vida que un éxito prudente. Esta es la razón por la que los hombres están siempre pidiendo cosas que pueden no merecer, o que no están totalmente preparados para manejar. Tampoco digo esto como un insulto a los hombres, de hecho me gustaría que más mujeres hicieran lo mismo. Porque a veces obtienes un sí, e incluso si no estabas preparada para ese sí, te pones a la altura. No estás lista, y de pronto lo estás. Es irracional, pero es mágico.

No puedo decirte exactamente cómo pedir las cosas. No es mi área de conocimiento, y hay demasiadas variables a tener en cuenta. A veces debes ser gentil y encantadora; otras veces tienes que ser descarada e intrépida. Pero en términos generales, es una fórmula sorprendentemente simple: no des más vueltas y pídelo. Porque el hecho esencial es que pedir es la mejor forma –la única forma, en realidad– de obtener lo que quieres.


Via | Oprah.com


miércoles, 30 de julio de 2014

Harry Dean Stanton y la nada



Harry Dean Stanton es uno de esos actores que no convocan exactamente multitudes ni abultan taquillas por sí mismos. Pero también es de esos que suelen aportar categoría automática a una película con su sola presencia. No importa si se trata de bodrios clase B, ni cuán importante sea el rol que les toca jugar. Stanton tiende a marcar una impresión tan indeleble como sus aparentemente eternas arrugas.

Siempre me lo confundo con su contraparte británica en varios sentidos, John Hurt. Quizá sea que ambos comparten esa mezcla poco usual de talento perdurable y look cotidiano, transitado, o "weather beaten", como dicen por ahí. O porque ambos fueron parte de ese fogonazo irrepetible que fue Alien (1979), donde pudieron brillar en su papel de trabajadores mundanos transportados a una pesadilla futurista. Un guante de seda para el aire de Hombre Común que destilan ambos en la pantalla con una facilidad que engaña.

Volviendo a Harry Dean Stanton, que ya tiene 88 años. La famosa revista estadounidense Esquire lo entrevistó en 2008 y produjo un artículo inusual que se limita a enumerar una serie de reflexiones del actor. Astutamente se nos oculta el hilo conductor que las motivó, aunque no debe ser muy difícil de reconstruir. Tal vez el periodista sintió que toda pregunta era superflua; tal vez supuso que las frases lo decían todo.

Lo cierto es que Stanton demuestra estar a la altura de su estatus de culto y de su propio rostro curtido. Sus comentarios reflejan varios viajes internos.

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(Extracto)

Iglesias. Católicos. Judíos. Cristianos. Protestantes. Mormones. Musulmanes. Cienciólogos. Todos ellos son macrocosmos del ego. Cuando el hombre empezó a pensar que era una persona separada, con un alma separada, creó una situación violenta.

Todos quieren una respuesta. Creo que fue Gertrude Stein quien escribió: "No hay una respuesta, nunca hubo una respuesta, nunca habrá una respuesta. Esa es la respuesta". Es difícil de tragar, pero es la verdad última.

Estábamos haciendo la película A través del huracán (Ride in the Whirlwind, 1966) y Jack vino y me dijo "Harry, tengo este personaje para ti. Su nombre es Blind Dick Reilly y es el líder de la pandilla. Tiene un parche en el ojo y usa un bombín". Y después me dijo: "Pero no quiero que hagas nada. Deja que sea el vestuario del personaje el que actúe". Quiso decir: sólo actúa como tú mismo. Hago las cosas así desde entonces.

La percepción directa es su propia acción.

No sabes lo que vas a decir o pensar dentro de diez segundos. ¿Quién está al mando, entonces?

Yo también me gano la vida haciendo preguntas. Al actuar, haces preguntas.

No hay una respuesta a la pregunta de qué era lo que convertía a Paul Newman en un gran actor.

No, no tengo curiosidad sobre nada. Simplemente dejo que todo suceda.

No hay una respuesta para la existencia del estado de Kentucky. Nuevamente, estás buscando una respuesta y no hay ninguna.

Sólo me alimento para poder fumar y mantenerme vivo.

Los Diez Mandamientos. ¿Qué es eso? Eso es lo que hacen en el Ejército, darte órdenes. ¿"No matarás"? E inmediatamente nos dedicamos a matarnos; en masa.

La mayoría de la gente no habla de ello, a medida que envejece. Pero el impulso sexual cede. Ya no te motiva.

Me encantaría conocer a Gandhi. Y a Cristo. Estoy seguro de que sería un tipo interesante. Y muy distinto de lo que piensa mucha gente.

El vacío, la nada, son conceptos aterradores para la mayoría de las personas en este planeta. Yo mismo a veces sufro ataques de ansiedad. Conozco el miedo a ese vacío. Debes aprender a morir antes de morir. Te rindes, te abandonas al vacío, a la nada.

Ah sí, con Marlon hablábamos todo el tiempo de estas cosas. Una vez, por teléfono, me preguntó: "¿Qué piensas de mí?" Y yo le dije: "Creo que no eres nada". Y él "¡JAJAJA!"

¿Si hay una manera interesante de morir? ¿A quién mierda le importa? Ya estás muerto de todas formas.

Lo único que me da miedo es no saber cuánto tiempo va a continuar la consciencia después de que el cuerpo muera. Sólo espero no encontrar nada. Como era todo antes de que naciera.

¿Has entrevistado a alguien más que hable de estas cosas?

Espera, tengo que atender esta llamada. "Hey, hermano. Sí, fantástico. Sí, me está entrevistando un tipo de Esquire. Estamos hablando sobre nada. A esta altura ya lo tengo bastante empapado en nada. Ha dejado de hacerme preguntas".

Entrevista de Cal Fussman



Via | Esquire


viernes, 18 de julio de 2014

Música de viernes: So geh'n die Gauchos




Atrás ha quedado un nuevo mundial de fútbol, y tengo que decir que estuvo entre los más entretenidos que recuerde. Muchas sorpresas, gran despliegue de habilidad en el campo, muchos momentos de tensión notable y definiciones de último minuto, y algunos resultados absolutamente shockeantes, con grandes potencias eliminadas de inmediato y equipos menores con sed de victoria; todos fueron elementos de una copa memorable que siguió cumpliendo y ofreciendo emoción hasta el partido final.

Otra cosa es cómo se vivió desde este rincón del mundo, y ahí aparecen las figuritas de siempre, que no por ser repetidas son más felices. El entusiasta básico local (i.e., no el fanático) tuvo que tolerar el show biz acostumbrado, hoy con la venia de haberse convertido en prioridad de Estado. Fue un mes ininterrumpido de parafernalia chauvinista, práctica sistemática de argumenta ad populum y pensamiento mágico y celebración desembozada de valores tribales, todo desfilando sin parar, 24/7 y con el dial clavado en "11" por cuanto medio de comunicación ha sido creado por la criatura humana, que hoy son muchos.

