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sábado, 9 de diciembre de 2017

Mini-review: Ex_Machina

Caleb (Domhnall Gleeson) encuentra por primera vez a Ava (Alicia Vikander), en una subyugante escena de Ex_Machina

Nathan: It's a closed loop?
Caleb: Yeah. Like testing a chess computer by only playing chess.
Nathan: How else do you test a chess computer?
Caleb: Well, it depends. You know, I mean, you can play it to find out if it makes good moves, but... but that won't tell you if it knows that it's playing chess. And it won't tell you if it knows what chess is.

Ex_Machina (2014), de Alex Garland, no solo es la mejor película que vi este año: puede ser además la mejor película sobre la interacción de humanos con IAs avanzadas que se haya hecho desde 2001 (2001: A Space Oddysey, 1968).

Ex_Machina es sci-fi destilada, calculada, casi kubrickiana, con diálogos y situaciones con filo propio y simbología –tanto la manifiesta como la lograda con recursos puramente cinematográficos– para diseccionar a gusto y piacere. No es *enteramente* impredecible, pero sí juega con las expectativas de la audiencia y se guarda varias pequeñas perversidades, todas ellas presentadas con un cierto halo de inevitabilidad y el mismo nulo efectismo de otra película notable: Bajo la Piel (Under the Skin, 2013).

En aquella, la inteligencia de la protagonista era extraterrestre, no artificial. Pero al evaluar capacidades indistinguibles de las de un dios, las diferencias son irrisorias. Ex_Machina lo sabe, y aunque no lo dice (su intención y su alcance son mucho más acotados), queda para el espectador descubrirlo, quizás tras examinar con más detenimiento el regusto amargo que deja el final.

4/5

viernes, 14 de agosto de 2015

¿Cuál será tu estado en el muro cuántico?


El oportuno título del artículo de Karen Eng en el blog de TED.com –The Jaw-Dropping Promise (and Brain-Twisting Challenge) of Quantum Computing– prepara al lector para lo que es un nuevo viaje a la tierra de lo anti-intuitivo, como suele ser todo lo que se relacione con la cuántica.

En general uno puede aceptar que en el terreno conceptual existan las locuras que uno quiera. Al fin y al cabo, para nuestras menudencias diarias, un fotón tiene tanta tangibilidad y relevancia como un hada, ni hablar de su comportamiento contradictorio.

Pero ¿una computadora? Es algo tan cotidiano que parece increíble. Un salto brusco de un mundo a otro, un vistazo a un continuum oculto del Teseracto. Una pesadilla de Schrödinger.

Absolutamente todo lo que vemos en el espacio informático se basa en el concepto de bit; el ladrillo mínimo e indivisible de la creación digital, que puede tener dos valores discretos.
Lo que se busca ahora es que las partículas respondan a "phenomena" cuánticas tales como la superposición, lo que permitiría convertirse en "bits" capaz de representar ambos estados... a la vez:

La computación cuántica promete mucha más potencia en paquetes mucho más reducidos. Esto funciona así: en una computadora corriente, el soporte físico es un chip, y la información se codifica en bits por medio del sistema binario; un bit es o bien un 1 o un 0. En una computadora cuántica, el soporte físico es un átomo, llamado un qubit, y la mecánica cuántica permite a un átomo ser un 1 y un 0 al mismo tiempo.

Este "simple" truco permitiría superar en poder a cualquier computadora conocida y por conocer en el futuro cercano, si seguimos la curva de la tecnología convencional. El problema no afecta sólo a la capacidad de proceso, sino –curiosamente– al espacio disponible. Como afirma Jonathan Home, del Instituto de Electrónica Cuántica:

"Si un problema supera en apenas un dígito la capacidad de tu supercomputadora actual, vas a necesitar una del doble de tamaño. Eso pronto se vuelve incontrolable".

Eso sí: el nuevo chiche sería muy rápido.

"Gracias a su diseño, una computadora cuántica puede resolver en una semana, o tal vez un día, un problema que a una supercomputadora le llevaría la edad del universo entero".

