"The time has come," the Walrus said, "To talk of many things: Of shoes—and ships—and sealing-wax— Of cabbages—and kings— And why the sea is boiling hot— And whether pigs have wings."
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lunes, 16 de febrero de 2015
Cuestión de escala
Muchos encuentran incómoda la idea de que la política es una adicción culpable. Pero lo es. Los políticos son adictos, y son culpables, y mienten y engañan y roban; como todos los yonquis. Y cuando sufren una crisis, son capaces de sacrificar lo que sea y a cualquiera para alimentar su hábito estúpido y cruel, que no tiene cura. Así es el pensamiento adictivo. Así es la política, especialmente durante campañas presidenciales. Es entonces cuando los adictos buscan capturar puntos estratégicos. No les importa nada más. Son salmones, y deben desovar. Son adictos".
-- Hunter S. Thompson (1937-2005)
Hunter Thompson fue, entre otras cosas, el creador del periodismo "gonzo", o lo que dio en llamarse el New Journalism. Despreciaba la objetividad periodística y la calificaba como una "contradicción pomposa"; sin embargo pienso que su versión de lo que es un político y lo que es la motivación política se nutre, paradójicamente, de una mirada tan objetiva como descarnada sobre un mecanismo ordinario. Y también de su propia experiencia: él mismo se definía como un yonqui político.
Ciertamente no hay razón para pensar que la política se mantiene al margen a las fuerzas que condicionan toda actividad humana. Al menos mientras la sigan ejerciendo hombres y mujeres. Pero dar el siguiente paso, enfocarla abiertamente desde el lado de la compulsión, puede explicar muchas actitudes, expresiones, situaciones y hasta tuits de la así llamada política local(*), que para muchos de nosotros son absolutamente inexplicables al entendimiento, por no hablar del feedback alarmado —luces, banderas rojas y todo— que recibimos de aquello que llamamos sensibilidad.
Cerca del final de Duro de Matar, un Bruce Willis perplejo descubre que aquellos terroristas que habían tomado el edificio a sangre y fuego, envueltos en demandas políticas, terminaban siendo criminales comunes en busca de la caja fuerte.
Tomemos la afición de muchos políticos por envolverse en causas y retórica, que en un sistema funcional serían a todas luces innecesarias. En vista de la experiencia local, me parece razonable atribuirles una intención de malignidad directamente proporcional a la virtud de las consignas declamadas, sobre todo si la arenga involucra alguna mención a la "historia", o peor aún, cómo entrar en ella.
Pero por supuesto que "malignidad" es en sí una palabra cargada que sólo tiene sentido si se mide contra un conjunto consensuado de parámetros que se sostienen sobre la noción del libre albedrío. Y aunque a los culpables les asignemos una agencia, aunque cada gesto sobrador aturda, aunque la perversidad indigne, conviene recordar la lectura de Thompson.
Si el poder corrompe, no está claro. Tal vez simplemente subraya vicios preexistentes y permite que se desarrollen con libertad y mejores herramientas. Pienso que conviene alejarnos del producto acabado, que puede ser irreversible, y acercar las miras a las raíces.
Pues aunque no todos nos dediquemos al crimen desde la política, y no soñemos con quedarnos con un centavo ajeno, todos podremos reconocer en nuestra psique una parte no examinada y poco agradable, que nada corriente arriba para desovar, en forma mecánica, buscando su próximo fix. Tal vez en comparación con los hechos que nos sacuden a diario sea una insignificancia. Pero el hábito es el que pavimenta cada viaje de ida, y le agrega cada vez más carriles.
(*) Uso la palabra "política" en un sentido muy flexible cuando me refiero a la local. La política exige una dinámica de relaciones fluidas sobre una mínima base de entendimiento. No puede existir cuando se interpone un quiste impenetrable; sea ideológico, religioso o militar. Órdenes verticales, militancias fanáticas, "lealtades" y aprobaciones a libro cerrado, todas desarrolladas abiertamente y a plena luz del día: en este contexto la política sólo puede ser una pantalla; una coreografía, una puesta en escena más.
jueves, 22 de enero de 2015
Zeitgeist, según Yeats
La Segunda Venida
Girando y girando en espirales crecientes
El halcón ya no escucha al halconero;
Las cosas se derrumban; el centro no resiste;
Pura anarquía se desata sobre el mundo,
Rebosa la marea, turbia de sangre, y por doquier
Ahoga la ceremonia de la inocencia;
Los mejores carecen de toda convicción, y los peores
Están llenos de intensidad apasionada.
