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lunes, 16 de febrero de 2015

Cuestión de escala



Muchos encuentran incómoda la idea de que la política es una adicción culpable. Pero lo es. Los políticos son adictos, y son culpables, y mienten y engañan y roban; como todos los yonquis. Y cuando sufren una crisis, son capaces de sacrificar lo que sea y a cualquiera para alimentar su hábito estúpido y cruel, que no tiene cura. Así es el pensamiento adictivo. Así es la política, especialmente durante campañas presidenciales. Es entonces cuando los adictos buscan capturar puntos estratégicos. No les importa nada más. Son salmones, y deben desovar. Son adictos".

 -- Hunter S. Thompson (1937-2005)


Hunter Thompson fue, entre otras cosas, el creador del periodismo "gonzo", o lo que dio en llamarse el New Journalism. Despreciaba la objetividad periodística y la calificaba como una "contradicción pomposa"; sin embargo pienso que su versión de lo que es un político y lo que es la motivación política se nutre, paradójicamente, de una mirada tan objetiva como descarnada sobre un mecanismo ordinario. Y también de su propia experiencia: él mismo se definía como un yonqui político.

Ciertamente no hay razón para pensar que la política se mantiene al margen a las fuerzas que condicionan toda actividad humana. Al menos mientras la sigan ejerciendo hombres y mujeres. Pero dar el siguiente paso, enfocarla abiertamente desde el lado de la compulsión, puede explicar muchas actitudes, expresiones, situaciones y hasta tuits de la así llamada política local(*), que para muchos de nosotros son absolutamente inexplicables al entendimiento, por no hablar del feedback alarmado —luces, banderas rojas y todo— que recibimos de aquello que llamamos sensibilidad.

Cerca del final de Duro de Matar, un Bruce Willis perplejo descubre que aquellos terroristas que habían tomado el edificio a sangre y fuego, envueltos en demandas políticas, terminaban siendo criminales comunes en busca de la caja fuerte.

Tomemos la afición de muchos políticos por envolverse en causas y retórica, que en un sistema funcional serían a todas luces innecesarias. En vista de la experiencia local, me parece razonable atribuirles una intención de malignidad directamente proporcional a la virtud de las consignas declamadas, sobre todo si la arenga involucra alguna mención a la "historia", o peor aún, cómo entrar en ella.

Pero por supuesto que "malignidad" es en sí una palabra cargada que sólo tiene sentido si se mide contra un conjunto consensuado de parámetros que se sostienen sobre la noción del libre albedrío. Y aunque a los culpables les asignemos una agencia, aunque cada gesto sobrador aturda, aunque la perversidad indigne, conviene recordar la lectura de Thompson.

Si el poder corrompe, no está claro. Tal vez simplemente subraya vicios preexistentes y permite que se desarrollen con libertad y mejores herramientas. Pienso que conviene alejarnos del producto acabado, que puede ser irreversible, y acercar las miras a las raíces.

Pues aunque no todos nos dediquemos al crimen desde la política, y no soñemos con quedarnos con un centavo ajeno, todos podremos reconocer en nuestra psique una parte no examinada y poco agradable, que nada corriente arriba para desovar, en forma mecánica, buscando su próximo fix. Tal vez en comparación con los hechos que nos sacuden a diario sea una insignificancia. Pero el hábito es el que pavimenta cada viaje de ida, y le agrega cada vez más carriles.



(*) Uso la palabra "política" en un sentido muy flexible cuando me refiero a la local. La política exige una dinámica de relaciones fluidas sobre una mínima base de entendimiento. No puede existir cuando se interpone un quiste impenetrable; sea ideológico, religioso o militar. Órdenes verticales, militancias fanáticas, "lealtades" y aprobaciones a libro cerrado, todas desarrolladas abiertamente y a plena luz del día: en este contexto la política sólo puede ser una pantalla; una coreografía, una puesta en escena más.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El samurai que reencarnó en un cangrejo


Es una mañana fría, húmeda y oscura la que cruzamos con Santi 13.7 mientras lo acompaño al subte que lo llevará al colegio. En el camino, me comenta que pronto tendrán evaluación de Ciencias Naturales y me pide que le explique un poco el concepto de selección artificial.

Como un gato que hubiera estado esperando agazapado el momento justo, con esa especie de alegría -¡por fin!- que sigue a todo aquello que encuentra la oportunidad indicada para transmitirse, en mi mente salta, instantáneo, el recuerdo que se conserva más vívido entre todo el acervo acumulado en los últimos 30 años; aquel que se refiere a la leyenda japonesa de los guerreros Heike y de los cangrejos que hoy llevan su nombre, ese recuerdo que adquirí a una edad impresionable y no muy lejana de la de mi hijo hoy, grabado a fuego mientras miraba en la TV una serie extraña y extrañamente maravillosa conducida por alguien llamado Carl Sagan.

El crustáceo en cuestión, conocido como cangrejo samurai, Heikegani o Heike, exhibe en su caparazón unas molduras que se asemejan mucho a los rasgos estilizados de un samurai enfurecido. ¿Cómo es posible, se preguntaba Sagan, que ese rostro tan reconocible hubiera llegado allí por sí mismo, sin intervención humana? Como respuesta, él apuntaba en efecto a la intervención humana, pero indirecta. La hipótesis es que los pescadores japoneses de hace unos siglos creían reconocer en estos animales al espíritu de los ancestrales guerreros Heike, y por lo tanto devolvían al mar los ejemplares que capturaban en lugar de consumirlos como al resto. El trabajo a partir de ese punto quedaba a cargo de las fuerzas naturales de la herencia, pero sólo tras esa preselección no premeditada.

Aunque personalmente la encuentre encantadora, me consta que esta explicación sobre la supervivencia del cangrejo Heike es, por supuesto, muy discutible y discutida. Pero no es el punto. Sea o no factual el mecanismo descrito, se trate o no de un caso más de simple pareidolia, la leyenda del cangrejo y su influencia en las actividades humanas posteriores sigue siendo una ilustración poderosa del principio de selección artificial, y del refinamiento que encara la naturaleza por sí sola cuando cuenta con tiempo para trabajar a sus anchas. Si los resultados de este trabajo nos parecen tantas veces inexplicables, hay que considerar que nuestra capacidad de aprehender las escalas de tiempo apenas abarcan unos cientos de años, y que pescar el sentido de una acción que se extiende por milenios nos resulta tan difícil como captar una melodía en un disco reproducido a revoluciones ínfimas.