Ahí estaban Gillette y Claro en cada pausa de Youtube, apuntalando con voz cálida y cortina musical de crescendo épico las escenas en cámara lenta de fans en pleno rapto de euforia y/o llanto desconsolado, o de chiquitos agitando banderas -siempre una imagen conmovedora-, y explicándonos cómo el fútbol, entre otras sorprendentes cualidades terapéuticas, nos hace "mejores argentinos". Una afirmación un tanto extraña, pero cuando uno está inmerso en plena coprofagia acrítica inducida por marcas y corporaciones millonarias, ¿quién va a detenerse en mezquindades semánticas?

Además pasa en todo el mundo. Hasta aquí, eso.

Pero tal vez el residuo más tangible de este bombardeo incansable haya sido una cancioncita insidiosa dirigida a nuestros vecinos brasileros, que nació aparentemente como uno de esos salmos de cancha con melodía pop prestada y que terminó saltando a una fama fulminante. Empezó a salir hasta en la sopa Knorr. La cantaban chicos y gente grande, por poner un adjetivo. Y se hizo tan y tan popular que se convirtió en desafortunado himno de la copa 2014. Tanto fue así que hasta los granaderos se le animaron, por si los creativos de las agencias y los otros "creativos" detrás del pibe que nunca ganó un Mundial y su abuelo pornográfico no hubieran reforzado lo suficiente esa idea de patria=fútbol como lubricante, siempre increíblemente efectivo, para vender productos caros o ideas baratas.

Pero la suerte del cántico lo selló, por sobre todas las cosas, el ingrediente infaltable de tantas de nuestras producciones populares: la viveza criolla y la gastada. Una inocentada no habría pasado a mayores. Fue ese rasgo que nos hace tan adorables y, sobre todo, tan confiables cuando se trata de golpearse el pecho por el motivo que fuere, mucho más representativo que los paños coloreados. Ese rasgo que se brinda con tanta generosidad en un sentido unidireccional, pero que se rechaza con desprecio e ira cuando algún insolente pretende una devolución. ¿Qué quieren, loco? Hay que ser buenos en algo.

Los muchachos respondieron al llamado del mantra con presteza inusual, y en esa sí que le doy la razón a las hagiografías futboleras que destacan los beneficios para la unión del clan: ancianos y niñitos, vírgenes futbolísticos o barrabravas, oficialistas y opositores, se prendieron absolutamente todos.

Convendrá tal vez marcar posición. Para mí, aún entendiendo y aceptando de buena gana esta dramatización moderna, aún alentando a los 11 gladiadores que hoy pelean con pelota frente a nuestro coliseo virtual y agradeciendo -en el fuero íntimo- que estas cosas no se resuelvan ya sanguinariamente en la arena, el mayor gozo es descubrir que todo sigue siendo un juego. Por eso el deleite de las anécdotas que nos traen a tierra como, por ejemplo, enterarme de que Klose y Biglia, lejos del drama y la batalla, juegan tenis juntos todas las semanas. Por contrapunto, las líneas que dividen la realidad de la ficción y que inevitablemente se difuminarán frente al cóctel de pasiones e intereses económicos me generan una serie de cosas que van desde el desagrado al pavor, según se van revelando las distintas implicancias.

¿Qué pasa con la música, entonces? Pues que el popularísimo cantito de marras, como puntualmente reportaron los medios, se apropió de la melodía de ese temazo de Creedence, Bad Moon Rising. Y aunque el recuerdo de su versión futbolera me persiga ya de por vida, me parece que lo divertido, sobre todo en retrospectiva y viendo cómo terminó el Mundial, habría sido que alguno de sus cultores locales se hubiera detenido a examinar la letra del tema original, que terminó pisoteada bajo la xenofobia soft y de cabotaje; porque tal vez ese fan atento habría podido advertir una cualidad premonitoria detrás del tono apocalíptico. Che paren, ¿alguien entiende de qué habla? ¿No leyeron la quinta estrofa?

Hubiera estado bueno. Porque inevitablemente llegó el tiempo de la schadenfraude.

Unos días después de la derrota final, se armó un escandalete cuando un grupo de teutones demostró una insolencia doble: nos gastaron después de habernos ganado. Inaceptable. Eso no lo pueden hacer. Acá la gastada arranca desde mucho antes de ganar o siquiera competir; y se intensifica cuanto más sufre el rival a manos de otros. No sólo eso; participan políticos, jugadores, granaderos, medios grandes y pequeños, multitudes autoconvocadas. La gastada con nosotros es distinta, porque nos define. Es una expresión más de esa pasión de la que hablan las publicidades que tanta plata invierten para justamente definirnos.


(Paréntesis para una brillante escena de Community que en apenas 18 segundos recorre algunos de los clichés que los publicistas argentinos abrazan sin ironías a la vista).

Por eso el privilegio es unidireccional y nuestro. A nadie acá se le ocurriría aguar la fiesta con alguna mención de escrúpulos, prudencia, modales o tonterías por el estilo a lá Der Spiegel. ¿Cómo se va a poner la prensa en contra? Sería como tirarse contra el dulce de leche. Contra la pasión, el alma, la garra, etc. Y definitivamente no sería amar a Argentina o a la bandera. Sería, más bien, como que todo lo contrario.

Así planteado el asunto, es lógico que surjan defensores a la altura. Y no hablo de Garay, o Rojo. Como para dejar en claro la gravedad de la infracción, un famoso relator recientemente galardonado por su labor periodística respondió al agravio tildando a los insolentes, lisa y llanamente, de nazis. Así, se responde al límite cruzado con munición de igual tenor. No hay que ir con chiquitas cuando se jode con el fútbol, o lo que es lo mismo, la patria.

En suma, es muy posible que el fútbol, como dice Gillette, nos haga mejores argentinos. El tema es si nos hace mejores personas. Ahí el jurado todavía no volvió al recinto, pero cualquiera sea el veredicto seguro que el Mundial no tiene la culpa.


Bad Moon Rising
John C. Fogerty

I see the bad moon arising.
I see trouble on the way.
I see earthquakes and lightnin'.
I see those bad times today.

Don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.

I hear hurricanes a blowing.
I know the end is coming soon.
I fear rivers over flowing.
I hear the voice of rage and ruin.

Well don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.

Hope you got your things together.
Hope you are quite prepared to die.
Looks like we're in for nasty weather.
One eye is taken for an eye.

Well don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.

Don't come around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.




viernes, 13 de junio de 2014

La vida según Zen Pencils

Un día de fines de 2011, el australiano Gavin Aung Than hizo un balance de su existencia y descubrió que ya se había aburrido lo suficiente con su carrera profesional como diseñador gráfico. Pocos meses antes de cumplir 30 años, hizo lo que le pareció más sensato: abandonar la estabilidad que le otorgaba su trabajo para dedicarse a lo que más le gustaba en el mundo, que era dibujar historietas. El resultado de esa decisión es el sitio Zen Pencils.

