martes, 28 de enero de 2014

Carlsen, Asimov y mis problemas con los escaques




Continuando con mi hábito de asociarme a grandes personalidades de la historia por medio de rasgos triviales, como un piojo que salta a la cabeza de un gran señor que acierta a pasar por ahí, esta vez rescato una cualidad que me une a Isaac Asimov: él también era muy malo jugando al ajedrez.

Asimov era, por supuesto, un portento intelectual; pero según él mismo admite en la tercera de sus autobiografías, su ego había crecido a la par de sus éxitos editoriales. Esto complicó un poco el tema cuando descubrió que su desempeño como jugador de ajedrez era... inferior a la media:

"Con el curso de los años, descubrí que todos me ganaban, sin importar raza, color o religión. Yo era, simplemente, el más horrendo jugador de ajedrez de la historia. Eventualmente, dejé de jugar".

Aun si no hubiera contado con una autoestima de dimensiones cósmicas, la suya me parece una reacción plausible para un tipo que escribió más de 500 libros sobre básicamente todas las disciplinas científicas conocidas por la humanidad, sin dejar afuera a las ciencias sociales, Shakespeare o incluso la Biblia, y que recibió en vida todos los honores correspondientes a su labor como docente y difusor de la ciencia, incluidos un asteroide y un cráter lunar que llevan su nombre. Un tipo con una disciplina prodigiosa, capaz de escribir decenas de miles de palabras por día (encantador este artículo del NYT de 1969) sobre partículas subatómicas o los segundos que sucedieron al Big Bang, ¿y el ajedrez se le resiste?

La verdad es que salvando los abismos que me separan de Isaac en cuanto a CI y comprensión de las leyes físicas que gobiernan nuestro universo, a mí también me costó aceptar el hecho de que el ajedrez parece estar fuera de mi alcance. Y no quiero decir algo que depende de mayor esfuerzo, o de encontrarle la vuelta, como si fuera una materia complicada de Exactas. Hay algo en el ajedrez que no llego a aprehender, una sustancia contradictoria. Algo que parece ilógico siendo completamente lógico y que siempre parece estar un paso más allá del horizonte de mi capacidad.

Tal vez por esa frustración me intriga saber sobre las cualidades que hacen a un Gran Maestro. En su momento recuerdo haber leído sobre algunos aspectos excéntricos del legendario ajedrecista norteamericano Bobby Fischer. Me motivaba sobre todo la lectura de un librito de movidas* de ajedrez que tenía en ese entonces (Spassky-Fischer), pero pronto me interesaron más los rasgos de obsesión que caracterizaban al campeón en casi cada área de su vida.

Hasta noviembre del año pasado, Fischer era el único Campéon Mundial que había producido Occidente desde la Segunda Guerra. El título lo tiene ahora el joven noruego Magnus Carlsen (20 años) tras arrebatárselo a Viswanathan Anand. Carlsen lidera también el ránking internacional, que al parecer no es lo mismo que ser el campeón. Según su página de Wikipedia, el "attacking style" que predominaba en las partidas de su adolescencia fue desplazándose a un estilo más "universal".

Para alguien que cuando juega siente que está en una defensiva constante, apremiado por la necesidad de tapar huecos y sin perpectivas de dar vuelta el asunto, la diferencia entre un oponente agresivo y uno "universal" puede ser tan inasible como las distinciones que traza un enólogo de TV entre vinos "audaces" y "prudentes"; simplemente ni la mente ni el paladar cuentan con la granularidad necesaria como para discriminar a unos de los otros.



Tal vez por todo esto me gustó este match de Carlsen vs. Gates que salió hace unos días en un programa de televisión noruego. Sin duda que Gates es un tipo muy inteligente y es posible que tenga rasgos geniales. Pero a pesar de haber creado un imperio a los 20 años y de sentar las bases de la informática moderna, sin contar sus actividades filantrópicas ni su fama de visionario tecnológico, parece que como ajedrecista le falta un poco.

Y sí, ya sé que se está enfrentando a un pibe que fue Gran Maestro a los 13 años y que no tengo idea de lo que pasa en el tablero, a la velocidad que va. Pero en los 79 segundos (y nueve movidas*) que dura la partida puedo ver por qué se lo considera a Carlsen un jugador agresivo: en una parte hace un movimiento brusco que voltea una pieza. Yo, puedo asegurarlo, juego con mucho cuidado y no me permito esas tácticas baratas para desconcentrar al oponente.

¡Qué se le va a hacer! Carlsen es un genio desprolijo y Gates es un genio que juega tan mal al ajedrez como yo. Pequeñas conclusiones absurdas de un ego herido (aunque no tan grande como el de Asimov).


Update:
*: Un amigo "del palo" me palmea el hombro y me susurra que la palabra que busco es "jugadas", no "movidas". Le agradezco e inserto esta fe de erratas. Mi ego, a esta altura, ha decidido esconderse debajo de la pileta de la cocina.


Via | Open Culture

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