Sagan también usaba imágenes musicales para describir el universo y sus elegantes mecanismos. El capítulo de Cosmos en que aparece la historia del cangrejo Heike, Una voz en la fuga cósmica (One Voice in the Cosmic Fugue, 1980) era pródigo en imágenes memorables. Ahí aparecen también el calendario universal, las especulaciones sobre las íncreíbles criaturas que podrían habitar Venus -desgraciadamente, esto era antes de que se descubriera que la atmósfera de Venus es bastante inhóspita, nubes de ácido sulfúrico incluidas- y la extraordinaria, para ese entonces, animación computada sobre la posible evolución de las formas de vida terrestres.

No quiero extenderme en elegías sobre Cosmos o Sagan porque ya he hecho demasiadas como para sentirme cómodo, y la red rebosa de ellas; baste decir que con cada revisión de la serie a lo largo del tiempo he apreciado cada vez más no sólo el contenido, sino la forma en que éste era transmitido, en línea con mi creciente comprensión a lo largo de los años de la absoluta importancia que tienen las formas y los medios, que superan en longevidad e influencia a la mayoría de los fines.


La legión de admiradores que cosechó Sagan en todo el mundo, unidos a través de las distintas culturas por una experiencia común que se suele describir en términos relacionados con la inspiración, el despertar y hasta el cambio de vida, es testimonio vivo tanto de la naturaleza esencial de esta capacidad comunicativa, como de la acritud comparable de los métodos "didácticos" unidireccionales (tema insoslayable pero aparte es el del éxito que demostró ser el formato televisivo para la divulgación de las ciencias en la era pre-cable, que apenas más tarde continuarían acá programas como La Aventura del Hombre y un poco después El Mono que Piensa -- y ya que estamos, ¿alguien se acuerda de la promesa de aquella época, Roberto Cenderelli?).

Y hay un lindo e inesperado broche final para esta anécdota. Santi 13.7 quedó satisfecho con mi explicación y con el ejemplo, pero me tenía reservada una sorpresa. Cuando nos volvimos a ver en casa al final del día, me dijo entusiasmado, con la cara iluminada:

-¿Sabés de qué nos habló la profe? Del cangrejo Heike.


jueves, 19 de diciembre de 2013

martes, 17 de diciembre de 2013

Pronto y ahora




¿Cuándo importa el ahora?

Mi hijo de 5 años tiene tarea. Como en primer grado va a tener tarea, es bueno que ya empiece a forjar el hábito. Por lo menos, esa es la teoría.

(Por supuesto, el único motivo para que tenga tarea en primer grado es asegurarse de que esté listo para segundo grado. Y el único motivo para que tenga tarea en segundo grado...)

Los estudiantes secundarios con ambición de futuro se embarcan en un programa académico riguroso que los preparará para la universidad. Y, ya en la universidad, tomarán clases que los prepararán para el mundo laboral. Por lo menos, esa es la teoría.

Después de graduarse, aceptarán trabajos aburridos, de bajo salario y por debajo de su nivel de capacidad con la esperanza de que, si aprenden a seguir órdenes y se ganan la simpatía del jefe, pronto estarán bien posicionados para conseguir un trabajo realmente bueno. Pronto, estarán empleando su tiempo en tareas estimulantes, promoviendo cambios duraderos, y resolviendo problemas reales.

Pronto.

¿Cuándo importa el ahora?



--Steve Miranda


(Traducido del blog Reeducate Seattle)



martes, 10 de diciembre de 2013

Hour of Code: ¿qué quieres programar hoy?




Hace un par de posts me ponía nostalgioso y lamentaba la suerte que habían corrido aquellos primeros movimientos para la enseñanza de programación en la escuela, que coincidieron con la irrupción definitiva de las computadoras personales en nuestras vidas de todos los días.

Comentaba cómo me parecía extraño y paradójico que a pesar de que ese footprint tecnológico no ha hecho más que aumentar, los esfuerzos escolares en el sentido de entender el fenómeno parecen haberse estancado en una rutina utilitaria mucho menos interesante que lo que hacían suponer esos primeros pasos de unas décadas atrás; un "retroceso" a nivel mundial que acompañaba progresos como la simplificación de las interfaces y la accesibilidad masiva a prodigios de la capacidad computacional.

Fue entonces algo poco menos que providencial que ayer me encontrara con un link perdido e intrigante al pie de la página de Google. Siguiéndolo llegué al sitio de Code.org, una ONG dedicada al fomento de la enseñanza de programación en todos los niveles educativos, y que en estos momentos está llevando adelante un programa de mucho interés y relevancia para mis cavilaciones anteriores.

El programa se llama Hour of Code, y es literalmente una invitación extendida a personas de 8 a 106 años para que hagan sus primeros pinitos en programación en la forma de un mini-cursillo online, gratuito, multi-idioma y orientado a la práctica inmediata.

Bajo el slogan de "Anybody can learn", el mensaje central de Hour of Code es que cualquiera puede programar, y como para reforzar esta idea el video introductorio cuenta con la participación de personalidades disímiles como Bill Gates, Shakira, Angela Bassett, Mark Zuckerberg, Ashton Kutcher, etc. entre otros deportistas, artistas y hasta científicos de NASA.

Si uno acepta el desafío y presiona el botón de Comienzo, podrá resolver 20 ejercicios de dificultad gradual que lo llevarán de la mano en un tour por las estructuras básicas de todo lenguaje de programación moderno (do-while, repeat-until, if-then-else, etc). Los ejercicios son puzzles muy sencillos que consisten, por ejemplo, en ayudar a un personaje a recorrer un laberinto por medio de instrucciones que se arman con bloques visuales al estilo de Scratch (para los que se animen, también hay un botón que permite traducir el pseudocódigo a un simple listado en Javascript).

Y por supuesto, las comparaciones con LOGO son inevitables. ¡Cómo no podrían serlo! Como dije, los puzzles son visuales y extremadamente sencillos -el foco está en los bloques de instrucciones- y tienen el encanto adicional de estar protagonizados por los archiconocidos personajes de Angry Birds y Plants vs. Zombies.


Confesión: siempre estuve del lado de los cerditos.

Cada cierto número de ejercicios, una vez que ya se domina una estructura, aparece un video de 2 minutos que introduce la siguiente herramienta. Estos videos están narrados por algunas de las celebrities espónsor (la idea está buena, aunque da un poco de gracia ver a un Zuckerberg medio perdido mientras lee tarjetas fuera de cámara, por no mencionar a Gates explicando risueñamente la importancia del IF-THEN).

Al terminar los 20 ejercicios el participante recibe un diploma personalizado y pasa a engrosar las estadísticas de líneas de código completadas (al día de hoy, notablemente, las chicas representaban el 56% de cursos terminados contra el 44% de los varones).