Zen Pencils no es un sitio de webcomics típico. Than dibuja páginas individuales que adaptan, recrean e ilustran frases, canciones, obras o experiencias de personas reales que por algún motivo lo inspiraron, o que marcaron su vida -y el mundo- de alguna forma. Por sus trazos pasan muchas personalidades que se han destacado en distintas ramas de las innumerables actividades humanas: arte, ciencia, política, industria, filosofía.

El denominador común de todas las historietas es que mueven a la reflexión y en general desde una perspectiva positiva, sin eludir la tragedia, o mejor dicho, utilizándola como trampolín para ese saldo esperanzador. De yapa, todas ellas funcionan perfectamente como degustación introductoria de pensamientos y obras que tal vez nos estaban pasando por el costado, invisibles e ignoradas.

A modo de muestra de las más de 100 adaptaciones que se pueden disfrutar en el sitio web de Zen Pencils, va esta pieza dedicada a Alan Watts y a una exhortación que, me imagino, el artista habrá tenido muy en cuenta.



Nota: el video con las palabras de Watts al que apuntaba el enlace del sitio fue removido de Youtube. Esta versión tiene subtítulos en español.


Via | Zen Pencils

viernes, 6 de junio de 2014

Música de viernes: sólo para replicantes




Hace unos días hablábamos tangencialmente y no tanto de Blade Runner, así que me pareció adecuado darle continuidad al tema para este viernes musical, sobre todo porque muchos argentinos tenemos una relación especial con la música que compuso Vangelis para la película.

La historia de esta banda de sonido es algo extraña. Pese a que los fans la venían esperando desde 1982, no hubo ediciones oficiales en el circuito comercial hasta 1994. Para ese entonces, de todos modos, la figurita difícil ya había aparecido. En 1989 se editó el álbum-antología Themes, en el que se asomaba, casi con timidez y con un título tan apático como modesto, End Titles from Blade Runner.

Tal vez sea la afición argentina por ese tema en particular lo que hizo que Themes alcanzara el doble platino en nuestro país. El motivo de dicha afición, sin embargo, era absolutamente extra-fílmico.

Es que el End titles (o mejor dicho, la versión no oficial del tema recreada por la New American Orchestra) era la cortina musical de un clásico de la televisión local, Fútbol de Primera, dedicado al deporte de marras. La popularidad del programa conducido por Enrique Macaya Márquez hizo que la pieza, de ritmo enérgico y tambores implacables (hoy los péndex dirían "épicos"), pegara fuerte entre la audiencia y también –la magia de contar con apenas un puñado de canales disponibles– entre quienes miramos al fútbol con el interés que le dispensamos cotidianamente a nuestra flora intestinal.




Fue Fútbol de Primera el que hizo que la melodía de Vangelis sea hoy reconocible en forma instantánea para los que acumulamos algunas vueltas alrededor del sol, incluso para aquellos que jamás han oído hablar de Ridley Scott, Philip K. Dick o del mismo Vangelis. Pero con todo lo simpático de la anécdota, no es este el track que me interesa destacar de la banda de sonido.

Sucede que para fines de los '70 Evangelos Odysseas Papathanassiou había encarnado el éxito popular/comercial de lo que podemos llamar el sonido espacial, o spacey, a fuerza de experimentar con sintetizadores, ecos y melodías que muchas veces perforaban las fronteras de lo simplemente melancólico para entrar en mundos propios. Permítaseme el cliché de describir a Vangelis como un pintor de ondas sonoras que usaba el synth como pincel para plasmar paisajes hasta entonces arcanos para la criatura humana... y profunda, extrañamente inquietantes.

No es casual que Heaven and Hell haya sido parte indivisible de Cosmos, acompañando a las pinturas de Jon Lomberg. Es música que parece haber sido creada específicamente para subrayar las sensaciones, no necesariamente cómodas, que a uno lo asaltan cuando observa más allá de las estrellas.

La Vía Láctea según Jon Lomberg

Tanto la mencionada Heaven and Hell, como Alpha, o como La Petite Fille de la Mer (compuesta para un documental de animales) parecen describir un espacio grandioso, pero también desolado; un universo habitado por un conjunto de cuerpos celestes impávidos y mecánicos donde lo que llamamos condición humana demuestra ser un accidente en lugar de la norma, como descubre El Principito en su búsqueda galáctica en pos de un sentir genuino.

Vangelis fue una elección interesante para Blade Runner, aunque no sé si llamarla enteramente exitosa. Quizás Scott buscaba justamente esa sinestesia para que articulara bien con el tono existencialista-trágico de la historia. Siempre pensé, de todos modos, que la tan querida End Titles desentonaba un poco en el contexto.

No es el caso de Rachel's Song. Para empezar, es parte de la banda de sonido pero no aparece en la película. Y es que aquí está el Vangelis melancólico por excelencia, pintando valles sombríos y picos recortados contra un cielo negro sobre un tic-tac de fondo sólo para revelar, al final, que todo es una maqueta.



miércoles, 21 de mayo de 2014

El samurai que reencarnó en un cangrejo


Es una mañana fría, húmeda y oscura la que cruzamos con Santi 13.7 mientras lo acompaño al subte que lo llevará al colegio. En el camino, me comenta que pronto tendrán evaluación de Ciencias Naturales y me pide que le explique un poco el concepto de selección artificial.

Como un gato que hubiera estado esperando agazapado el momento justo, con esa especie de alegría -¡por fin!- que sigue a todo aquello que encuentra la oportunidad indicada para transmitirse, en mi mente salta, instantáneo, el recuerdo que se conserva más vívido entre todo el acervo acumulado en los últimos 30 años; aquel que se refiere a la leyenda japonesa de los guerreros Heike y de los cangrejos que hoy llevan su nombre, ese recuerdo que adquirí a una edad impresionable y no muy lejana de la de mi hijo hoy, grabado a fuego mientras miraba en la TV una serie extraña y extrañamente maravillosa conducida por alguien llamado Carl Sagan.

El crustáceo en cuestión, conocido como cangrejo samurai, Heikegani o Heike, exhibe en su caparazón unas molduras que se asemejan mucho a los rasgos estilizados de un samurai enfurecido. ¿Cómo es posible, se preguntaba Sagan, que ese rostro tan reconocible hubiera llegado allí por sí mismo, sin intervención humana? Como respuesta, él apuntaba en efecto a la intervención humana, pero indirecta. La hipótesis es que los pescadores japoneses de hace unos siglos creían reconocer en estos animales al espíritu de los ancestrales guerreros Heike, y por lo tanto devolvían al mar los ejemplares que capturaban en lugar de consumirlos como al resto. El trabajo a partir de ese punto quedaba a cargo de las fuerzas naturales de la herencia, pero sólo tras esa preselección no premeditada.