Alguna revelación debe de estar cerca,
La Segunda Venida debe de estar cerca.
¡La Segunda Venida! Apenas pronunciadas las palabras
Una vasta imagen del Spiritus Mundi
Empaña mi visión: un páramo de arena desierta;
Una silueta con cuerpo de león y la cabeza de un hombre,
De mirada vacía e inmisericorde, como la del sol,
Mueve sus lentos muslos, y a su paso aletean
Las indignadas sombras de las aves del desierto.
Cae la oscuridad una vez más, pero ahora sé
Que la cuna al mecerse irritó veinte siglos
De sueño pétreo, que despertó pesadilla,
Y ¿qué extraña bestia, llegada su hora al fin,
Se arrastra lenta hacia Belén, para nacer?
===============================================
THE SECOND COMING
Turning and turning in the widening gyre
The falcon cannot hear the falconer;
Things fall apart; the centre cannot hold;
Mere anarchy is loosed upon the world,
The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere
The ceremony of innocence is drowned;
The best lack all conviction, while the worst
Are full of passionate intensity.
Surely some revelation is at hand;
Surely the Second Coming is at hand.
The Second Coming! Hardly are those words out
When a vast image out of Spiritus Mundi
Troubles my sight: a waste of desert sand;
A shape with lion body and the head of a man,
A gaze blank and pitiless as the sun,
Is moving its slow thighs, while all about it
Wind shadows of the indignant desert birds.
The darkness drops again but now I know
That twenty centuries of stony sleep
Were vexed to nightmare by a rocking cradle,
And what rough beast, its hour come round at last,
Slouches towards Bethlehem to be born?
Girando y girando en espirales crecientes
El halcón ya no escucha al halconero;
Las cosas se derrumban; el centro no resiste;
Pura anarquía se desata sobre el mundo,
Rebosa la marea, turbia de sangre, y por doquier
Ahoga la ceremonia de la inocencia;
Los mejores carecen de toda convicción, y los peores
Están llenos de intensidad apasionada.
Alguna revelación debe de estar cerca,
La Segunda Venida debe de estar cerca.
¡La Segunda Venida! Apenas pronunciadas las palabras
Una vasta imagen del Spiritus Mundi
Empaña mi visión: un páramo de arena desierta;
Una silueta con cuerpo de león y la cabeza de un hombre,
De mirada vacía e inmisericorde, como la del sol,
Mueve sus lentos muslos, y a su paso aletean
Las indignadas sombras de las aves del desierto.
Cae la oscuridad una vez más, pero ahora sé
Que la cuna al mecerse irritó veinte siglos
De sueño pétreo, que despertó pesadilla,
Y ¿qué extraña bestia, llegada su hora al fin,
Se arrastra lenta hacia Belén, para nacer?
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THE SECOND COMING
Turning and turning in the widening gyre
The falcon cannot hear the falconer;
Things fall apart; the centre cannot hold;
Mere anarchy is loosed upon the world,
The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere
The ceremony of innocence is drowned;
The best lack all conviction, while the worst
Are full of passionate intensity.
Surely some revelation is at hand;
Surely the Second Coming is at hand.
The Second Coming! Hardly are those words out
When a vast image out of Spiritus Mundi
Troubles my sight: a waste of desert sand;
A shape with lion body and the head of a man,
A gaze blank and pitiless as the sun,
Is moving its slow thighs, while all about it
Wind shadows of the indignant desert birds.
The darkness drops again but now I know
That twenty centuries of stony sleep
Were vexed to nightmare by a rocking cradle,
And what rough beast, its hour come round at last,
Slouches towards Bethlehem to be born?