Y la cosa no termina ahí, ya que la idea es que la experiencia sea una plataforma de lanzamiento. Inmediatamente después del curso introductorio aparece una página donde los interesados pueden encontrar un vergel de ofertas de cursos gratuitos para principiantes (incluidos algunos de Stanford y Coursera.org): temas como Ruby, Python, PHP, HTML5, incluso programación offline, todos categorizados en áreas de interés (robótica, desarrollo web, etc), según sean aplicaciones para escritorio o móviles, y destinadas a chicos de primaria, secundaria, universitarios o de cualquier edad. Code.org parece querer evitar a toda costa que la gente se abatate o tema dar el siguiente paso: para ello presenta muchos caminos para continuar con este viaje apasionante.

El sitio incluye además muchos recursos para educadores y padres y alienta expresamente a trabajar con las comunidades locales, escuelas, familias, etc. para difundir las bondades de las ciencias de la computación. En la sección How to Help uno puede enterarse de cómo introducir el programa en su su propia escuela o comunidad, y queda registrado en la página con mapa y todo (de momento, Argentina está representada por un/a valiente del laboratorio de informática del colegio Sagradísimo Corazón de Jesús, Moliére 810, quien al parecer ya trabaja con Scratch).

Me encanta cómo el sitio va al grano y no pierde tiempo en introducciones o historias. La definición del hands-on. Dice miren, háganlo, vean qué fácil; fíjense ustedes cuánto hay de mito y excusas. Tiene una actitud envidiable que contagia e inspira. Por último, está claramente interesado en que el movimiento continúe más allá de la degustación y de inmediato pone un montón de ofertas al alcance, como para que uno aproveche el impulso. 

Hour of Code me parece una de las iniciativas más didácticas, entretenidas y enfocadas que he visto para difundir al menos de qué se trata la ciencia-arte de la programación, o para empezar a entender, como menciona uno de los participantes de los videos, por qué "es lo más parecido a tener superpoderes".



Nota: el idioma predeterminado de todo el contenido es inglés. Pero los ejercicios están completamente traducidos al español, aunque la opción para cambiar el idioma está algo escondida en el rincón inferior izquierdo de la página. Así que tampoco quedó esa excusa.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El agridulce ocaso de las elites




Voy a aprovechar esta oportunidad para comentar dos eventos de esta semana que fueron notables no sólo por sus propios méritos, sino porque se combinaron como un brutal uno-dos a la mandíbula de algunas ilusiones de entre las tantas que construimos a diario para vivir y sobrevivir en Argentina.

Una de estas ilusiones refiere que el país tiene un nivel educativo más o menos bueno. Que zafa. Veo mucho de tradición en esta creencia, y de confianza en viejas glorias. Las justificaciones que oigo normalmente se escudan en ejemplos y comparaciones seleccionadas con cuidado entre aquellos casos que están aún peor. Curiosamente, esto se hace sin indicios de humor. No es raro que se remate con alguna verdad de Perogrullo, del tipo de que todavía "queda mucho por hacer", que parece poco más que una invocación a la misma gradualidad que actúa como narcótico y que viene hirviendo esta rana desde hace demasiado tiempo: la idea de que los problemas se van a ir solucionando, de que es todo una cuestión de recursos, de que en definitiva alcanza con tirar plata e infraestructura encima, o de que dichos problemas están totalmente divorciados de la paradoja de un contexto social diseñado para jugar perpetuamente en contra.

Las imágenes y testimonios que nos llegan de Córdoba pueden dar lugar a mil interpretaciones y/o lecciones. Por ahora, prefiero quedarme con la confirmación de varias sospechas con respecto a la presión que viene levantando el magma bajo las placas, junto con la constatación de que las "sensaciones" eran, por supuesto, proyecciones basadas en la realidad más evidente, dado que la Policía parece ser la última línea de defensa antes del colapso de la civilización, o por lo menos de la aparición de escenarios de Far West / Zombie Apocalypse modernos, completos con vecinos armados, puntos fortificados e intentos de linchamiento. Aunque la pregunta inmediata que me surge es, ¿no será que la civilización ya cayó, y la policía -o las leyes, o lo que queda de los organismos de cumplimiento- están solamente sosteniendo el tinglado?

Lo cierto es que removido momentáneamente el tapón de la fuerza pública brotan como un géiser los episodios de caos y destrucción, y desfilan las ya familiares imágenes de saqueadores cargando a los apurones cervezas, ropa, celulares, electrónicos y por supuesto LCDs (el artículo icónico, tal vez, de la concepción argentina de welfare y cuya sinergia con la recientemente designada necesidad básica nacional, El Fútbol, ilustra como pocos ejemplos el disloque que sostiene la pantomima), y usando como transporte lo que venga, sean autos, motos o carretillas.

La incómoda comprobación de que el tejido social del tan manoseado "pueblo" está tan destartalado que necesita presencia policial 24/7 para mantenerse en pie puede llevar a conclusiones rápidas que esconden escapes sutiles. Será por mi costumbre de mirar patrones y sistemas que desconfío de las compartimentaciones y tiendo a ver los fenómenos como una presión continua donde los hilos se cortan por las partes más finas. En otras palabras, me interesa más analizar un poco el caldo en el que se cuece este guiso particular, y sobre todo -sin nunca deslindar responsabilidades directas- en qué forma lo condimentamos aquellos que nos sentimos del otro lado de la raya que trazamos en el suelo.

Mi opinión, y estoy al tanto de su escasa originalidad, es que estamos viendo una expresión más de la disfunción nacional que tiene que ver con la bancarrota ética que sufrimos y celebramos con igual intensidad desde hace demasiado tiempo.

Si con el golpe a la mandíbula uno queda groggy no es tanto por el impacto puntual sino por la frecuencia con que se suceden imágenes similares a estas, como postales de un lugar extraño. No tenemos que buscar las instancias más impresionantes: las más reveladoras de hecho son las anodinas, las que asombran por lo triviales o innecesarias. Están por ello, creo yo, más cerca de la base del problema. Consideremos el ejemplo del camión de gaseosas que volcó en la ruta hace unos días. Las imágenes de TV mostraban cómo los autos paraban expresamente su marcha no para ayudar a la recolección, sino para hacerse rápidamente con un botín carbonatado.

Podemos imaginar una justificación probable, porque internamente mantenemos y curamos una base de racionalizaciones a mano, como una base de aperturas de ajedrez: las únicas perjudicadas son al fin y al cabo las empresas de gaseosas, y como son grandes y privadas son malas; ergo, afanarme una botella es justo, casi te diría heroico. Pongámosle un moño al razonamiento. Y si eso falla, es una botellita, che.

