"We few, we happy few, we band of brothers;
For he to-day that sheds his blood with me / Shall be my brother"
Henry V, Acto IV Escena 3
Kenneth Branagh tenía 28 años cuando saltó a un merecido estrellato tras dirigir y protagonizar su versión de Enrique V. Esta producción de 1989 contó con una puesta en escena fastuosa y un guión muy fiel al drama de Shakespeare; encantó a la crítica especializada, y le hizo frente a la hasta entonces indisputada versión de Laurence Olivier.
Mi opinión general es mixta. La película es a veces inaccesible (los diálogos son los originales shakespereanos), y a veces algo lenta, pero su ingreso en el panteón de los clásicos se justifica gracias a dos escenas específicas que cubren el evento central de la obra: la batalla de Agincourt.
Parte del conflicto conocido como la Guerra de los Cien Años, la contienda de Agincourt representó el primer gran choque de las tropas invasoras de Enrique V con los soldados franceses. La proporción de fuerzas favorecía abrumadoramente a los locales; sin embargo, al final del día los ingleses contaban apenas un par de cientos de almas menos, mientras que los franceses lamentaban la pérdida de una cantidad estimada de entre 7000 y 10000 hombres. Semejante desenlace no podía más que avivar la idea de que efectivamente Dios, ese día, había luchado del lado de los bretones.
Henry V tenía la misma edad que Branagh en el momento de la batalla. Tal vez eso influyó en la sanguínea interpretación del actor, que compone un Henry crudo, emocional, rebosante, que parece haber nacido hablando el inglés florido de Shakespeare. La fantástica escena del discurso previo es una excelente muestra de una arenga de las que a uno prácticamente lo mueven a buscar un casco y una espada y enrolarse inmediatamente.
El discurso recorre los lugares comunes del nacionalismo y la gloria, pero también pone un peso muy especial en los lazos de camaradería y la hermandad de por vida que subsistirá entre aquellos que sobrevivan a la matanza. Esta apelación al compañero de armas-hermano tuvo un gran eco contemporáneo en la laureada miniserie Band of Brothers, sobre todo en la entrevista final con algunos de los sobrevivientes auténticos de la WWII que recitan la famosa frase que encabeza este post.
Atención a un muy joven Christian Bale entre los soldados que escuchan la arenga del Rey.
La segunda escena que destaco no le va a la zaga a la anterior en emoción y grandiosidad. Terminado el combate y hecho el recuento de los caídos, Enrique ordena cantar el Non Nobis(*) y atraviesa el lodo del campo de batalla cargando con el cuerpo del personaje de Christian Bale, que ha resultado ser uno de los muertos del lado inglés. Son cinco minutos precisamente coreografiados en una sola toma y sin una sola palabra más que las el crescendo del coro, pero las imágenes lo dicen todo. El contraste entre la jovialidad de la encendida arenga previa y el saldo horrendo del conflicto no se le escapa al espectador ni al Rey de Inglaterra, según deja traslucir la gran actuación de Branagh.
Dos escenas brillantes que personalmente me recuerdan el poder del buen cine.
(*) Non nobis, Domine, non nobis Domine, sed nomine tuo da gloriam! (No es nuestra la gloria, Señor, sino que es en tu nombre)
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