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Ben Affleck en "Argo" |
Un amigo me recomienda
Argo, la película sobre la crisis de rehenes que estalló en Irán a fines de los '70. Yo sólo había visto el poster con un protagonista barbudo y no sabía ni el género. Mi amigo la elogia principalmente por su equilibrio al exponer la responsabilidad de todos las partes en el contexto de la historia, cosa muy importante, ya que se trata de una recreación de hechos reales que todavía tienen impacto en el mundo de hoy.
No puedo hablar de
Argo hasta que la vea. Es cierto que arrancamos con un punto negativo que es el rol protagónico de Ben Affleck; un actor soso y no muy expresivo que francamente nunca me convence, aunque no llega a las profundidades abisales de un Brad Pitt. Pero como director al menos le tengo más confianza después de
Desapareció una noche (
Gone Baby Gone, 2007), y esto unido a la recomendación aumenta las chances de que me aproxime con una mente más abierta.
Le comentaba en respuesta a mi amigo que me gustan los thrillers políticos cuando están bien hechos, y con esto último me refiero a que sean lo menos Hollywoodenses posible. Mi estándar dorado en el género sigue siendo
Los gritos del silencio (
The Killing Fields, 1984). Mi amigo titubeó; el título de la película le sonaba pero no la tenía presente. No es el único. Es una película bastante olvidada pese a que en 1985 se alzó con 3 Oscars y estuvo nominada a 4 más, entre ellos mejor película y mejor director (al menos perdió honrosamente frente al "tanque" de
Amadeus). Recuerdo los trailers donde se mezclaban las escenas de combate con el
Nessun Dorma de Pavarotti; una yuxtaposición de violencia y lírica que sería imitada continuamente desde entonces.
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Sam Waterston y Haing S. Ngor en "The Killing Fields" |
Los que hayan visto su segunda gran película,
La Misión (
The Mission, 1986), ya conocerán el estilo naturalista del director Roland Joffé (curiosamente, no hizo gran cosa después de este combo magistral de los '80, e incluso hace poco sacó
una pieza de torture porn que las críticas coincidieron en calificar como execrable). El escenario de
Los gritos del silencio es la guerra civil en Camboya a mediados de los '70. Sam Waterston (hoy se lo ve por TV en
Law & Order) es un periodista del New York Times que está cubriendo la guerra en Phnom Penh junto a su colega e intérprete camboyano Dith Pran (interpretado por Haing S. Ngor). La acción transcurre en la víspera de la invasión del Khmer Rouge (los
Jemeres Rojos), una organización marxista-leninista bajo el mando del líder
Pol Pot. Con la ciudad ya prácticamente en manos de los revolucionarios, los distintos gobiernos extranjeros ordenan la evacuación de sus nacionales; el personaje de Waterston logra sacar a su familia pero él decide quedarse y buscar refugio en la embajada francesa junto a su equipo periodístico. Cuando la situación empeora, sin embargo, se ve obligado a aprovechar la última oportunidad de escapar del país, con la culpa de saber que al amigo camboyano que deja atrás le espera un destino muy distinto.
La película tiene dos partes bien claras. La primera narra la lucha por la supervivencia de los equipos internacionales en medio de un país devastado. Tiene escenas fuertes e inolvidables, aunque no en el sentido que le daríamos hoy post-Soldado Ryan y Braveheart.
Los gritos del silencio no abunda en escenas de tiros o guerra sino que la violencia es en general más sugerida, y el clima está signado por la tensión y la seguridad de una catástrofe inminente. Como
escribe Roger Ebert, "los mejores momentos son los de humanidad: las conversaciones, los intercambios de señales de confianza, las esperas, los temores repentinos, los súbitos brotes de violencia, la desesperación". En esta primera mitad se destacan John Malkovich y Julian Sands como miembros del equipo periodístico y las escenas dentro de la embajada, donde los nervios aumentan a la par que se deterioran los rasgos de civilización que quedan en pie.