Aunque personalmente la encuentre encantadora, me consta que esta explicación sobre la supervivencia del cangrejo Heike es, por supuesto, muy discutible y discutida. Pero no es el punto. Sea o no factual el mecanismo descrito, se trate o no de un caso más de simple pareidolia, la leyenda del cangrejo y su influencia en las actividades humanas posteriores sigue siendo una ilustración poderosa del principio de selección artificial, y del refinamiento que encara la naturaleza por sí sola cuando cuenta con tiempo para trabajar a sus anchas. Si los resultados de este trabajo nos parecen tantas veces inexplicables, hay que considerar que nuestra capacidad de aprehender las escalas de tiempo apenas abarcan unos cientos de años, y que pescar el sentido de una acción que se extiende por milenios nos resulta tan difícil como captar una melodía en un disco reproducido a revoluciones ínfimas.

Sagan también usaba imágenes musicales para describir el universo y sus elegantes mecanismos. El capítulo de Cosmos en que aparece la historia del cangrejo Heike, Una voz en la fuga cósmica (One Voice in the Cosmic Fugue, 1980) era pródigo en imágenes memorables. Ahí aparecen también el calendario universal, las especulaciones sobre las íncreíbles criaturas que podrían habitar Venus -desgraciadamente, esto era antes de que se descubriera que la atmósfera de Venus es bastante inhóspita, nubes de ácido sulfúrico incluidas- y la extraordinaria, para ese entonces, animación computada sobre la posible evolución de las formas de vida terrestres.

No quiero extenderme en elegías sobre Cosmos o Sagan porque ya he hecho demasiadas como para sentirme cómodo, y la red rebosa de ellas; baste decir que con cada revisión de la serie a lo largo del tiempo he apreciado cada vez más no sólo el contenido, sino la forma en que éste era transmitido, en línea con mi creciente comprensión a lo largo de los años de la absoluta importancia que tienen las formas y los medios, que superan en longevidad e influencia a la mayoría de los fines.


La legión de admiradores que cosechó Sagan en todo el mundo, unidos a través de las distintas culturas por una experiencia común que se suele describir en términos relacionados con la inspiración, el despertar y hasta el cambio de vida, es testimonio vivo tanto de la naturaleza esencial de esta capacidad comunicativa, como de la acritud comparable de los métodos "didácticos" unidireccionales (tema insoslayable pero aparte es el del éxito que demostró ser el formato televisivo para la divulgación de las ciencias en la era pre-cable, que apenas más tarde continuarían acá programas como La Aventura del Hombre y un poco después El Mono que Piensa -- y ya que estamos, ¿alguien se acuerda de la promesa de aquella época, Roberto Cenderelli?).

Y hay un lindo e inesperado broche final para esta anécdota. Santi 13.7 quedó satisfecho con mi explicación y con el ejemplo, pero me tenía reservada una sorpresa. Cuando nos volvimos a ver en casa al final del día, me dijo entusiasmado, con la cara iluminada:

-¿Sabés de qué nos habló la profe? Del cangrejo Heike.


miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Sueñan los androides con...Selfies?




Mi murciélago muerto del post anterior le recordó al amigo MAD el final de Blade Runner (1982).

Por pura casualidad, hoy me encuentro con esta serie de selfies capturadas por la actriz Sean Young mientras se estaba rodando la película. Las fotos la muestran muy divertida posando junto a algunos compañeros del elenco y el staff (aunque sólo puedo reconocer a Rutger Hauer y a un sorprendido/aterrado Harrison Ford).

En otras fotos aparece caracterizada como su personaje, la enigmática Rachel.





Para tomar estas instantáneas Young usó una cámara Polaroid, ese aparatejo maravilloso que en ese entonces no habrá representado la innovación que hoy encarna, digamos, Google Glass, pero casi. Salvo la low-res entrañable y un leve efecto difuminado de película setento-ochentosa, las fotos parecen haber sido sacadas ayer; testamento tal vez de la calidad de la máquina.


Más de 30 años más tarde, con todo el alboroto que arma todo el mundo con las selfies, me imagino a una Sean Young madura, donde sea que esté hoy, exhalando un suspiro, meneando la cabeza y diciendo "bah!".

El juego completo de 20 fotos puede verse en el sitio Retronaut.com, que es casi casi tan maravilloso como una Polaroid en los ochenta.


Via | Retronaut


lunes, 5 de mayo de 2014

Murciélago en la ventana


Lo descubrimos temprano, al despuntar el día. Yacía sobre el compresor exterior del aire acondicionado.

Ya habíamos tenido ocasión de ver alguno buscando refugio en el lavadero, sobre todo en medio de esos temporales que últimamente parecen tan frecuentes en la ciudad. Esta vez no habíamos tenido viento o lluvias fuertes, pero ahí estaba. Acá arriba. Inmóvil.

Por la cola, podría ser un Taradira brasiliensis. Son chiquitos, así que tal vez no fuera una cría. Dicen que viven hasta 15 años. Me llamó la atención el pelo, en aparencia suave, apretado y corto; pardo, pero con un hermoso tono rojizo gentileza del sol de la mañana.

Pero sobre todo me llamó la atención la pose contemplativa. Como si hubiera parado un momento para descansar, con la cabeza entre los antebrazos, para una breve siesta antes de continuar volando y comiendo bichitos. Pero estaba muerto.



lunes, 7 de abril de 2014

Mientras tanto, en Japón (II)



En cualquier lado, mudarse de casa o departamento siempre es un proceso estresante. En Japón, parece serlo un poco menos.

¿No sería fantástico poder dejarle las llaves a la empresa de mudanzas para que se encargue del "teletransporte" del mobiliario, sin que al día siguiente falte una sola tacita?

Las tantas noticias y tecnologías maravillosas y bizarras que nos llegan de Japón pueden relegar al segundo plano a esa pirámide de eficiencia naturalizada que es, al fin y al cabo, sobre la que se asienta toda aquella magia.

Y sin embargo, es probable que las mayores sorpresas -y, para los foráneos, las mayores distancias relativas- se hallen en esas bases cotidianas, ordinarias, y no tanto en los robots empáticos o en la realidad aumentada.

La RAE define "Tecnología" como:

1. Conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico.
2. Tratado de los términos técnicos.
3. Lenguaje propio de una ciencia o de un arte.
4. Conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un determinado sector o producto.

Estoy seguro de que si le preguntamos al transeúnte medio, su respuesta se ajustará principalmente a la cuarta acepción, con énfasis en la parte de los instrumentos.