William Butler Yeats (1865-1939)
viernes, 18 de julio de 2014
Música de viernes: So geh'n die Gauchos
Atrás ha quedado un nuevo mundial de fútbol, y tengo que decir que estuvo entre los más entretenidos que recuerde. Muchas sorpresas, gran despliegue de habilidad en el campo, muchos momentos de tensión notable y definiciones de último minuto, y algunos resultados absolutamente shockeantes, con grandes potencias eliminadas de inmediato y equipos menores con sed de victoria; todos fueron elementos de una copa memorable que siguió cumpliendo y ofreciendo emoción hasta el partido final.
Otra cosa es cómo se vivió desde este rincón del mundo, y ahí aparecen las figuritas de siempre, que no por ser repetidas son más felices. El entusiasta básico local (i.e., no el fanático) tuvo que tolerar el show biz acostumbrado, hoy con la venia de haberse convertido en prioridad de Estado. Fue un mes ininterrumpido de parafernalia chauvinista, práctica sistemática de argumenta ad populum y pensamiento mágico y celebración desembozada de valores tribales, todo desfilando sin parar, 24/7 y con el dial clavado en "11" por cuanto medio de comunicación ha sido creado por la criatura humana, que hoy son muchos.
Ahí estaban Gillette y Claro en cada pausa de Youtube, apuntalando con voz cálida y cortina musical de crescendo épico las escenas en cámara lenta de fans en pleno rapto de euforia y/o llanto desconsolado, o de chiquitos agitando banderas -siempre una imagen conmovedora-, y explicándonos cómo el fútbol, entre otras sorprendentes cualidades terapéuticas, nos hace "mejores argentinos". Una afirmación un tanto extraña, pero cuando uno está inmerso en plena coprofagia acrítica inducida por marcas y corporaciones millonarias, ¿quién va a detenerse en mezquindades semánticas?
Además pasa en todo el mundo. Hasta aquí, eso.
Pero tal vez el residuo más tangible de este bombardeo incansable haya sido una cancioncita insidiosa dirigida a nuestros vecinos brasileros, que nació aparentemente como uno de esos salmos de cancha con melodía pop prestada y que terminó saltando a una fama fulminante. Empezó a salir hasta en la sopa Knorr. La cantaban chicos y gente grande, por poner un adjetivo. Y se hizo tan y tan popular que se convirtió en desafortunado himno de la copa 2014. Tanto fue así que hasta los granaderos se le animaron, por si los creativos de las agencias y los otros "creativos" detrás del pibe que nunca ganó un Mundial y su abuelo pornográfico no hubieran reforzado lo suficiente esa idea de patria=fútbol como lubricante, siempre increíblemente efectivo, para vender productos caros o ideas baratas.
Pero la suerte del cántico lo selló, por sobre todas las cosas, el ingrediente infaltable de tantas de nuestras producciones populares: la viveza criolla y la gastada. Una inocentada no habría pasado a mayores. Fue ese rasgo que nos hace tan adorables y, sobre todo, tan confiables cuando se trata de golpearse el pecho por el motivo que fuere, mucho más representativo que los paños coloreados. Ese rasgo que se brinda con tanta generosidad en un sentido unidireccional, pero que se rechaza con desprecio e ira cuando algún insolente pretende una devolución. ¿Qué quieren, loco? Hay que ser buenos en algo.
Los muchachos respondieron al llamado del mantra con presteza inusual, y en esa sí que le doy la razón a las hagiografías futboleras que destacan los beneficios para la unión del clan: ancianos y niñitos, vírgenes futbolísticos o barrabravas, oficialistas y opositores, se prendieron absolutamente todos.
Convendrá tal vez marcar posición. Para mí, aún entendiendo y aceptando de buena gana esta dramatización moderna, aún alentando a los 11 gladiadores que hoy pelean con pelota frente a nuestro coliseo virtual y agradeciendo -en el fuero íntimo- que estas cosas no se resuelvan ya sanguinariamente en la arena, el mayor gozo es descubrir que todo sigue siendo un juego. Por eso el deleite de las anécdotas que nos traen a tierra como, por ejemplo, enterarme de que Klose y Biglia, lejos del drama y la batalla, juegan tenis juntos todas las semanas. Por contrapunto, las líneas que dividen la realidad de la ficción y que inevitablemente se difuminarán frente al cóctel de pasiones e intereses económicos me generan una serie de cosas que van desde el desagrado al pavor, según se van revelando las distintas implicancias.