Tal vez nos gusta engañarnos con la idea de que el tamaño o el impacto de lo sustraido está en relación directa con la gravedad del hecho. Tal vez haya casos en que se justifique más tolerancia; la realidad sin embargo parece indicar que esta racionalización se usa libremente. En el seno de este pensamiento ejercitado una y otra vez está el mismo germen que dispara los hechos más graves cuando todo se reduce a una cuestión de escalas.

El nativo de estas tierras manifiesta tal amor por la transgresión indiscriminada (la que ya se hace por placer) que es prácticamente un estigma cultural, invisible de tan asimilado, que no distingue entre estratos, estilos de vida ni profesiones, y que se expresa desde el vandalismo endémico del espacio público hasta las declaraciones juradas de los que administran los destinos -e irónicamente, la situación fiscal- de millones. El condimento que habitualmente sella la decisión de encarnar una vez más el dicho "la ocasión hace al ladrón" es el de la pulsión consumista, que tanto se inocula para vender celulares como para terminar identificando a una persona con lo que posee o idolatra. Eventualmente, esas posesiones/idolatrías se convierten en fines últimos. Trofeos por los cuales vale torcer cualquier regla, o incluso matar o morir.

¿Es justo enfocarnos en los saqueos de Córdoba como un hecho aislado?

NADA MÁS IMPORTA. Oliver Stone, de Salvador a sponsorear mensajes tóxicos para DirectTV.
Más allá de que estos eventos lastimosos se "resuelvan" y pasen al olvido la semana que viene, se superpusieron esta vez con la noticia de la publicación del último test PISA (PDF, en inglés), un estudio fantástico que en lo personal vengo siguiendo desde hace unos años con el consiguiente desaliento que acompaña cada nueva edición, que la verdad duele y es justo que duela. Es difícil que la desafortunada conjunción de ambas noticias no sugiera un correlato, aunque el vínculo no sea del todo admisible o justo.

El test PISA puede tener sus problemas. Puede no ser óptimo para retratar correctamente procesos emergentes, como afirman sus detractores, y eso se corroborará o no en los años venideros. En otras áreas del informe, no relacionadas directamente con la evaluación de conocimientos, tropiezan también otros países desarrollados. Pero el impacto de la fotografía instantánea, de la afirmación "los chicos de 15 no entienden frases simples", es innegable y resquebraja esa ilusión perenne del argentino medio ilustrado, sobre todo si pensamos que todavía tenemos a nuestro alrededor los ¿últimos? coletazos de las generaciones que fueron educadas con otros estándares, y no tenemos mucha noción de lo que se nos viene encima.

La ficción y el oscurantismo que rodea a la educación en Argentina es similar a la que veo envolver a la ciencia y la tecnología. Pienso que tal vez convenga revisar más profundamente de qué hablamos cuando decimos "ciencia". A mi entender, no hay presupuesto ni show faraónico que disfrace la real vocación científica de un país que practica la distorsión -por mencionar una de las más populares- de índices esenciales como práctica sistemática: es nula. No podemos ni empezar, lo que parece ser la meta.

El interés por la ciencia es un subconjunto del interés por la observación objetiva de la realidad, y cuando en una sociedad este interés tiende a cero o es directamente negativo (se ocultan datos, se ataca la misma noción de objetividad, se alientan pasiones y frivolidades, se aplica lógica de facción, etc.) no hay mucho más que decir. Esta actitud está en la raíz de que "nada funcione", como reza la correcta percepción popular. Engañarse en este punto es no entender el principio que anima tanto a la ciencia como a cualquier búsqueda de la verdad. Es, en el mejor de los casos, estar hablando de otra cosa. En el peor, abrir una caja de Pandora.

Y hablando de intereses reales vs. ficticios, Guillermo Jaim Etcheverry una vez más da en el clavo con una frase sencilla: "Acá hay un desinterés por el saber", una versión más suave del desprecio por el conocimiento al que aludía en su famosa obra La tragedia educativa. No es necesario buscarle el pelo al huevo, la disfunción es de fondo. No hay interés por números reales, no hay interés por la realidad, no hay interés por el saber, y la conclusión incómoda es que no hay interés por cambiar la situación de nada ni nadie; sólo mantener la ilusión de remar en el vacío.

Conviene ser honestos con uno mismo y hacerse las preguntas difíciles. ¿Cuánto creemos en el valor del "saber" que menciona Etcheverry? Por un lado, para una enorme cantidad de personas el "saber" es una entelequia inútil, una distracción de beneficios difusos que no garantiza ni el nuevo celular, ni la cena afuera, las pilchas o el depto. Mucho menos el éxito -- prendamos el televisor para comprobarlo con más contundencia que mil libros de sociología.

Pero incluso entre los que intuyen algo más parece haber una enorme desorientación, rutinas -mandar a los chicos al cole entre ellas- que se siguen muchas veces por inercia pura. Como si el educar fuera una acción estrecha y mecánica que se terceriza a una institución, desconectada de toda planificación o entendimiento de la importancia estratégica que tienen ciertos conocimientos vitales para el desarrollo de un chico en una edad-esponja. Y no hablo de los de matemáticas o comprensión de textos, contenidos inocentes que no resuelven - no podrían- el problema real, sino de los que vienen adosados a aquellos en forma de esfuerzo, valores y virtudes cuya difusión y desarrollo nutren los aspectos más admirables de nuestra especie.

¿Valdrá la pena todo eso?

La película de Mike Judge Idiocracy; mucho humor negro para retratar una sociedad futura
en la que el saber decididamente ya no ocupa lugar

Sigue Etcheverry: "Es sugestivo que la cantidad de alumnos con altos niveles de comprensión lectora sea sólo de 0.6 % en el país (2,5 % en la CABA, 13 % en Canadá, 25 % en Shangai), lo que demuestra que ni siquiera contamos con una elite a la que le interesa la educación." ¿Quién iba a decir que íbamos a lamentar no tener más elites? Aunque supongo que la idea era que desaparecieran porque todos nos habíamos puesto a su alcance, y no por el motivo contrario. De todas formas el concepto de élite es convenientemente vago y flexible. Hablemos, en cambio, de percentiles sobre bases de rendimiento uniformes, y tal vez descubramos que las elites de hoy eran los alumnos medios de hace unos años, y que no es que ellos avanzaron sino que el mundo entero dio un paso atrás. ¿Dejaremos entonces la semántica de lado? Las elites nunca fueron el problema real.

La rana se hierve. Los apologistas designados a tal fin llamarán a los fracasos manifestaciones de procesos estructurales en marcha, o algún eufemismo por el estilo. Existe una mínima chance de que tengan razón. Pero yo pienso que las fotografías escrachan cómo supuran los poros de una sociedad golpeada y con hemorragias internas. Que se corresponde con los machucones que deja la pulverización de las leyes y las formas en lo externo.