Pero la primera en particular revela que nuestra concepción de "tecnología" es algo estrecha. Que no tiene que ver exclusivamente con metales superconductores, lubricantes o chips, sino que involucra un sentido más amplio de aplicación que incluye a los procesos, estándares y, por qué no, a cualquier secuencia de hábitos que nos sirva para bajar de peso o aquietar la mente. En una palabra, el foco de la palabra "tecnología" se divide entre el instrumento y el aporte humano.

Y he ahí, una vez más, la madre del borrego.


lunes, 24 de marzo de 2014

Progreso II


Hay veces en que me encuentro con imágenes que lo dicen todo, como la de arriba.

La yuxtaposición me parece poética. Esta mañana temprana de sábado que amaneció despejada y soleada da para miradas más líricas. El cielo está tan puro y límpido que parece sólido, una pizarra azul. 

Aquí abajo, mientras tanto, una colaboración estrecha entre perros, cartoneros y transeúntes desaprensivos ha derivado en el desparramo a conciencia, cuadra a cuadra, de una auténtica exposición de desperdicios de todo tipo y tamaño. Las colonias de moscas que asisten a la muestra zumban, animadísimas, en grupos de densidad variable. Tal vez hasta cuchichean. ¿Ya probaste el buffet?

Es un poema distinto. Recuerdo que cuando yo era chico recorría estas mismas calles y juntaba del suelo las bolitas -semillas- de los árboles del paraíso. Recuerdo también su olor peculiar y el sonido de las hojas arrastradas por el viento. Todas imágenes sepia que quedan de la infancia. El aroma dominante hoy es el de las deposiciones caninas -al menos no hay humedad, así que la base es menos aceitosa y más liviana, una especie de eau de popó-, pero a veces también huele a algo muerto. 

Muy cerca de acá, en una noche tórrida del diciembre pasado, fuimos testigos de una sucesión de cortes. Primero hubo un corte de luz. Después hubo un policía que al volver de su trabajo se encontró con otro corte, esta vez el de una avenida. El calor, la locura y un par de balas hicieron lo suyo, y lo que se cortó a continuación fue una vida. Sólo una anécdota más de un fin de año memorable por todas las razones equivocadas.

Sigo caminando. Realmente es un día diáfano. El sol ya se asomó, la temperatura es perfecta, fresca sin ser punzante. Aquí abajo, mientras avanzo en el silencio de la mañana, la cosa parece algo irreal. Los grafittis, siempre incansables en su objetivo de cubrirlo todo, parecen estar advirtiéndome algo, como que estoy atravesando -o a punto de franquear- terreno hostil. Acá rige otra cosa, parecen decir. Y ahora los desperdicios me suenan hasta insolentes, parecen reírse de los tachos plásticos de color naranja que fueron instalados en cada cuadra, respondiendo a códigos antiguos e irrelevantes; el maelstrom residual se ríe al menos de aquellos que no están completamente destruidos. 

Tal vez los desechos me suenan insolentes porque no se ocultan. La pata de pollo a medio masticar conversa con el envase de Tetra al pie de un árbol. Un trozo de papel higiénico que cabalga la brisa amenaza con plantarse en mi cara. Puedo ver que buscan el nuevo orden, pretenden ser la alfombra natural de las veredas. Debemos ver al detrito que fluye hacia la calle como parte natural del paisaje. Una especie de hojarasca otoñal de una primavera consumista que nunca enseñó, ni buscó hacerlo, la importancia del mantenimiento, de la prevención, de asegurar que las alcantarillas no se obstruyan. En fin, todo lo aburrido que distrae del mandato primaveral. Pero llega el momento, dicen los sabios, en que la basura te tapa. 

Paso por la panadería que ya no va a abrir. Hace unas semanas entraron unos pibes y le pusieron un caño en la panza a la chica que atendía, que estaba embarazada de 8 meses. Cuando se fueron con unos pesos y la promesa implícita de volver, el carnicero de la esquina la auxilió y la llevó a su casa. Nadie supo más de ella. Con su familia habían venido del interior, buscando una vida mejor.

De repente, en una esquina, pesco unos bultos oscuros que me llaman la atención. Alguien ha dejado cuatro cajas de cartón junto al cordón de la vereda, y sea por algún impacto o la curiosidad de algún tercero, tres de ellas se han roto y han vertido su contenido sobre la calle. Me acerco. Tres gallos negros descansan mirando al cielo, cada uno sentado en un pote de cerámica terracota. Por las rendijas de la caja que ha quedado intacta adivino el cuarto, también acurrucado en su pesebre insólito.

Sigo caminando y me olvido de sacar la foto. Llamo a un amigo para hablar de varias cosas -sé que madruga y que a esta hora lo voy a encontrar- y le comento mi hallazgo. "Macumba", me confirma. En realidad, tiene sentido, pienso.

La tecnología no sólo va más rápido que nosotros, sino que nos engaña. Ella, y los tachos de basura. De pronto me viene a la mente Pocahontas en Europa, vestida con ropas que no eran suyas, muerta a los 22 años por alguna enfermedad pedestre. Pero Pocahontas era una princesa Powhatan. No hay nada de realeza en lo que se despereza aquí bajo las vestiduras, en lo que late bajo el disfraz.

Tal vez sea esa sensación de irrealidad que ha acentuado la aparición de los gallos, pero hasta me parece escuchar algo confundiéndose con el zumbido sordo que se percibe en el fondo de todos los silencios, incluido este profundo silencio matinal; como un murmullo de tambores a la distancia, a mi alrededor, bajo mis propios pies. 

O tal vez sólo sea un piquete en algún lado. Todo puede ser.


miércoles, 5 de marzo de 2014

Apostilla a "Gravedad"



No vi la entrega de los Oscar y no sé bien quién ganó qué. Hace muchos años que la ceremonia dejó de interesarme, así como sus criterios. No es por pasar por anti-establishment, porque admito con naturalidad que desde chico y durante década y media más fui un fan declarado y sentí la "magia" de Hollywood en carne propia. Lo adjudico más a haber nacido en la generación de Spielberg — y, sobre todo, de John Williams — más que a cualquier cholulismo, ya que siempre vi a los actores como actores. La decepción que siguió a ese idilio fue gradual y lenta, pero definitiva. No me quejo; yo crecí con E.T. e Indiana Jones; los preteens de hoy tienen a Crepúsculo y Tarantino.

Volviendo a la entrega, sí sé, por lo menos, que Gravedad anduvo por ahí y se llevó algunas estatuillas. Perfecto, aplaudo la coincidencia. No tengo que aclarar que aunque no hubiera ganado ninguna, seguiría siendo una de las mejores películas que he visto en el pasado reciente, incluso después de pasar con honores la prueba de la segunda vez a la que acceden las muy contadas películas que hoy logran generarme un mínimo entusiasmo, o que directamente merecen que las termine de ver.