¿Qué pasa con la música, entonces? Pues que el popularísimo cantito de marras, como puntualmente reportaron los medios, se apropió de la melodía de ese temazo de Creedence, Bad Moon Rising. Y aunque el recuerdo de su versión futbolera me persiga ya de por vida, me parece que lo divertido, sobre todo en retrospectiva y viendo cómo terminó el Mundial, habría sido que alguno de sus cultores locales se hubiera detenido a examinar la letra del tema original, que terminó pisoteada bajo la xenofobia soft y de cabotaje; porque tal vez ese fan atento habría podido advertir una cualidad premonitoria detrás del tono apocalíptico. Che paren, ¿alguien entiende de qué habla? ¿No leyeron la quinta estrofa?
Hubiera estado bueno. Porque inevitablemente llegó el tiempo de la schadenfraude.
Unos días después de la derrota final, se armó un escandalete cuando un grupo de teutones demostró una insolencia doble: nos gastaron después de habernos ganado. Inaceptable. Eso no lo pueden hacer. Acá la gastada arranca desde mucho antes de ganar o siquiera competir; y se intensifica cuanto más sufre el rival a manos de otros. No sólo eso; participan políticos, jugadores, granaderos, medios grandes y pequeños, multitudes autoconvocadas. La gastada con nosotros es distinta, porque nos define. Es una expresión más de esa pasión de la que hablan las publicidades que tanta plata invierten para justamente definirnos.
(Paréntesis para una brillante escena de Community que en apenas 18 segundos recorre algunos de los clichés que los publicistas argentinos abrazan sin ironías a la vista).
Por eso el privilegio es unidireccional y nuestro. A nadie acá se le ocurriría aguar la fiesta con alguna mención de escrúpulos, prudencia, modales o tonterías por el estilo a lá Der Spiegel. ¿Cómo se va a poner la prensa en contra? Sería como tirarse contra el dulce de leche. Contra la pasión, el alma, la garra, etc. Y definitivamente no sería amar a Argentina o a la bandera. Sería, más bien, como que todo lo contrario.
Así planteado el asunto, es lógico que surjan defensores a la altura. Y no hablo de Garay, o Rojo. Como para dejar en claro la gravedad de la infracción, un famoso relator recientemente galardonado por su labor periodística respondió al agravio tildando a los insolentes, lisa y llanamente, de nazis. Así, se responde al límite cruzado con munición de igual tenor. No hay que ir con chiquitas cuando se jode con el fútbol, o lo que es lo mismo, la patria.
En suma, es muy posible que el fútbol, como dice Gillette, nos haga mejores argentinos. El tema es si nos hace mejores personas. Ahí el jurado todavía no volvió al recinto, pero cualquiera sea el veredicto seguro que el Mundial no tiene la culpa.
Bad Moon Rising
John C. Fogerty
I see the bad moon arising.
I see trouble on the way.
I see earthquakes and lightnin'.
I see those bad times today.
Don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.
I hear hurricanes a blowing.
I know the end is coming soon.
I fear rivers over flowing.
I hear the voice of rage and ruin.
Well don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.
Hope you got your things together.
Hope you are quite prepared to die.
Looks like we're in for nasty weather.
One eye is taken for an eye.
Well don't go around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.
Don't come around tonight,
Well it's bound to take your life,
There's a bad moon on the rise.
sábado, 28 de diciembre de 2013
Velas
Cierta vez escuché referir que el pequeño Domingo Faustino Sarmiento, ya un lector voraz desde su niñez, solía esperar durante meses la llegada de libros de Europa en latín, francés e inglés (idiomas que había aprendido por su cuenta); los cuales, una vez en sus manos, consumía página tras página a la luz de la vela.
Desde hace unos días me permito la risible osadía de sentirme hermanado con aquel joven Sarmiento aunque más no sea en un aspecto: casi dos siglos después, redescubro el placer de leer bajo la lumbre de una llamita danzarina.