La nueva ENIAC?
(Lo interesante es que al menos una empresa YA ha anunciado el lanzamiento comercial de su primera computadora cuántica. En 2011, la compañía privada D-Wave Systems firmó un multimillonario contrato con Lockheed Martin por la compra de una D-Wave One. El contrato incluye la colaboración a varios años en el desarrollo de futuros modelos. Los primeros informes señalan que en principio la máquina se orienta a la resolución de problemas específicos mediante operaciones limitadas; algo así como un sistema RISC de tarjetas perforadas que abriera una nueva era de la informática. Hoy por hoy, aparte de quedar claro de que la D-Wave no corre Windows, la controversia está instalada en los reparos lógicos de observadores independientes, como NASA, Google o la comunidad científica en general, frente a las afirmaciones de la compañía: si los chips de la D-Wave son realmente cuánticos –como afirmaba un artículo publicado en Nature en 2011– hasta qué punto confía en tecnología convencional, cuáles son los beneficios reales en velocidad, etc. La cosa está envuelta en un escepticismo similar al que –con razón– recibió a los primeros informes de clonación humana hace unos años).

Volviendo a los qubits. ¿Cómo diantres se manipulan átomos para que se ordenen y formen un circuito previsible? Bueno, congelándolos y arreándolos con un buen láser, por supuesto, porque a esta historia le faltaban más condimentos de ciencia ficción pulp. El problema parece ser que las pruebas de concepto que vienen entusiasmando a los científicos hasta ahora se han limitado a manejar una decena de átomos, y con eso no alcanza:

Una máquina cuántica completamente funcional requiere alrededor de un millón de átomos, y es muy difícil predecir cuándo podremos trabajar con semejantes cantidades.

Pero una de las ventajas de estar en pañales y gateando es que nos permite soñar con un mundo nuevo cuando nos pongamos de pie:

Otra posibilidad es que descubramos una física nueva a medida que vayamos construyendo sistemas más grandes, pero aún no tenemos idea de qué podemos encontrarnos.

Niels Bohr dijo una vez: "Si alguien no queda estupefacto frente a la teoría cuántica, es que no la entendió"

Yendo al tema de las aplicaciones potenciales de semejante tecnología, el artículo menciona la posibilidad de –finalmente– predecir el clima con precisión, calcular estructuras moleculares... o terminar con cualquier barrera de protección de datos. Esto, claro, es la mala noticia: una herramienta tan poderosa necesariamente va a generar preocupación por sus posibles usos negativos. Pero Home introduce una reflexión muy sabia:

"Es muy probable que destinemos las computadoras cuánticas a usos que aún no hemos siquiera imaginado", afirma Home. Después de todo, las computadoras clásicas fueron creadas para calcular trayectorias de proyectiles y descifrar códigos, no para hacer procesamiento de texto o escribir en un muro de Facebook. "A veces es peligroso limitarse a uno mismo diciendo "yo sé el uso que se le dará a esto".

Hay algo que encuentro fascinante en esto de comenzar a utilizar herramientas cuando apenas entendemos cómo funcionan ellas mismas. Pero una mirada a la historia global de la humanidad revelará que al fin y al cabo es lo que hacemos todos los días cuando abrimos los ojos, extendemos los dedos o creamos vida. Al nivel en que nos comunicamos y actuamos, somos pasajeros involuntarios de un proceso que ya estaba en marcha mucho antes de que siguiera fuéramos un plan, y que empezamos a querer descifrar hace apenas un parpadeo cósmico.

Fuente | ideas.ted.com

viernes, 1 de noviembre de 2013

Gravedad: Earth below us, drifting, falling


Quiero decir de entrada que Gravedad (Gravity, 2013) es una película que *exige* verse y disfrutarse en 3D. Seguro, la frase es un lugar común, pero insisto: véanla en 3D. En el caso de Gravedad, una sala 2D convencional puede recortar demasiado la experiencia.

El argumento: Sandra Bullock y George Clooney son astronautas que están cumpliendo una misión de rutina para la NASA, arreglando un problemita con el Hubble en la órbita terrestre cuando algo, claro, sale mal. Eso es todo lo que voy a decir sobre la historia, que de todas formas es bastante leve. Lo que importa aquí es el espectáculo.

El ritmo de la película es bastante medido para los estándares de un film de alto presupuesto. Cuando arranca, sin embargo, la acción es siempre visceral. Gravedad es una película de estómagos retorcidos y palmas húmedas. Bajo la dirección de Alfonso Cuarón, quien también guionó, la cámara serpentea entre los personajes y las cosas con la fluidez de un astronauta más. Como una versión extendida e hiperdimensionada de la famosa escena del auto de Hijos del Hombre (Children of Men, 2006), pasamos de contemplar las estrellas a mirar a Bullock de frente, y de un zoom in interminable rotamos a las estrellas de nuevo, pero ahora estamos adentro del casco de la actriz, mejilla a mejilla, todo en una toma continua. El paso de la agarofobia a la claustrofobia se maneja con idéntica elegancia. Mucho más que vitrina para virtuosismo gratuito, el 3D aquí es un componente esencial para la inmersión, a diferencia del simple gimmick al que se ve reducido en la mayoría de los blockbusters hollywoodenses.