Pero este post existe porque en mi recorrido periódico para desempolvar las novedades fílmicas de los últimos meses descubrí la reseña de noviembre de MaryAnn Johanson, la neoyorquina que escribe FlickFilosopher.com (uno de los sitios de cine online más antiguos de Internet), y me pareció excelente.

En particular, Johanson hace una observación de esas que me hubiera gustado pescar yo mismo:

Quizás lo más hermoso de Gravedad — y este concepto se lo debemos originalmente a la ciencia ficción — es la sensación de que la Tierra que rota bajo Stone [Bullock] y Kowalski [Clooney] no es una colección de lugares discretos y distintos, sino que es un solo lugar. Un solo Hogar. En Gravedad, no se trata de escapar de la órbita terrestre para llegar a Houston o el Lago Zurich, en Illinois (Stone le cuenta a Kowalski que ella vive allí), o a un lugar específico. Se trata de volver Abajo. A cualquier parte. Incluso en las tomas panorámicas del planeta, Cuarón no nos da ningún punto de referencia reconocible: no tenemos la bota de Italia, los Grandes Lagos, nada a qué aferrarnos. Sólo se ve verde, azul, y nubes. Es todo hogar. Es un concepto sobre el que deberíamos tratar de reflexionar más, porque muchos de los problemas actuales que nos parecen intratables — como el cambio climático — serían mucho menos intratables si viéramos al planeta como un lugar unificado en lugar de dividido.

Me parece un bello pensamiento, y extremadamente pertinente. Podría utilizarlo para decir que el mundo se reparte entre quienes lo ven (y lo viven) como un entrecruzamiento sin fin de divisiones, fronteras, conspiraciones, identidades, luchas de clase/religión/raza, conflicto permanente, etc. y quienes, sin ignorar lo anterior, se ubican en una capa más externa, una órbita si se quiere, desde donde entienden que a la distancia todos esos límites se difuminan y pierden sentido. Algunos logran subir a este punto escénico en vida, la mayoría parece hacerlo en su lecho de muerte.

Y aún si definiera estos dos grandes grupos, estaría cayendo en la misma trampa; porque todas esas posturas, esperanzas y dislates nos pertenecen a todos, y el mundo exterior es sólo una proyección de esto.


Posts relacionados: Gravedad: Earth below us, drifting, falling

Via | FlickFilosopher

jueves, 20 de febrero de 2014

Trabajo: cuando más es menos



En enero pasado, The New Yorker publicó una nota que analiza el culto al trabajo excesivo entre los llamados "knowledge workers" que trabajan para compañías líderes norteamericanas. La presunción es que la presión de los entornos de alta competitividad, y el vínculo íntimo con la tecnología que caracteriza a este segmento, se traducen muchas veces en dificultades para desenchufarse o respetar el límite entre el tiempo de trabajo y el personal. Cuando ese límite existe, claro.

El artículo incluye los resultados de un estudio que durante 9 años monitoreó los hábitos laborales de jóvenes bancarios de Wall Street. Los resultados mostraron que la gente trabajaba hasta 120 horas por semana. Una considerable porción de este tiempo extra se debía a la disponibilidad ubicua que habían aceptado (conscientemente o no) junto con el derecho a portar un dispositivo móvil.

El New Yorker se pregunta, sin embargo, por la pasividad de los empleadores:

Lo que sorprende es que hace rato que sabemos que trabajar demasiadas horas termina por reducir tanto la productividad como la calidad. Entre los trabajadores industriales, el tiempo extra aumenta la frecuencia de errores y fallas de seguridad. En forma similar, la fatiga y la falta de sueño que afecta a los trabajadores del conocimiento les impide desempeñarse a altos niveles cognitivos. Como [David] Salomon dice, más allá de un cierto punto la gente que trabaja de más se vuelve "menos eficiente y menos efectiva". Y los efectos son acumulativos. Los banqueros que participaron del estudio de Michel comenzaron a desmoronarse al cuarto año de trabajo. Sufrieron depresión, ansiedad y problemas inmunológicos. Sus evaluaciones de desempeño, en tanto, reflejaron un declive en la creatividad y capacidad de juicio.

¿Por qué, sabiendo todo esto, las empresas se muestran reacias a desalentar una práctica que es a todas luces autodestructiva para los empleados y contraria a los propios intereses corporativos? Por supuesto que hay respuestas cortas y cínicas, pero hablamos de entornos privados donde la relación costo-beneficio contempla la necesidad de preservar el talento y esto incluye, cuando menos, mantenerlo con buena salud, cosa que a su vez supone costos considerables.

Si hay más razones que las económicas, habrá que buscar por el lado del comportamiento y de la costumbre. El mito de la relación lineal entre el esfuerzo aplicado y la calidad del resultado no sólo sigue muy arraigado. También es conveniente en un sentido práctico:

Otro factor es que la productividad de los trabajadores del conocimiento suele ser mucho más difícil de cuantificar que la de, por ejemplo, un trabajador de una línea de montaje. (...) El tiempo se convierte en un parámetro de productividad personal muy sencillo de medir, aun cuando no guarde necesariamente relación con lo que se produce.

Y el hábito, por supuesto, es un hueso duro de roer:

De hecho, me cuenta Michel, "los banqueros no trabajan de esta forma porque están obligados por reglas externas. Es todo un sistema cultural". Cita el ejemplo de una firma de consultoría que le exigía al personal no concurrir a la oficina los fines de semana, hasta que se descubrió que los empleados trabajaban en secreto desde sus hogares. En una cultura que venera el trabajo excesivo, la gente internaliza estos horarios disparatados como la norma.

Me parece lógico que en medio de la epidemia de ansiedad y estrés actual algunas empresas empiecen a tomar medidas. Parece ser el caso de Goldman Sachs, que en el último octubre reglamentó que sus empleados no debían trabajar más de 75 horas semanales, o de Merrill Lynch, que espera de sus analistas que se tomen 4 días de fin de semana al mes.

Para una cultura situada en el ojo del huracán, todo límite es un comienzo.

La pregunta del millón es: ¿por qué le escapa el workaholic al tiempo libre? ¿Qué teme descubrir si baja un cambio, si de pronto escucha el silencio?



Via | Freakonomics

sábado, 15 de febrero de 2014

El nacionalismo, según Einstein


"- ¿Se ve usted como judío o como alemán?
- Es muy posible ser ambos... yo me veo como un hombre.
El nacionalismo es una enfermedad infantil. 

Es el sarampión de la humanidad."



Fuente: Saturday Evening Post, "What life means to Einstein", 1929


viernes, 31 de enero de 2014

Música de viernes: Sempiternam, sempiternam



A mediados de los '80, el muy conocido compositor-empresario británico Andrew Lloyd Webber (responsable de éxitos musicales como El Fantasma de la Ópera, Jesucristo Superstar, Cats y Evita) escribió un Requiem para honrar la reciente muerte de su padre, el organista y también compositor William Lloyd Webber.