Olvidemos a la dirigencia, que justamente por su posición, responsabilidad y actitud general se erige como el principal actor de destrucción. Toda la cháchara sobre educación se estrella con la siguiente frase bestial, amenaza, discurso de barricada o delito directo. La educación requiere esfuerzo, amplitud, autoevaluación, amor por la objetividad, perspectiva y espíritu de duda, todos valores en fuga; no alimenta militancias ciegas ni sirve para crear una base electoral confiable (por lo dependiente) sino que más bien conspira contra todas estas cosas. Es básicamente imposible que la educación sea una prioridad política. La sociedad está librada a su suerte, y el tema es que no le encuentra la vuelta que debe empezar a buscar a nivel individual.

El riesgo anunciado es que pasemos el punto de no retorno. Que esta disfunción se arraigue en un sedimento más tenaz y nocivo que cualquier crisis económica. Que la insania y la violencia, definitivamente instaladas en el centro del pulpo, se filtren por las grietas a todos los estratos como un modus vivendi definitivo, y que ética, respeto o responsabilidad personal pasen a ser conceptos "de elite", esa misma que ya no existe. Un plan casi perfecto.


miércoles, 27 de noviembre de 2013

El bit irresponsable

¿Se acuerdan cuando para vender una computadora se apelaba a la "inteligencia" del consumidor?

"No quiero que el nene sea un nerd".

Explico mi shock más adelante.

Hace muchos años, en pleno boom hogareño de las computadoras de 8 bits, algunas escuelas empezaban con timidez a sumarse a la movida de la "computación". Me acuerdo de las revistas argentinas de la época y de las fotos en blanco y negro con filas de chicos sentados frente a pequeños televisores (tener monitores era un poco un lujo), todos en sus guardapolvos blancos, mirando la pantalla con caritas atentas y curiosas; los dedos sobre el teclado, sin rastro aún de un mouse o dispositivo parecido.

En aquel entonces rodaba la idea de que el que no supiera computación en el futuro sería un analfabeto. La noción vaga subyacente era que las computadoras serían tan, tan ubicuas, que quien no supiera manejarlas se vería básicamente imposibilitado de llevar una vida normal.

Casi treinta años más tarde, esa predicción se cumplió con creces en un sentido, y sólo en parte en otro. Las computadoras son ubicuas, más incluso de lo que se sospechaba entonces, pero el saber manejarlas no es tanto problema. Lo que sucede es que varió un poco lo que se entiende por saber manejar una computadora.

También había jueguitos!
Foto de la 1era Expo de computadoras antiguas en Chubut

Yo tengo un auto. Manejo desde hace años y tengo varios kilómetros encima, (aunque para desplazarme por la locura de la ciudad prefiero siempre el transporte público). Me considero un buen conductor. Soy prudente; siempre pongo el guiño al girar y prefiero quedarme atrás de los lentos antes que zigzaguear entre el tráfico. Sé dónde están la palanca del limpiaparabrisas y el botón de la baliza. Cuando abro el capó, sin embargo, me siento un inútil perdido en tierra extraña y hostil. Puedo ubicar el depósito de agua para el radiador, y hay algo grande que -me dicen- esconde un filtro. Hasta ahí llega mi conocimiento.

No estoy orgulloso de esta ignorancia, subproducto de mi absoluto desinterés por los autos. La molestia es más que nada porque soy de la idea de que cuando alguien utiliza o aprovecha mucho algo, tiene que tener una idea mínima de cómo funciona. Ese conocimiento es algo más que mera información; cuando se comprende lo que se utiliza se gana una mayor perspectiva, y casi siempre un mayor respeto o cuidado que termina en beneficios netos para uno y los semejantes. No quiero decir con esto que deberíamos saber de todo, que es imposible. Pero sí me parece una actitud saludable y útil a aplicar en cualquier área de la vida.

La serie Whiz Kids, o el zeitgeist de una era mágica
Cuando en los '80 se hablaba de enseñar a los chicos a manejar una computadora, no se referían a interfaces, iconos o menúes. Se hablaba de programarla. Todas las primeras compus venían de fábrica con un lenguaje instalado, normalmente BASIC, que había que dominar para poder sacarles el jugo.

Por supuesto, existían los cartuchos y las aplicaciones en cassette o disco. Pero el potencial inmenso encerrado en la computadora sólo podía concretarse a partir de la planificación de una secuencia correcta de instrucciones, y la escuela apuntaba, correctamente, a poner esa capacidad en manos de los chicos. Saber comunicarse con la compu era en cierto modo acceder al lenguaje de la creación, aunque estuviera acotada en una pantalla, o a lo sumo se extendiera a algún periférico. Ese poder creativo era, y sigue siendo, una especie de magia.

Uno de las principales herramientas que existían entonces para desarrollar ese poder arcano era el Logo, el famoso y didáctico lenguaje de la tortuguita. La versión más popular por estas tierras fue la de la Talent MSX, una máquina atractiva, ideal para la escuela, con un BASIC sencillo y un sistema operativo de disco aún mejor. Al recibir instrucciones que le indicaban por dónde ir, la tortuguita se movía, obediente, creando formas a su paso. Ese simple proceso bastaba para que el niño pudiera zambullirse sin saberlo en conceptos afines al pensamiento lógico, ejercitando la habilidad de subdividir los problemas en pasos secuenciales.

Mirando aquellas viejas fotos y sobre todo aquellos viejos sueños, y viendo hoy la industria inmensa de la informática, con netbooks repartidas de a millones y touchscreens al alcance de bebés, no puedo dejar de pensar que algo muy importante se quedó en el camino y que, 30 años después, no sólo no avanzamos sino que hemos retrocedido en un aspecto fundamental.

El otro día Santi 13.0, que ha crecido entre computadoras e información, me preguntó si sabía lo que era un bit. Fue como si me hubiera preguntado qué era un acento (y la antigua analogía con el analfabetismo nos da hoy lugar para hacernos una panzada. ¿No tenemos en mano las últimas cifras educativas, espantosas todas? Y en la calle, ¿no se están dejando de lado cada vez más las reglas ortográficas? Puedo programar en algunos idiomas y hablar con soltura en dos, leer tres más, pero aún así a veces me cuesta descifrar lo que escriben algunos teens y adultos de hoy).