Tal vez porque llevo años imaginando escenarios de caos similares al actual -¿y hubo alguna crisis más anunciada que esta?- pero de mucha mayor intensidad, o por el esfuerzo que invierto en entrenarme para una vida menos dependiente de las distracciones modernas, la pérdida de internet o la compu no me afecta demasiado (el calor, lamentablemente, es otra historia). Simplemente muevo un switch mental y entro en modo offline, un poco lo que hago cuando paso unos días en la costa. Afortunadamente la transición es fluida. Es, tal vez, una de las tantas tácticas de supervivencia que adopto y que funcionan. La imagen del pequeño Sarmiento me ha ayudado siempre: seguramente a él no le habría afectado tanto perder el cable.
Vivir en un departamento de un piso alto tiene sus pros y sus contras. Por un lado, la perspectiva que brinda el asomarse a la ventana (el balcón, ay, es otro lujo que se añora) y apreciar la extensión del desmadre. Los gritos y puteadas que rebotan en la caja acústica que forman las paredes de edificios, terminados y a medio terminar, y que llegan al oído en estado prístino. El olor a humo que viene de las cubiertas que se queman en la avenida dos cuadras más allá, si uno tiene suerte de percibirlo (porque quiere decir que está soplando una mínima brisa). La interminable sucesión de pitidos y sirenas de bomberos, policías, ambulancias, o del auto que están intentando afanar en algún lugar de la boca de lobo en que se transformó la esquina.
Librado a las herramientas con las que uno nació, en la oscuridad, la reflexión surge más espontáneamente si uno logra distraerse de las gotas de sudor que resbalan por la espalda, el pecho, las sienes y mejillas. Los diarios y noticieros ya han registrado descripciones muy pintorescas y urgentes de la realidad que están viviendo miles (¿decenas de miles?) de personas en estos días de furia y récords térmicos. Y ataduras con alambre, por supuesto. No tiene sentido en seguir regodeándose en detalles o más efectos cuando el mensaje es claro.
Mirando desde el edificio, entonces, viendo a otros vecinos asomarse para boquear un poco de aire, no será la última vez que me pregunto por nuestra voluntad de entramparnos. De meternos en pajareras de cemento que con tanta facilidad se vuelven hornos de barro, que con la suspensión de un solo servicio pueden transformarse en cárceles tropicales de difícil acceso. Pero claro, aceptamos mucho más vejaciones cuando vivimos en una ciudad populosa. Y ese contrato implícito a mí me suena cada vez más ridículo.
Sin servicios, los edificios crujen. No fueron diseñados para eso. Están pensados para un sistema que funcione. Un poco como la república, o la democracia. Crujen ambas. Presuponen buena intención, y ese es el problema. Aquí también nos entrampamos una y otra vez celebrando o defendiendo diversas formas de insania, y después esperamos que las cosas salgan bien. Como todo efecto, la calidad de los servicios son una continuación natural de los estándares de quienes los gerencian o supervisan. Y por lo menos, los servicios tienen solución.
Alguna gente, decía el Comisionado Gordon, sólo quiere ver el mundo arder. Los botones de muestra que apenas esta semana se añadieron a la mercería que venimos acumulando fueron un par de ejemplares, tal vez más débiles, irascibles o simplemente más transparentes que el resto, que decidieron expresar su fino y sensible análisis sobre el tema; uno desde una posición pública, otro desde uno de los megáfonos subsidiados del poder político. Estos indiscretos serán tal vez reprendidos pero volverán a la manada, ya que lo grave no es el culto libre del hate speech que haría las delicias de Biondini, ni la lógica desquiciada de sus dichos; el tema es que lo dijeron en voz alta y en una época un tanto complicada.
Lo bueno de los embates de la adversidad es que vienen siempre acompañados de la oportunidad de perspectiva. Uno llega a apreciar realmente los momentos en que la luz vuelve, como una bendición, y eso que su situación no se compara con las de los miles (¿decenas de miles?) de indefensos que pasan varios días a oscuras y sin agua. Como en el caso de los saqueos, se pone de relieve la fina línea que nos separa de la Edad de Piedra y cuánto dependemos en definitiva únicamente de aquello que no podemos llevarnos.
Los problemas energéticos no son nuevos, y no se espera que cedan en un futuro cercano. Habrá que aguantar. Antes de que la carencia se convierta en crisis hay lugar, pese a todo, para el encanto en esta austeridad forzada. De nuevo esas pequeñas tácticas que se comparten con la descendencia. Llenar la bañera, administrar hasta el inodoro (if it's brown, flush it down; if it's yellow, let it mellow), meter objetos en la heladera de a lotes para no tener que abrir y cerrar. Y tener a los chicos leyendo codo a codo en silencio con uno es una experiencia que ni el cable ni la compu pueden reproducir.