La segunda parte es completamente distinta, y sigue la experiencia de Dith Pran durante los cuatro años que pasó en los campos de exterminio. La crónica fascinante de la "revolución cultural" del Khmer Rouge desde adentro va dando lugar a una atmósfera progresivamente surreal, a medida que las prácticas que siguen a la declamación de un "
Año Cero" van eliminando todo vestigio del pasado. La purga incluye a todo civil que hubiera ejercido una profesión u oficio vinculado ligeramente a alguna actividad intelectual o a la "burguesía": médicos, estudiantes, profesores, periodistas. Pran oculta sus anteojos, finge que no sabe leer ni escribir y logra ser aceptado como sirviente de un funcionario; desde allí es testigo de los resultados de la ingeniería social que acompaña la reforma agraria y del desfile silencioso de campesinos que son llevados con regularidad al matadero.
Tal vez una de las escenas más escalofriantes de la película sea para mí aquella en que una niña enfrenta a Pran con ojos implacables e inquisidores, buscando una mínima chispa de inteligencia que le señale que está frente a un representante del antiguo orden. Hay algo más que el asesinato de potenciales disidentes en la aniquilación de la racionalidad y en la subversión del lenguaje. Los niños eran valorados por el Khmer Rouge por no tener la mente "corrupta" con valores considerados antirrevolucionarios; vestían uniformes y eran adiestrados y organizados en pequeñas milicias de delatores que escuchaban y observaban atentos. También tenían un rol activo en las ejecuciones y torturas. El cine nos ha dado varias simbiosis muy efectivas de niños y horror, cosa que explotan muy efectivamente también los japoneses con todos sus éxitos de J-Horror; pero para mí no se comparan con la forma en que esta niña logra erizar la piel durante unos segundos interminables. Tal vez por la comodidad con que algunos pensamientos de germen no muy disociado de estos momentos tan atroces se siguen moviendo hoy en nuestra comodidad urbana y a plena luz del día.
Eventualmente Pran logra escapar cruzando la selva, y en el camino se topa con las evidencias del exterminio. Una de las escenas icónicas y más irreales lo muestran cruzando un paisaje que podría ser lunar, pero con huesos en lugar de rocas: son algunos de los restos del millón y medio de niños y adultos camboyanos que fueron ejecutados en forma directa por el régimen y enterrados en los 340 "killing fields" repartidos por la región (se estima que otros 1-1,5 millones de camboyanos cayeron muertos por la hambruna y las enfermedades. La reforma incluía el culto a la autosuficiencia, y esto dejaba afuera a los medicamentos). Estas imágenes están acompañadas por música a veces inusual. La partitura de Mike Oldfield tiene sus detractores, pero yo pienso que el tratamiento poco convencional fue un acierto, subrayando aquello para lo cual no existen palabras, y de hecho es una de mis bandas de sonido predilectas.
El auténtico Dith Pran sobrevivió a la experiencia y fue él quien acuñó el término "killing fields". Tuvo que lamentar la muerte de 50 miembros de su familia. Hace poco (2008)
falleció de cáncer de páncreas; lo recuerdo porque ocurrió unos pocos meses antes del deceso de
Randy Pausch por el mismo motivo. El actor camboyano que interpretó a Pran, Haing S. Ngor, era también un sobreviviente, y tuvo también una historia triste. Su esposa murió al dar a luz en los campos de concentración, pese a que él era ginecólogo: practicarle la cesárea que necesitaba habría revelado su formación profesional. Al terminar la guerra, Ngor se mudó a Los Angeles y trabajó como reportero del New York Times. Ironías de la vida, en 1996 fue asesinado durante un asalto. Tenía 56 años. Pol Pot terminó viviendo más: murió en 1998.
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Museo del Genocidio Camboyano en Phnom Penh |
Ngor es la estrella indiscutible de
Los gritos del silencio. Una de esas actuaciones magistrales, que casi no son actuaciones: ultra sutil, empática, expresiva. Fue el primer actor asiático en ganar un Oscar por un rol de reparto. Pienso que la película mostró una gran audacia al dedicarle la mitad de su metraje a un desconocido actor camboyano, y la apuesta rindió con creces. Hoy no sería posible. No es un film perfecto, pero es uno de los grandes thrillers/dramas históricos realizados con un estilo de realismo que ya se ve muy poco; el descarnado, sin interferencias de falsa contrición o de correciones políticas que suenan más a guiño que a algo genuino. Ya veré cómo le va a Ben Affleck, tal vez ajustando expectativas en forma acorde.