lunes, 16 de febrero de 2015

Cuestión de escala



Muchos encuentran incómoda la idea de que la política es una adicción culpable. Pero lo es. Los políticos son adictos, y son culpables, y mienten y engañan y roban; como todos los yonquis. Y cuando sufren una crisis, son capaces de sacrificar lo que sea y a cualquiera para alimentar su hábito estúpido y cruel, que no tiene cura. Así es el pensamiento adictivo. Así es la política, especialmente durante campañas presidenciales. Es entonces cuando los adictos buscan capturar puntos estratégicos. No les importa nada más. Son salmones, y deben desovar. Son adictos".

 -- Hunter S. Thompson (1937-2005)


Hunter Thompson fue, entre otras cosas, el creador del periodismo "gonzo", o lo que dio en llamarse el New Journalism. Despreciaba la objetividad periodística y la calificaba como una "contradicción pomposa"; sin embargo pienso que su versión de lo que es un político y lo que es la motivación política se nutre, paradójicamente, de una mirada tan objetiva como descarnada sobre un mecanismo ordinario. Y también de su propia experiencia: él mismo se definía como un yonqui político.

Ciertamente no hay razón para pensar que la política se mantiene al margen a las fuerzas que condicionan toda actividad humana. Al menos mientras la sigan ejerciendo hombres y mujeres. Pero dar el siguiente paso, enfocarla abiertamente desde el lado de la compulsión, puede explicar muchas actitudes, expresiones, situaciones y hasta tuits de la así llamada política local(*), que para muchos de nosotros son absolutamente inexplicables al entendimiento, por no hablar del feedback alarmado —luces, banderas rojas y todo— que recibimos de aquello que llamamos sensibilidad.

Cerca del final de Duro de Matar, un Bruce Willis perplejo descubre que aquellos terroristas que habían tomado el edificio a sangre y fuego, envueltos en demandas políticas, terminaban siendo criminales comunes en busca de la caja fuerte.

Tomemos la afición de muchos políticos por envolverse en causas y retórica, que en un sistema funcional serían a todas luces innecesarias. En vista de la experiencia local, me parece razonable atribuirles una intención de malignidad directamente proporcional a la virtud de las consignas declamadas, sobre todo si la arenga involucra alguna mención a la "historia", o peor aún, cómo entrar en ella.

Pero por supuesto que "malignidad" es en sí una palabra cargada que sólo tiene sentido si se mide contra un conjunto consensuado de parámetros que se sostienen sobre la noción del libre albedrío. Y aunque a los culpables les asignemos una agencia, aunque cada gesto sobrador aturda, aunque la perversidad indigne, conviene recordar la lectura de Thompson.

Si el poder corrompe, no está claro. Tal vez simplemente subraya vicios preexistentes y permite que se desarrollen con libertad y mejores herramientas. Pienso que conviene alejarnos del producto acabado, que puede ser irreversible, y acercar las miras a las raíces.

Pues aunque no todos nos dediquemos al crimen desde la política, y no soñemos con quedarnos con un centavo ajeno, todos podremos reconocer en nuestra psique una parte no examinada y poco agradable, que nada corriente arriba para desovar, en forma mecánica, buscando su próximo fix. Tal vez en comparación con los hechos que nos sacuden a diario sea una insignificancia. Pero el hábito es el que pavimenta cada viaje de ida, y le agrega cada vez más carriles.



(*) Uso la palabra "política" en un sentido muy flexible cuando me refiero a la local. La política exige una dinámica de relaciones fluidas sobre una mínima base de entendimiento. No puede existir cuando se interpone un quiste impenetrable; sea ideológico, religioso o militar. Órdenes verticales, militancias fanáticas, "lealtades" y aprobaciones a libro cerrado, todas desarrolladas abiertamente y a plena luz del día: en este contexto la política sólo puede ser una pantalla; una coreografía, una puesta en escena más.