Los problemas más cruciales y que realmente duelen son los otros, los llamados humanos. Otro punto de hermanación paradojal con aquel joven Sarmiento. La vela, de pronto, con sus silencios forzados, parece encarnar un rasgo de civilización. La barbarie grita en Twitter.
jueves, 5 de diciembre de 2013
El agridulce ocaso de las elites
Voy a aprovechar esta oportunidad para comentar dos eventos de esta semana que fueron notables no sólo por sus propios méritos, sino porque se combinaron como un brutal uno-dos a la mandíbula de algunas ilusiones de entre las tantas que construimos a diario para vivir y sobrevivir en Argentina.
Una de estas ilusiones refiere que el país tiene un nivel educativo más o menos bueno. Que zafa. Veo mucho de tradición en esta creencia, y de confianza en viejas glorias. Las justificaciones que oigo normalmente se escudan en ejemplos y comparaciones seleccionadas con cuidado entre aquellos casos que están aún peor. Curiosamente, esto se hace sin indicios de humor. No es raro que se remate con alguna verdad de Perogrullo, del tipo de que todavía "queda mucho por hacer", que parece poco más que una invocación a la misma gradualidad que actúa como narcótico y que viene hirviendo esta rana desde hace demasiado tiempo: la idea de que los problemas se van a ir solucionando, de que es todo una cuestión de recursos, de que en definitiva alcanza con tirar plata e infraestructura encima, o de que dichos problemas están totalmente divorciados de la paradoja de un contexto social diseñado para jugar perpetuamente en contra.
Las imágenes y testimonios que nos llegan de Córdoba pueden dar lugar a mil interpretaciones y/o lecciones. Por ahora, prefiero quedarme con la confirmación de varias sospechas con respecto a la presión que viene levantando el magma bajo las placas, junto con la constatación de que las "sensaciones" eran, por supuesto, proyecciones basadas en la realidad más evidente, dado que la Policía parece ser la última línea de defensa antes del colapso de la civilización, o por lo menos de la aparición de escenarios de Far West / Zombie Apocalypse modernos, completos con vecinos armados, puntos fortificados e intentos de linchamiento. Aunque la pregunta inmediata que me surge es, ¿no será que la civilización ya cayó, y la policía -o las leyes, o lo que queda de los organismos de cumplimiento- están solamente sosteniendo el tinglado?
Lo cierto es que removido momentáneamente el tapón de la fuerza pública brotan como un géiser los episodios de caos y destrucción, y desfilan las ya familiares imágenes de saqueadores cargando a los apurones cervezas, ropa, celulares, electrónicos y por supuesto LCDs (el artículo icónico, tal vez, de la concepción argentina de welfare y cuya sinergia con la recientemente designada necesidad básica nacional, El Fútbol, ilustra como pocos ejemplos el disloque que sostiene la pantomima), y usando como transporte lo que venga, sean autos, motos o carretillas.
La incómoda comprobación de que el tejido social del tan manoseado "pueblo" está tan destartalado que necesita presencia policial 24/7 para mantenerse en pie puede llevar a conclusiones rápidas que esconden escapes sutiles. Será por mi costumbre de mirar patrones y sistemas que desconfío de las compartimentaciones y tiendo a ver los fenómenos como una presión continua donde los hilos se cortan por las partes más finas. En otras palabras, me interesa más analizar un poco el caldo en el que se cuece este guiso particular, y sobre todo -sin nunca deslindar responsabilidades directas- en qué forma lo condimentamos aquellos que nos sentimos del otro lado de la raya que trazamos en el suelo.
Mi opinión, y estoy al tanto de su escasa originalidad, es que estamos viendo una expresión más de la disfunción nacional que tiene que ver con la bancarrota ética que sufrimos y celebramos con igual intensidad desde hace demasiado tiempo.
