La placa madre (aka motherboard) que aparece clavada al árbol en la foto pertenece, o perteneció, al dueño de un local de reparaciones de electrónicos emplazado justo enfrente.
En algún momento del pasado cercano la placa fue tecnología de punta; se la celebró seguramente junto a sus hermanas como una iteración más del ciclo de Moore; se ufanó de superar con uno solo de sus chips a toda la capacidad informática de la misma NASA que puso al hombre en la Luna; hasta se permitió un toque de seducción con su moderno color rojo: hoy vale menos que nada.
Ni siquiera pudo reencarnar como reciclado, o donar algunas de sus partes a otros sistemas activos. Un cruel giro del destino quiso que terminara contribuyendo a la polución visual de una ciudad saturada de polución en demasiados sentidos.
Me gusta creer que el árbol también se queja en silencio.
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