miércoles, 27 de noviembre de 2013

El bit irresponsable

¿Se acuerdan cuando para vender una computadora se apelaba a la "inteligencia" del consumidor?

"No quiero que el nene sea un nerd".

Explico mi shock más adelante.

Hace muchos años, en pleno boom hogareño de las computadoras de 8 bits, algunas escuelas empezaban con timidez a sumarse a la movida de la "computación". Me acuerdo de las revistas argentinas de la época y de las fotos en blanco y negro con filas de chicos sentados frente a pequeños televisores (tener monitores era un poco un lujo), todos en sus guardapolvos blancos, mirando la pantalla con caritas atentas y curiosas; los dedos sobre el teclado, sin rastro aún de un mouse o dispositivo parecido.

En aquel entonces rodaba la idea de que el que no supiera computación en el futuro sería un analfabeto. La noción vaga subyacente era que las computadoras serían tan, tan ubicuas, que quien no supiera manejarlas se vería básicamente imposibilitado de llevar una vida normal.

Casi treinta años más tarde, esa predicción se cumplió con creces en un sentido, y sólo en parte en otro. Las computadoras son ubicuas, más incluso de lo que se sospechaba entonces, pero el saber manejarlas no es tanto problema. Lo que sucede es que varió un poco lo que se entiende por saber manejar una computadora.

También había jueguitos!
Foto de la 1era Expo de computadoras antiguas en Chubut

Yo tengo un auto. Manejo desde hace años y tengo varios kilómetros encima, (aunque para desplazarme por la locura de la ciudad prefiero siempre el transporte público). Me considero un buen conductor. Soy prudente; siempre pongo el guiño al girar y prefiero quedarme atrás de los lentos antes que zigzaguear entre el tráfico. Sé dónde están la palanca del limpiaparabrisas y el botón de la baliza. Cuando abro el capó, sin embargo, me siento un inútil perdido en tierra extraña y hostil. Puedo ubicar el depósito de agua para el radiador, y hay algo grande que -me dicen- esconde un filtro. Hasta ahí llega mi conocimiento.

No estoy orgulloso de esta ignorancia, subproducto de mi absoluto desinterés por los autos. La molestia es más que nada porque soy de la idea de que cuando alguien utiliza o aprovecha mucho algo, tiene que tener una idea mínima de cómo funciona. Ese conocimiento es algo más que mera información; cuando se comprende lo que se utiliza se gana una mayor perspectiva, y casi siempre un mayor respeto o cuidado que termina en beneficios netos para uno y los semejantes. No quiero decir con esto que deberíamos saber de todo, que es imposible. Pero sí me parece una actitud saludable y útil a aplicar en cualquier área de la vida.

La serie Whiz Kids, o el zeitgeist de una era mágica
Cuando en los '80 se hablaba de enseñar a los chicos a manejar una computadora, no se referían a interfaces, iconos o menúes. Se hablaba de programarla. Todas las primeras compus venían de fábrica con un lenguaje instalado, normalmente BASIC, que había que dominar para poder sacarles el jugo.

Por supuesto, existían los cartuchos y las aplicaciones en cassette o disco. Pero el potencial inmenso encerrado en la computadora sólo podía concretarse a partir de la planificación de una secuencia correcta de instrucciones, y la escuela apuntaba, correctamente, a poner esa capacidad en manos de los chicos. Saber comunicarse con la compu era en cierto modo acceder al lenguaje de la creación, aunque estuviera acotada en una pantalla, o a lo sumo se extendiera a algún periférico. Ese poder creativo era, y sigue siendo, una especie de magia.

Uno de las principales herramientas que existían entonces para desarrollar ese poder arcano era el Logo, el famoso y didáctico lenguaje de la tortuguita. La versión más popular por estas tierras fue la de la Talent MSX, una máquina atractiva, ideal para la escuela, con un BASIC sencillo y un sistema operativo de disco aún mejor. Al recibir instrucciones que le indicaban por dónde ir, la tortuguita se movía, obediente, creando formas a su paso. Ese simple proceso bastaba para que el niño pudiera zambullirse sin saberlo en conceptos afines al pensamiento lógico, ejercitando la habilidad de subdividir los problemas en pasos secuenciales.

Mirando aquellas viejas fotos y sobre todo aquellos viejos sueños, y viendo hoy la industria inmensa de la informática, con netbooks repartidas de a millones y touchscreens al alcance de bebés, no puedo dejar de pensar que algo muy importante se quedó en el camino y que, 30 años después, no sólo no avanzamos sino que hemos retrocedido en un aspecto fundamental.

El otro día Santi 13.0, que ha crecido entre computadoras e información, me preguntó si sabía lo que era un bit. Fue como si me hubiera preguntado qué era un acento (y la antigua analogía con el analfabetismo nos da hoy lugar para hacernos una panzada. ¿No tenemos en mano las últimas cifras educativas, espantosas todas? Y en la calle, ¿no se están dejando de lado cada vez más las reglas ortográficas? Puedo programar en algunos idiomas y hablar con soltura en dos, leer tres más, pero aún así a veces me cuesta descifrar lo que escriben algunos teens y adultos de hoy).