Si con el golpe a la mandíbula uno queda groggy no es tanto por el impacto puntual sino por la frecuencia con que se suceden imágenes similares a estas, como postales de un lugar extraño. No tenemos que buscar las instancias más impresionantes: las más reveladoras de hecho son las anodinas, las que asombran por lo triviales o innecesarias. Están por ello, creo yo, más cerca de la base del problema. Consideremos el ejemplo del camión de gaseosas que volcó en la ruta hace unos días. Las imágenes de TV mostraban cómo los autos paraban expresamente su marcha no para ayudar a la recolección, sino para hacerse rápidamente con un botín carbonatado.
Podemos imaginar una justificación probable, porque internamente mantenemos y curamos una base de racionalizaciones a mano, como una base de aperturas de ajedrez: las únicas perjudicadas son al fin y al cabo las empresas de gaseosas, y como son grandes y privadas son malas; ergo, afanarme una botella es justo, casi te diría heroico. Pongámosle un moño al razonamiento. Y si eso falla, es una botellita, che.
Tal vez nos gusta engañarnos con la idea de que el tamaño o el impacto de lo sustraido está en relación directa con la gravedad del hecho. Tal vez haya casos en que se justifique más tolerancia; la realidad sin embargo parece indicar que esta racionalización se usa libremente. En el seno de este pensamiento ejercitado una y otra vez está el mismo germen que dispara los hechos más graves cuando todo se reduce a una cuestión de escalas.
El nativo de estas tierras manifiesta tal amor por la transgresión indiscriminada (la que ya se hace por placer) que es prácticamente un estigma cultural, invisible de tan asimilado, que no distingue entre estratos, estilos de vida ni profesiones, y que se expresa desde el vandalismo endémico del espacio público hasta las declaraciones juradas de los que administran los destinos -e irónicamente, la situación fiscal- de millones. El condimento que habitualmente sella la decisión de encarnar una vez más el dicho "la ocasión hace al ladrón" es el de la pulsión consumista, que tanto se inocula para vender celulares como para terminar identificando a una persona con lo que posee o idolatra. Eventualmente, esas posesiones/idolatrías se convierten en fines últimos. Trofeos por los cuales vale torcer cualquier regla, o incluso matar o morir.
¿Es justo enfocarnos en los saqueos de Córdoba como un hecho aislado?
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NADA MÁS IMPORTA. Oliver Stone, de Salvador a sponsorear mensajes tóxicos para DirectTV. |
El test PISA puede tener sus problemas. Puede no ser óptimo para retratar correctamente procesos emergentes, como afirman sus detractores, y eso se corroborará o no en los años venideros. En otras áreas del informe, no relacionadas directamente con la evaluación de conocimientos, tropiezan también otros países desarrollados. Pero el impacto de la fotografía instantánea, de la afirmación "los chicos de 15 no entienden frases simples", es innegable y resquebraja esa ilusión perenne del argentino medio ilustrado, sobre todo si pensamos que todavía tenemos a nuestro alrededor los ¿últimos? coletazos de las generaciones que fueron educadas con otros estándares, y no tenemos mucha noción de lo que se nos viene encima.
La ficción y el oscurantismo que rodea a la educación en Argentina es similar a la que veo envolver a la ciencia y la tecnología. Pienso que tal vez convenga revisar más profundamente de qué hablamos cuando decimos "ciencia". A mi entender, no hay presupuesto ni show faraónico que disfrace la real vocación científica de un país que practica la distorsión -por mencionar una de las más populares- de índices esenciales como práctica sistemática: es nula. No podemos ni empezar, lo que parece ser la meta.
El interés por la ciencia es un subconjunto del interés por la observación objetiva de la realidad, y cuando en una sociedad este interés tiende a cero o es directamente negativo (se ocultan datos, se ataca la misma noción de objetividad, se alientan pasiones y frivolidades, se aplica lógica de facción, etc.) no hay mucho más que decir. Esta actitud está en la raíz de que "nada funcione", como reza la correcta percepción popular. Engañarse en este punto es no entender el principio que anima tanto a la ciencia como a cualquier búsqueda de la verdad. Es, en el mejor de los casos, estar hablando de otra cosa. En el peor, abrir una caja de Pandora.