Además de ganar el Grammy en 1986 a la mejor composición clásica contemporánea, este Requiem produjo un single que se popularizó rápidamente en las voces de Sarah Brightman -quien por aquel entonces era esposa de Webber (h)- y Charlotte Church, entre otras personalidades del subgénero híbrido conocido como popera.

El nombre de este "hit" que se despegó del Requiem y alcanzó vuelo propio era Pie Jesu (Piadoso Jesús). La letra en latín es en rigor una amalgama de dos pasajes tradicionales de las misas de difuntos (Pie Jesu y Agnus Dei) comunes en las liturgias cristianas desde los albores del medioevo.

Varios años más tarde, en el 2000, una Hayley Westenra jovencísima se subió a un escenario de Auckland en su Nueva Zelandia natal y procedió a romper todo, tal como se puede apreciar en el video. Hayley tenía entonces 14 años, una voz cristalina y una presencia tan arquetípicamente angelical que cuesta pensar en un mejor intérprete para la pieza de Webber.

En 2010, el legendario Ennio Morricone la eligió para interpretar una selección de arreglos y vocalizaciones sobre algunos de sus temas clásicos y músicas para películas como Cinema Paradiso, La Misión o Érase una vez en el Oeste. El resultado de esta colaboración fue el hermoso disco Paradiso. 

Hayley Westenra es una de mis voces favoritas en este género, particularmente cuando se ajusta a las fortalezas melódicas de su soprano ligera y produce bellezas como River of Dreams o Now is the Hour.

Que disfruten de Hayley y de un viernes descansado.


Pie Jesu
(versión Andrew Lloyd Webber)

Pie Jesu, (×4)
Qui tollis peccata mundi,
Dona eis requiem. (×2)
Agnus Dei, (×4)
Qui tollis peccata mundi,
Dona eis requiem, (×2)
Sempiternam (×2)
Requiem.


martes, 28 de enero de 2014

Carlsen, Asimov y mis problemas con los escaques




Continuando con mi hábito de asociarme a grandes personalidades de la historia por medio de rasgos triviales, como un piojo que salta a la cabeza de un gran señor que acierta a pasar por ahí, esta vez rescato una cualidad que me une a Isaac Asimov: él también era muy malo jugando al ajedrez.

Asimov era, por supuesto, un portento intelectual; pero según él mismo admite en la tercera de sus autobiografías, su ego había crecido a la par de sus éxitos editoriales. Esto complicó un poco el tema cuando descubrió que su desempeño como jugador de ajedrez era... inferior a la media:

"Con el curso de los años, descubrí que todos me ganaban, sin importar raza, color o religión. Yo era, simplemente, el más horrendo jugador de ajedrez de la historia. Eventualmente, dejé de jugar".

Aun si no hubiera contado con una autoestima de dimensiones cósmicas, la suya me parece una reacción plausible para un tipo que escribió más de 500 libros sobre básicamente todas las disciplinas científicas conocidas por la humanidad, sin dejar afuera a las ciencias sociales, Shakespeare o incluso la Biblia, y que recibió en vida todos los honores correspondientes a su labor como docente y difusor de la ciencia, incluidos un asteroide y un cráter lunar que llevan su nombre. Un tipo con una disciplina prodigiosa, capaz de escribir decenas de miles de palabras por día (encantador este artículo del NYT de 1969) sobre partículas subatómicas o los segundos que sucedieron al Big Bang, ¿y el ajedrez se le resiste?

La verdad es que salvando los abismos que me separan de Isaac en cuanto a CI y comprensión de las leyes físicas que gobiernan nuestro universo, a mí también me costó aceptar el hecho de que el ajedrez parece estar fuera de mi alcance. Y no quiero decir algo que depende de mayor esfuerzo, o de encontrarle la vuelta, como si fuera una materia complicada de Exactas. Hay algo en el ajedrez que no llego a aprehender, una sustancia contradictoria. Algo que parece ilógico siendo completamente lógico y que siempre parece estar un paso más allá del horizonte de mi capacidad.

Tal vez por esa frustración me intriga saber sobre las cualidades que hacen a un Gran Maestro. En su momento recuerdo haber leído sobre algunos aspectos excéntricos del legendario ajedrecista norteamericano Bobby Fischer. Me motivaba sobre todo la lectura de un librito de movidas* de ajedrez que tenía en ese entonces (Spassky-Fischer), pero pronto me interesaron más los rasgos de obsesión que caracterizaban al campeón en casi cada área de su vida.

Hasta noviembre del año pasado, Fischer era el único Campéon Mundial que había producido Occidente desde la Segunda Guerra. El título lo tiene ahora el joven noruego Magnus Carlsen (20 años) tras arrebatárselo a Viswanathan Anand. Carlsen lidera también el ránking internacional, que al parecer no es lo mismo que ser el campeón. Según su página de Wikipedia, el "attacking style" que predominaba en las partidas de su adolescencia fue desplazándose a un estilo más "universal".

Para alguien que cuando juega siente que está en una defensiva constante, apremiado por la necesidad de tapar huecos y sin perpectivas de dar vuelta el asunto, la diferencia entre un oponente agresivo y uno "universal" puede ser tan inasible como las distinciones que traza un enólogo de TV entre vinos "audaces" y "prudentes"; simplemente ni la mente ni el paladar cuentan con la granularidad necesaria como para discriminar a unos de los otros.



Tal vez por todo esto me gustó este match de Carlsen vs. Gates que salió hace unos días en un programa de televisión noruego. Sin duda que Gates es un tipo muy inteligente y es posible que tenga rasgos geniales. Pero a pesar de haber creado un imperio a los 20 años y de sentar las bases de la informática moderna, sin contar sus actividades filantrópicas ni su fama de visionario tecnológico, parece que como ajedrecista le falta un poco.

Y sí, ya sé que se está enfrentando a un pibe que fue Gran Maestro a los 13 años y que no tengo idea de lo que pasa en el tablero, a la velocidad que va. Pero en los 79 segundos (y nueve movidas*) que dura la partida puedo ver por qué se lo considera a Carlsen un jugador agresivo: en una parte hace un movimiento brusco que voltea una pieza. Yo, puedo asegurarlo, juego con mucho cuidado y no me permito esas tácticas baratas para desconcentrar al oponente.

¡Qué se le va a hacer! Carlsen es un genio desprolijo y Gates es un genio que juega tan mal al ajedrez como yo. Pequeñas conclusiones absurdas de un ego herido (aunque no tan grande como el de Asimov).


Update:
*: Un amigo "del palo" me palmea el hombro y me susurra que la palabra que busco es "jugadas", no "movidas". Le agradezco e inserto esta fe de erratas. Mi ego, a esta altura, ha decidido esconderse debajo de la pileta de la cocina.