Pasamos a otra escena. La madre de un compañerito casi da un salto cuando me escucha sugerir que los chicos deberían aprender programación en la escuela. "Pero yo no quiero que el nene sea un nerd", responde, horrorizada, con más o menos palabras. Lo que estamos viendo es la carencia en acción, un ejemplo autoincluido: se desconoce, y por ende se entiende mal y se rechaza lo que se desconoce. Aprender programación no quiere decir estar pegado a la pantalla escribiendo ceros y unos o pasársela haciendo cálculos complejos. La programación en esencia es una técnica de resolución de problemas. Cualquier analista de sistemas sabe que las aplicaciones reales son múltiples, ya sea que involucren computadoras, tarjetas perforadas o simples cajones de fichas. Y por supuesto que abarca a los problemas orgánicos. Aprender a programar es una forma de aprender a pensar.

Un amigo me cuenta que en la clase de informática los chicos de su secundaria aprenden Word y Excel. Es verdad que son dos de las aplicaciones más populares del mundo y que se usan para casi todo, pero la mayoría de nosotros aprende a usarlas como resultado de la necesidad, a lo sumo en algún curso. Los chicos, me dice, reaccionan con apatía. Están para otra cosa. Me pregunto, ¿el objetivo será desanimarlos completamente?

El tema excede al fracaso de la enseñanza de ciencia y tecnología. La masificación del mercado y el inevitable desplazamiento hacia la facilidad de uso es, justamente, inevitable -- a nivel consumidor. Pero la escuela no tiene por qué seguir el mismo derrotero; de hecho tiene un rol muy distinto. Si se pliega a la movida de la accesibilidad mal entendida, si los maestros mandan a los chicos a buscar respuestas "en internet" (caso verídico), si para extender su propio mercado y meter más gente adentro la escuela reduce sus métodos a simplificar interfaces y contar todo en 140 caracteres y Likes, ¿quién queda para entender y manejar la complejidad de las cosas reales? Unos pocos quedan, esa es la respuesta.

Pero una de las consecuencias más importantes de esta huida hacia adelante, en mi opinión, es que al despegarnos cada vez más de los orígenes, y de la comprensión de los orígenes, es mucho más fácil dar las cosas por sentado. Es también mucho más fácil ser irresponsable.


I'll tell you the problem with the scientific power that you're using here: it didn't require any discipline to attain it. You read what others had done and you took the next step. You didn't earn the knowledge for yourselves, so you don't take any responsibility for it.
-- Ian Malcolm

Cuando uno trata de mejorar la salud, empieza por tratar de comprender mejor los procesos del cuerpo. Para entender el daño que causa arrojar al suelo el envoltorio del caramelo, hay que comprender cómo impactan los desperdicios en el medio ambiente. Saber qué es una célula, saber qué es un bit, son datos que probablemente no tengan mayor peso en nuestra vida cotidiana. Aún así, ambos forman parte de ese conocimiento de base que le da sentido y estructura a las instancias de más alto nivel, a nuestras cosas, pensamientos y actividades diarias. Y que determina, en definitiva, la calidad y supervivencia de los sistemas más complejos, hasta llegar a nuestro mismísimo planeta.

Ser un nerd no tiene nada que ver.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tu hijo debería ver esto

Hace un par de años me crucé con uno de los blogs más excelentes (sí) de Internet. Se llama The Kid Should See This.

Rion Nakaya es una diseñadora/fotógrafa con una pasión: cultivar la maravilla en los niños. Para eso, compila en su sitio una enorme colección de videos "para niños, pero no hechos para niños". Con el espíritu de un museo virtual - sus dos hijos, de 5 y 7 años, son los "curadores" que participan de la selección del material - el blog incluye videos sobre temas de ciencia, tecnología, naturaleza, arte, etc.; básicamente todo aquello que esté presentado en un formato lo suficientemente llamativo e interesante para la platea infantil.

Según sus propias palabras, la intención fue crear una plataforma para niños, padres y educadores donde el nexo fueran videos que tuvieran el poder de "iniciar conversaciones". Así, por sus páginas virtuales pasan animaciones, cortos, y pequeños documentales, muchas veces perdidos entre la parafernalia habitual.

But we don't underestimate kids around here.
-- Rion Nakaya

A modo de muestra, en su página de "About Us" encontramos un video sobre Ella Fitzgerald, otro sobre los tamaños relativos del universo (¡de 1977!) y una animación sobre los elementos. La página principal del blog exhibe un corto de la BBC sobre el tiburón peregrino, un mini-doco canadiense sobre la fabricación del acero, y un video timelapse de New Scientist que muestra la formación del embrión de un caracol.

La única contra del sitio para nosotros hispanoparlantes es que prácticamente todo el material está en inglés, y pocos incluyen subtítulos. Pero en muchos casos con las imágenes alcanza. Los adultos, por supuesto, pueden disfrutar de los videos junto a los niños a la par que los ayudan a entender, y seguramente aprenderán cosas que nunca sospecharon.

Que yo sepa, muy pocos logran aprovechar el contenido casi ilimitado que provee YouTube, Vimeo y similares para encauzarlo con fines educativos y recreativos. Mucho menos con el respeto y el amor evidente que trasluce este sitio. Que sea un emprendimiento espontáneo y sin fines de lucro no es un dato menor. The Kid Should See This es una pequeña joya que merece ser difundida.

jueves, 25 de abril de 2013

Oclocracia


Hace más de 80 años, el escritor inglés Aldous Huxley imaginaba Un Mundo Feliz (Brave New World, 1930).

Brave New World
 era una obra de ciencia ficción con una muy ingeniosa vuelta de tuerca sobre las clásicas visiones distópicas. La misma radicaba en que la sociedad del futuro no era dominada por los métodos represivos clásicos, sino por los diametralmente opuestos. En el mundo ficticio de Lenina Crowne (*), el Estado se encargaba de la distribución gratuita de pastillas de hormonas de placer, alentaba la promiscuidad y fomentaba el consumo indiscriminado de objetos e imágenes. Sometidos a una satisfacción constante, los ciudadanos descritos en la novela funcionaban en rutinas prediseñadas, hablaban trivialidades y en general demostraban una individualidad prácticamente nula. Me parece notable que el libro haya sido concebido por Huxley como una parodia de las utopías populares de su época y en especial de las de H.G. Wells. Este último autor había explorado temas similares a los de Un Mundo Feliz en La Máquina del Tiempo (The Time Machine, 1895), con la diferencia de que la apatía eterna de la sociedad hedonista de los Eloi ya había pasado de la mera respuesta a una influencia externa para convertirse en endógena: no era necesario un Estado para oprimir al individuo porque ya no existían individuos, y los Morlocks sólo tenían que atraerlos a sus mataderos subterráneos con sirenas (de la variedad mecánica, no homérica, aunque el efecto buscado fuera el mismo) sin preocuparse por la posibilidad de que entre los Eloi surgiera un solo pensamiento disonante.