Y hablando de intereses reales vs. ficticios, Guillermo Jaim Etcheverry una vez más da en el clavo con una frase sencilla: "Acá hay un desinterés por el saber", una versión más suave del desprecio por el conocimiento al que aludía en su famosa obra La tragedia educativa. No es necesario buscarle el pelo al huevo, la disfunción es de fondo. No hay interés por números reales, no hay interés por la realidad, no hay interés por el saber, y la conclusión incómoda es que no hay interés por cambiar la situación de nada ni nadie; sólo mantener la ilusión de remar en el vacío.
Conviene ser honestos con uno mismo y hacerse las preguntas difíciles. ¿Cuánto creemos en el valor del "saber" que menciona Etcheverry? Por un lado, para una enorme cantidad de personas el "saber" es una entelequia inútil, una distracción de beneficios difusos que no garantiza ni el nuevo celular, ni la cena afuera, las pilchas o el depto. Mucho menos el éxito -- prendamos el televisor para comprobarlo con más contundencia que mil libros de sociología.
Pero incluso entre los que intuyen algo más parece haber una enorme desorientación, rutinas -mandar a los chicos al cole entre ellas- que se siguen muchas veces por inercia pura. Como si el educar fuera una acción estrecha y mecánica que se terceriza a una institución, desconectada de toda planificación o entendimiento de la importancia estratégica que tienen ciertos conocimientos vitales para el desarrollo de un chico en una edad-esponja. Y no hablo de los de matemáticas o comprensión de textos, contenidos inocentes que no resuelven - no podrían- el problema real, sino de los que vienen adosados a aquellos en forma de esfuerzo, valores y virtudes cuya difusión y desarrollo nutren los aspectos más admirables de nuestra especie.
¿Valdrá la pena todo eso?
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La película de Mike Judge Idiocracy; mucho humor negro para retratar una sociedad futura en la que el saber decididamente ya no ocupa lugar |
Sigue Etcheverry: "Es sugestivo que la cantidad de alumnos con altos niveles de comprensión lectora sea sólo de 0.6 % en el país (2,5 % en la CABA, 13 % en Canadá, 25 % en Shangai), lo que demuestra que ni siquiera contamos con una elite a la que le interesa la educación." ¿Quién iba a decir que íbamos a lamentar no tener más elites? Aunque supongo que la idea era que desaparecieran porque todos nos habíamos puesto a su alcance, y no por el motivo contrario. De todas formas el concepto de élite es convenientemente vago y flexible. Hablemos, en cambio, de percentiles sobre bases de rendimiento uniformes, y tal vez descubramos que las elites de hoy eran los alumnos medios de hace unos años, y que no es que ellos avanzaron sino que el mundo entero dio un paso atrás. ¿Dejaremos entonces la semántica de lado? Las elites nunca fueron el problema real.
La rana se hierve. Los apologistas designados a tal fin llamarán a los fracasos manifestaciones de procesos estructurales en marcha, o algún eufemismo por el estilo. Existe una mínima chance de que tengan razón. Pero yo pienso que las fotografías escrachan cómo supuran los poros de una sociedad golpeada y con hemorragias internas. Que se corresponde con los machucones que deja la pulverización de las leyes y las formas en lo externo.
Olvidemos a la dirigencia, que justamente por su posición, responsabilidad y actitud general se erige como el principal actor de destrucción. Toda la cháchara sobre educación se estrella con la siguiente frase bestial, amenaza, discurso de barricada o delito directo. La educación requiere esfuerzo, amplitud, autoevaluación, amor por la objetividad, perspectiva y espíritu de duda, todos valores en fuga; no alimenta militancias ciegas ni sirve para crear una base electoral confiable (por lo dependiente) sino que más bien conspira contra todas estas cosas. Es básicamente imposible que la educación sea una prioridad política. La sociedad está librada a su suerte, y el tema es que no le encuentra la vuelta que debe empezar a buscar a nivel individual.
El riesgo anunciado es que pasemos el punto de no retorno. Que esta disfunción se arraigue en un sedimento más tenaz y nocivo que cualquier crisis económica. Que la insania y la violencia, definitivamente instaladas en el centro del pulpo, se filtren por las grietas a todos los estratos como un modus vivendi definitivo, y que ética, respeto o responsabilidad personal pasen a ser conceptos "de elite", esa misma que ya no existe. Un plan casi perfecto.
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