Via | Open Culture

viernes, 17 de enero de 2014

Música de viernes: de Lota al SDF-1




Lota es una pequeña comuna de unos 50.000 habitantes, ubicada casi en el centro geográfico vertical de Chile. Mi pariente chileno me envió el link a este encantador video con el siguiente comentario:

"Qué mejor que motivar a los niños con algo que les gusta. Lota es una de las comunas más pobres de Chile, con un alto nivel de desempleo".

Para mucha gente, las siglas SDF-1 no significarán nada; en otros evocarán recuerdos instantáneos. SDF-1 era el nombre de la inmensa astronave-fortaleza alienígena que caía a la tierra al principio de la serie animada Robotech. Gracias a la ingeniería inversa, los humanos se hacían con un conocimiento tecnológico avanzado (la Robotecnología del título) que daba paso a una nueva era de exploración (y guerra) espacial.

Por supuesto, yo no me perdía un capítulo.

Para los iniciados, tan evocativa como la sigla será entonces la pieza que ejecutan estos chicos de la Orquesta Sinfónica Juvenil: el energético tema de Ulpio Minucci con el que empezaban todos los capítulos de la serie, y que puede apreciarse en su versión original aquí.

Feliz viernes, niños músicos de Lota.

miércoles, 15 de enero de 2014

La abeja que restauraba esculturas




El amigo MAD me envía el dato sobre Aganetha Dick, una artista canadiense que se dedica, entre otras cosas, a la APIESCULTURA. No es un typo, aunque sí un neologismo: Aganetha aclara expresamente que no sabe nada de apicultura, y sólo está interesada en las abejas en cuanto a sus patrones de comunicación, su comportamiento, su importancia relativa dentro de un marco de investigación sobre lo que ella llama "el poder de lo pequeño", y especialmente, sus habilidades artísticas.


Es que Agnetha está embarcada en un proyecto de arte colaborativo con las abejas. Con la ayuda de un apicultor real, cada tanto va y deja objetos dentro de una colmena. Al retirarlos después de un tiempo, los objetos aparecen transformados, recauchutados, "intervenidos", diríamos, con panales de pura hechura apícola que les dan un aspecto que va de lo lírico a lo inquietante.

 

Agnetha comenta que selecciona objetos deteriorados o gastados, ya que a las abejas -meticulosas e incansables como son- les encanta reparar y enmendar. Como estímulo para el trabajo, manda un cachito de propóleo o miel. Del resto se ocupa el OCD abejil.


Los resultados son sorprendentes. En algunos objetos, el tejido hexagonal completa un tul o un brocado; en otros sugiere el ectoplasma de un vínculo metafísico, como el que une a dos amantes en un beso; en otros adopta la disciplina espacial de una herrumbre progresiva; los más ominosos evocan imágenes cinematográficas de terror clase B, donde aparecen cuerpos invadidos por criaturas informes, o tal vez semihundidos en el capullo de algún xenomorfo de inspiración Gigeriana.



Aganetha también trabaja con biólogos y esta veta artística es una expresión de su interés por la comunicación inter-especies. También se pregunta cómo sería un mundo sin abejas, algo que confieso nunca se me ocurrió cuestionarme, tal vez porque mi reacción primaria cuando veo una abeja es la de poner entre nosotros la mayor distancia posible en el menor tiempo posible. Patético, estoy al tanto.


Via | The Jealous Curator

miércoles, 8 de enero de 2014

Olav & the Lute y la aventura colectiva




Para quienes tuvimos la suerte de vivir la edad de oro de la aventura gráfica allá a fines de los '80 / principios de los '90, el blog The Adventure Gamer es un placer especial. The Trickster es un australiano que ha decidido emular la gesta de Chet Bolingbroke en el pionero y muy aptamente denominado blog The CRPG Addict, que es ni más ni menos la de jugar todos los juegos de rol producidos para cualquier plataforma electrónica, del primero al último, y en orden cronológico. Chet ya lleva varios años invertidos en esta tarea ciclópea, una historia que combina en partes iguales obsesión casi enfermiza, genialidad y una administración del tiempo prácticamente sobrehumana, donde ya pasaron bajo el puente los Ultima más relevantes, muchos de la serie Gold Box de SSI, y por supuesto las entradas más antiguas del género que sólo podían jugarse en mainframe o terminales.

Desde hace un par de años Trickster lleva registro de un tour histórico similar pero dedicado a los juegos de aventuras publicados para PC. Trickster narra sus partidas con ingenio y mucho humor, alentando a los lectores a que jueguen junto a él, y de tanto en tanto -una serie de reglas autoimpuestas le impiden consultar soluciones online- solicita ayuda al público para resolver algún que otro puzzle. Yo sigo el blog desde el principio, y hasta me di el gusto de jugar a la par algunos viejos títulos que por uno u otro motivo habían quedado en mi tintero por más de dos décadas (notablemente, los Police Quest de Sierra).

Las bondades obvias de este enfoque metódico incluyen insights de primera mano sobre la evolución del género, pero hay un plus a mi juicio más estimulante; el blog de Trickster ofrece la posibilidad de encarar una experiencia colectiva que se acerca, un poco nomás, a aquella inigualable (y hasta ahora, inigualada) que ofrecía la aventura grupal de otrora, cuando varias cabezas se agrupaban frente a un monitor de 14 pulgadas para resolver algún acertijo tenaz entre bocados de pizza, o cuando los más astutos o perceptivos pasaban datos y anotaciones valiosas en el colegio sobre alguna solución que habían descubierto por su cuenta (o una fotocopia borrosa con las benditas claves que a veces se disfrazaban de puzzles); todo esto, por supuesto, antes de que la llegada de Internet, Google y los walkthroughs arruinaran toda la diversión.

Hace unos meses TAG convocó a un concurso / promoción que tuvo como objeto el juego Olav & the Lute, una aventura de distribución gratuita que fue creada por dos jóvenes alemanes sin experiencia en diseño. Se trata de un juego muy simple (completarlo lleva aproximadamente media hora) pero con gráficos y sonidos muy atmosféricos y agradables. Los fans del Loom de LucasArts lo reconocerán automáticamente como inspiración directa no sólo en la interfaz minimalista y el gameplay basado en indicios sonoros, sino también en la atmósfera, que es onírica y surreal. Es un muy buen punto de inicio para los novatos en el género y niños en general. El juego tiene página propia y puede descargarse allí.

Yo por mi parte tengo otro motivo menos desinteresado para destacar este título específico: resulté ser el ganador del concurso, cosa que me sorprendió mucho ya que no seguí el formato "correcto" de las entradas de TAG, pero también porque rara vez en mi vida he ganado algo. Sea como sea, me alegro de haber ayudado a difundir un poco este tipo de entretenimiento virtual, y mi entrada está aquí para quien desee leerla (eso sí, en inglés):
http://teseractia.blogspot.com.ar/p/blog-page.html