Pasamos a otra escena. La madre de un compañerito casi da un salto cuando me escucha sugerir que los chicos deberían aprender programación en la escuela. "Pero yo no quiero que el nene sea un nerd", responde, horrorizada, con más o menos palabras. Lo que estamos viendo es la carencia en acción, un ejemplo autoincluido: se desconoce, y por ende se entiende mal y se rechaza lo que se desconoce. Aprender programación no quiere decir estar pegado a la pantalla escribiendo ceros y unos o pasársela haciendo cálculos complejos. La programación en esencia es una técnica de resolución de problemas. Cualquier analista de sistemas sabe que las aplicaciones reales son múltiples, ya sea que involucren computadoras, tarjetas perforadas o simples cajones de fichas. Y por supuesto que abarca a los problemas orgánicos. Aprender a programar es una forma de aprender a pensar.

Un amigo me cuenta que en la clase de informática los chicos de su secundaria aprenden Word y Excel. Es verdad que son dos de las aplicaciones más populares del mundo y que se usan para casi todo, pero la mayoría de nosotros aprende a usarlas como resultado de la necesidad, a lo sumo en algún curso. Los chicos, me dice, reaccionan con apatía. Están para otra cosa. Me pregunto, ¿el objetivo será desanimarlos completamente?

El tema excede al fracaso de la enseñanza de ciencia y tecnología. La masificación del mercado y el inevitable desplazamiento hacia la facilidad de uso es, justamente, inevitable -- a nivel consumidor. Pero la escuela no tiene por qué seguir el mismo derrotero; de hecho tiene un rol muy distinto. Si se pliega a la movida de la accesibilidad mal entendida, si los maestros mandan a los chicos a buscar respuestas "en internet" (caso verídico), si para extender su propio mercado y meter más gente adentro la escuela reduce sus métodos a simplificar interfaces y contar todo en 140 caracteres y Likes, ¿quién queda para entender y manejar la complejidad de las cosas reales? Unos pocos quedan, esa es la respuesta.

Pero una de las consecuencias más importantes de esta huida hacia adelante, en mi opinión, es que al despegarnos cada vez más de los orígenes, y de la comprensión de los orígenes, es mucho más fácil dar las cosas por sentado. Es también mucho más fácil ser irresponsable.


I'll tell you the problem with the scientific power that you're using here: it didn't require any discipline to attain it. You read what others had done and you took the next step. You didn't earn the knowledge for yourselves, so you don't take any responsibility for it.
-- Ian Malcolm

Cuando uno trata de mejorar la salud, empieza por tratar de comprender mejor los procesos del cuerpo. Para entender el daño que causa arrojar al suelo el envoltorio del caramelo, hay que comprender cómo impactan los desperdicios en el medio ambiente. Saber qué es una célula, saber qué es un bit, son datos que probablemente no tengan mayor peso en nuestra vida cotidiana. Aún así, ambos forman parte de ese conocimiento de base que le da sentido y estructura a las instancias de más alto nivel, a nuestras cosas, pensamientos y actividades diarias. Y que determina, en definitiva, la calidad y supervivencia de los sistemas más complejos, hasta llegar a nuestro mismísimo planeta.

Ser un nerd no tiene nada que ver.

5 comentarios :

  1. En cualquier momento vas a empezar a sugerir que los chicos diseñen juegos de mesa. Horror!!!! :D
    Gracias. Un abrazo nerd :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sólo diseñar, leer el manual de un juego y aprender todos los pasos y piezas móviles ya es una introducción a la programación! ;-) Abrazo geek

      Eliminar
  2. Excelente artículo, Charles. Me trajiste unas cuantas cosas a la memoria. Qué fascinante era estudiar programación de chico! Y es cierto que el facilismo, la cultura de lo instantáneo, ha permeado desde el lenguaje hasta las relaciones humanas. Hay un filósofo, dentro de todo contemporáneo para lo que son los filósofos, que se llama Zygmut Bauman. Habla de lo líquido, como un signo de nuestro tiempo. El amor líquido, las amistades líquidas, que representan esta necesidad de una porción grande de la humanidad actual de no comprometerse, no esforzarse, estar sólo cuando conviene y cuando la cosa se torna espesa, "desconectarse".

    Igual creo que como vos somos unos cuantos, muchos y muchas, que anhelamos y trabajamos por otra calidad de vida. Una vida auténtica, con vínculos profundos y fuertes. Sepa que no está solo.

    Un abrazo grande y aguante Ian Malcolm!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Alejandro! No conocía a Bauman, muy interesante el concepto de la modernidad líquida. Parece ser ciertamente un producto emergente de nuestra era y de hecho yo siento también la presión de la corriente (siempre me gustó "viajar liviano").

      Pero hay puntos en que la cosa se desboca y como digo siempre, se termina tirando el bebé junto con el agua de la bañera... la mente se acostumbra a picotear en absolutamente todo y no se detiene a percibir o apreciar. Tema para otro post.

      Gracias de nuevo por tus palabras y el apoyo! Y por supuesto aguante Ian Malcolm, aunque me lo hayas soplado en el podcast del Bios Megafauna no podía dejar de citarlo :-D

      Abrazo

      Eliminar
    2. Es que Ian es de todos... Un grosso.

      De Bauman te recomiendo Amor Líquido, pero tiene una cantidad de libros buenísimos para explorar.

      Un abrazo

      Eliminar