((*) Los que recuerden la película El Demoledor (Demolition Man,1993), notarán tal vez las similitudes nada casuales con la sociedad pacífica a la que arriban el policía de Silvester Stallone y el villano de Wesley Snipes. El personaje de Sandra Bullock se llamaba, justamente, Lenina Huxley. Es raro encontrar en el cine ejemplos de este tipo de distopía "del bienestar", pero uno de los más recientes sería la audaz Wall-E (2008))

Cuando se publicó Brave New World todavía no habían eclosionado los totalitarismos más gigantescos y destructivos que conociera la humanidad. De hecho, se dice que Huxley encontró la inspiración para su libro observando simplemente el positivismo consumista que prevalecía en la sociedad norteamericana en las vísperas de la Gran Depresión. Le preocupaba la facilidad con que las comodidades se daban por sentado entre la gente y por cómo esta "subestimada tendencia a la distracción" podía ser aprovechada por gobernantes malintencionados.

En el desarrollo de esta política, sólo se tiene en cuenta de una forma superficial y burda los reales intereses del país, dirigiéndose el objetivo de la conquista al mantenimiento de un poder personal o de grupo, mediante la acción demagógica en sus múltiples formas apelando a emociones irracionales mediante estrategias como la promoción de discriminaciones, fanatismos y sentimientos internacionalistas exacerbados; el fomento de los miedos e inquietudes irracionales; la creación de deseos injustificados o inalcanzables; etc. para ganar el apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la oratoria, la retórica y el control de la población. La apropiación de los medios de comunicación y de los medios de educación por parte de dichos sectores de poder son puntos clave para quien busca esta estructura de gobierno, a fin de utilizar la desinformación.
-- De la entrada en Wikipedia para Oclocracia

En 1958, Huxley publicó una secuela (en rigor, una colección de ensayos) a la que tituló Nueva Visita a un Mundo Feliz (Brave New World Revisited). Para entonces, el mundo ya había sufrido la experiencia de los absolutismos a enorme escala: ideologías belicistas como el fascismo y el comunismo se habían consolidado en versiones modernas y eficientemente sanguinarias que en conjunto extinguieron un estimado de más de 100 millones de vidas. No sólo eso: lo perturbador era que los genocidios habían contado con un notable apoyo popular en sus usinas de origen. Con semejante campo experimental a su disposición, Huxley pudo trabajar sobre el alcance de sus pronósticos y determinar hasta qué punto se habían cumplido o fracasado. Lo que descubrió fue que no sólo se había cumplido gran parte de sus predicciones, sino que se seguían cumpliendo y a un paso más acelerado de lo que él mismo había previsto.

En ese ínterin, ya se había publicado también el clásico de George Orwell, 1984 (Nineteen eighty-four, 1949), otra mirada sobre una distopía futurista pero de corte represivo, donde el Partido mantenía un control férreo sobre los canales de comunicación y las vidas de los ciudadanos, y practicaba una distorsión sistemática de la realidad por medio de la repetición constante de contra-valores; el "Ministerio del Amor" era el sitio donde se llevaban a cabo las torturas. El libro alcanzó un éxito tan grande y fue tan difundido que varias referencias se fueron incorporando definitivamente al lenguaje común, como "Orwelliano" y el mismo "Big Brother", que en la novela era el nombre del invisible líder del Partido que lo vigilaba todo. Corroborando tal vez irónicamente los viejos temores de Huxley, el concepto de "Gran Hermano" hoy se transmutó en un divertimento de masas frecuentemente acusado de convertir a los participantes en ratas de laboratorio triviales y cínicas. Y sin coacción mediante: son los mismos partipantes los que marchan gustosos al proceso de desafección con la zanahoria de un premio en metálico o simplemente fama. 

Tanto Huxley como Orwell, desde el carácter divergente de sus ficciones, entendían que la propensión despótica podía ser independiente de nombres, géneros o creencias, pero dependía de un elemento crucial sin el cual ningún totalitarismo podía existir, la no en vano llamada "madre de todas las batallas" entre los paralelos contemporáneos: el control de los canales de información. 

En su propaganda, los dictadores de hoy confían principalmente en la repetición, la supresión y la racionalización: la repetición de las consignas que desean que sean aceptadas como verdades, la supresión de hechos que desean que sean ignorados y el fomento y racionalización de las pasiones que puedan ser utilizadas en interés del Partido o del Estado.
-- Nueva visita a un Mundo Feliz, cap. IV: "La propaganda en una sociedad democrática"

Nuestra ilusión de permanencia nos juega en contra al evaluar la distancia que nos separa de estos y otros tantos abismos. Así vemos lo acontecido hace 60 ó 70 años como perteneciente a otro tiempo y lugar. No sólo eso; tendemos a ver los hechos más traumáticos en un contexto histórico como repentinos, y no como el resultado de procesos graduales, y por ende nos imaginamos capaces de detectar o parar a tiempo algo que en estos días sería "impensable". Esto es, una vez más, una ilusión que queda en evidencia cuando se advierten los signos de estas mismas tendencias latentes en nuestra vida de todos los días, al punto de que parecen esperar sólo la chispa correcta. Por tal caso, tampoco ha variado la situación con respecto a otros temas abordados por el libro, como el de la superpoblación (En este punto el panorama sigue siendo negro: el autor se espanta por el hecho de que entre 1930 y 1960 la población mundial haya aumentado de 2 mil millones a 2,8 mil millones. Cincuenta años más tarde, somos 6 mil millones y no hay ninguna certeza con respecto a una eventual desaceleración).

Pero si es tan fácil hacer futurología (y como se ve, los despotismos siguen prácticamente el mismo libro de texto sin importar la centuria), ¿por qué tropezar una y otra vez con la misma piedra? ¿Dónde están los hombres justos de la famosa cita atribuida apócrifamente a Jefferson? Si los males generados por la humanidad comparten varias características esenciales, también, es mi opinión, lo hacen las potenciales soluciones. Pero me parece evidente que el reconocerlos depende en buena medida de la habilidad que tenga la sociedad en general para distinguir el método bajo la multiplicidad de contenidos que pueden despistar, y así advertir el peligro antes de que tenga oportunidad de manifestarse a sus anchas. Todavía hay que pasar el filtro de las creencias y las ideologías, que siempre juegan un papel ilustre en el ascenso al poder de las organizaciones criminales. Tal es el poder de estos surcos mentales que incluso entre quienes han abrazado alguna visión sectaria en algún punto de sus vidas y hoy la han abandonado o reniegan, parece quedar un residuo que sigue afectando la visión de la realidad más contundente. Por ello considero que la mejor forma de eludir estas trampas es volver a lo básico: olvidarse de escribas, discursos y tomos, dejar de seguir a las mismas voces de siempre, y apelar simplemente a una intención honesta, una mente limpia y crítica, y un fin puro. Sin estas precondiciones, no hay realidad que no pueda ser distorsionada, ni crimen que no pueda ser justificado por los sofistas a sueldo: el dinero le dará forma definitiva a la racionalización del mal, no importa cuán grotesca sea la forma que adopte.

En estos días escucho revuelo ante la noción del "ir por todo" expresada por figuras supuestamente democráticas. Quizás lo que ha cambiado es la candidez con la que se reconoce el fin, pero en rigor toda secta, todo fundamentalismo, toda organización criminal va por todo. Enfrentarse a la irracionalidad violenta es un problema muy distinto al de lidiar con interpretaciones distintas, o visiones en conflicto. Como dijo alguien, una mentira no es una opinión más. En este sentido comparto la perplejidad y la ansiedad de muchos ante este fenómeno, así como la confusión a la hora de pensar en soluciones concretas: ¿cómo se comunica uno con quien carece de códigos universalmente reconocidos como humanos? Más aún, ¿puede alguien pensar realmente que este es un problema político, y no previo?

La única herramienta legítima y efectiva que conozco para desbaratar estas amenazas, como tantas otras, está en la prevención via educación. Y lamento que la palabra evoque los sistemas educativos actuales, disfuncionales y muchas veces contraproducentes, porque está claro que estamos hablando de otra cosa. Ni hablar en nuestro país, donde enfermedades que se creían erradicadas vuelven a instalarse sobre los escombros del sistema: hoy de nuevo tenemos que luchar para que los colegios no inyecten ideología a los niños con métodos que eran siniestros ya hace 7 décadas. Pero diga lo que diga el cuadrito que encabeza este post, lo cierto es que el desarrollo intelectual o el tener un IQ elevado no son obstáculo para la malignidad y, en el peor de los casos, proveen el filo que necesita el cuchillo. Como alternativa, una educación que se enfoque en la relevancia del sentir y el pensar actuando al unísono, que se ocupe más de vaciar (desconstruir) que en llenar, con un foco puesto en el desarrollo de la empatía y el bienestar del conjunto (no declamado sino real), tal vez colabore para desmalezar ese espacio interior que debe estar limpio para dejar lugar a la manifestación de la intención pura. 

Pienso que una educación realmente útil debería partir de asegurar esas bases y de allí ampliarse en dos direcciones: interna y externa. El proceso debería fomentar la formación de individuos que se rijan por principios éticos, individuos incorruptibles no por impostura, sino por comprensión cabal de cómo se sirven las buenas intenciones. Sería difícil entonces que nuestras democracias, tan invocadas de la boca para afuera pero en definitiva débiles y anómicas, degeneren en las pantomimas oclocráticas de las que se ufanan tantos líderes con rasgos psicopáticos. El trabajo externo de esta educación se centraría en la supervivencia, y apuntaría a evitar que este tipo de mentes vuelvan a tener injerencia sobre el destino de millones de vidas.

El trabajo interno, por otro lado, apuntaría a entender cómo y por qué surgen este tipo de mentes, descubriendo tal vez el germen de estas tendencias agazapado dentro de nosotros mismos. Y ahí, como diría Keanu, "Whoa".


martes, 23 de octubre de 2012

La primera responsabilidad



Reflexiones sobre Una sociedad que no cuida a sus hijos, artículo de Fernanda Sández publicado hoy en La Nación.

Me gustó esta columna por lo dura, por la cantidad de verdades incómodas que pone sobre la mesa sin rodeos aunque sean obvias, por el lenguaje llano y directo. El tema es la desprotección infantil, pero no se queda sólo en denuncias externas. Va también al rol fundamental que juegan los padres, incluidos los trucos / autoengaños a los que recurren para no jugarlo. Y eso yo lo entiendo como punto de partida y consecuencia a la vez de una disfunción social: un orden ficticio e impracticable que exige tanto como limita; un "loop" de conductas y neurosis hereditarias.

Pero es que nuestra sociedad/cultura de hoy no ha evolucionado teniendo en cuenta a niños ni ancianos. "No Country for Old or Very Young Men". El sector adolescente está más atendido, pero sólo en apariencia: importa en tanto y en cuanto consuma productos o ideologías, que por supuesto son una misma cosa. No en vano veo una presión clara hacia una adolescencia arquetípica que se ejerce, a través de gustos y lenguaje seleccionado, tanto sobre adultos como sobre niños; el uno gana SMS gratis en su celular si llama a futuros clientes en el Día del Amigo, el otro debe tironearle de la manga al padre para tener su teléfono de la promoción Mi Primer Claro.

Para cuando el niño se ha transformado en un pequeño demonio de Tasmania que sólo piensa en su próximo "high" consumista -el próximo juego, Serenito, paquete de Club Penguin o video de Youtube-  ya hay un daño hecho. Pero primero tuvo que pasar por los padres, por lo menos aquellos que han aceptado a pies juntillas nociones externas (o peor, diseñadas) de normalidad sin mirar al niño y su desarrollo. La ausencia de una dirección paterna tiende a derivar en todo tipo de calamidades que se dan la mano, yendo de lo anecdótico a lo trágico con una velocidad escalofriante: no puedo olvidar a los bebés "guardados" en los baños de República de Cromañón.

Pero hay más. La crianza de un ser humano es la actividad más importante que uno puede encarar, pero demanda energías acordes. Pienso que no tener esto en claro de antemano es una receta para el sufrimiento de las partes involucradas. Tendría que funcionar como recordatorio no sólo de las prioridades que deben reorganizarse, sino de la tolerancia hacia las propias flaquezas. Estamos inmersos, al fin y al cabo, en una cultura/sociedad que reacciona cada vez con más violencia hacia cualquier noción de sacrificio, aunque sea mínimo. Me es difícil disociar esto de la tendencia a la búsqueda de soluciones instantáneas ante cualquier incomodidad, sea física o psicológica. Los tiempos naturales no son estos. Tal vez estas tendencias sean efectos secundarios negativos de la civilización, del delivery y del control remoto, que terminan transformándose en expectativas condicionadas. Pero si tenemos una sola oportunidad para observarnos, para practicar el estoicismo y la justipreciación de lo que es realmente importante, apliquémosla a observar y guiar a nuestros niños, y acomodemos nuestras conductas, hábitos y actividades en consecuencia; no al revés. Ellos son los primeros inocentes, los depositarios de nuestra historia, y al fin y al cabo no nos pidieron venir al mundo.