Esto no quiere decir que Gravedad no sea un blockbuster hollywoodense, que lo es: u$s 100+ millones de presupuesto invertidos en efectos especiales que se ven tan absolutamente extraordinarios como naturales, y un par de los actores más populares del planeta. Sucede que también está permeada de sensibilidad indie, sin grasa ni hidratos de carbono, con largas pausas, silencios profundos, ciencia dura, y una tenacidad admirable para mantenerse dentro de los parámetros de la lógica del mundo real a expensas, pienso yo, de una mayor accesibilidad. Sólo un evento cerca del tercer acto de la película me hizo dudar, y temí que todo derivara en sacarina pura y con un final a lo Bruce Willis, pero resultó ser un pequeño giro, un amague que no por ser un poco predecible fue menos brillante. Gracias, Cuarón.

Sandra Bullock y George Clooney deben terminar las reparaciones antes de lo esperado en Gravedad

Entre las influencias que pude reconocer destaco por supuesto la de 2001 (2001: A Space Odyssey, 1968), al menos una tensa escena de 2010 (1984), y mucho de Mar Abierto (Open Water, 2003), y hasta aquella gran canción de Peter Schilling. Tampoco puedo dejar de pensar en el cuento de Ray Bradbury que mencioné en un post-elegía a principios del año pasado, Calidoscopio.

The Dig: imposible no asociarlo
Hablemos brevemente de las estrellas, de esas que no son esferas de gas incandescente. Bullock, la sorpresa, deja atrás sus mohínes tradicionales y se transforma en una maravilla, pura fibra, control y vulnerabilidad; Clooney es... bueno, Clooney; el papel le pide la típica mezcla de cool y what-me-worry que lo hace básicamente indistinguible del Clooney de, digamos, El Pacificador (The Peacemaker, 1997)... pero una vez más, el conjunto funciona a la perfección. A todo esto, si alguna vez se realiza la versión cinematográfica de The Dig (1995) de LucasArts, ya tienen al actor para interpretar a Boston Low.

Finalmente, el film le otorga al rol del antagonista tanta importancia como a los actores principales. En esto también Gravedad es bastante inusual, ya que no tiene ni monstruos espaciales, ni computadoras esquizoides, ni villanos teatrales que suelten frases creadas en comité y ya premasticadas en cientos de comic books. No; en su lugar aparece Sir Isaac Newton, o, más bien, las leyes físicas que llevan su nombre. La presión impersonal que ejercen sobre los protagonistas, la forma en que gobiernan este reino silencioso y hostil con mano de hierro y sin margen de negociación, se transmite al espectador con contundencia pero sin que la película haga de ello una fuente de referencia constante (la exposición también está reducida a un mínimo), lo cual es otro de sus grandes logros. Los humanos, fuera de nuestro elemento, sólo podemos acatar en las buenas y tratar de agarrarnos a algo en las malas, y eso es todo.

"En el espacio, nadie puede oírte gritar" era el slogan de una obra maestra del género híbrido de ciencia ficción/horror de hace unos cuantos años. Gravedad no llega a ser un clásico. El argumento es tal vez demasiado directo y simple; la pequeña historia de redención que contiene no llega a levantar mucho vuelo. Pero aquel slogan inquietante reencarna hoy en una pantalla implacable que en todo momento devuelve en partes iguales espectáculo, tangibilidad y plausibilidad. Las audiencias modernas, muchas veces hambrientas de thrillers inteligentes y muchas veces frustradas, se merecen muchas más películas que tengan la misma consideración.


miércoles, 16 de octubre de 2013

Coincidencias I

Cor Stoop (izquierda) reunido con su dentadura.

Me dio por pensar en las coincidencias.

(No confundir con casualidades). Las hay para todos los gustos.
Están las pequeñas, del estilo "me leíste la mente, te estaba por llamar", o "¡estaba pensando justo en esa canción que estás tarareando!". También las medianas, donde las probabilidades se estiran bastante, del tipo "¡Cómo, vos también viniste a veranear esta semana a este pueblito en la Quebrada de Humahuaca!"

Normalmente, cuando narramos nuestro último episodio vinculado con alguna de estas dos categorías, nunca falta un aguafiestas entre la audiencia dispuesto a ilustrarnos con variadas y molestas - por lo banales, por lo poco románticas - explicaciones plausibles. Afinidad cultural. Implante subconsciente. Sesgo selectivo. Sesgo de confirmación. Una compleja red de factores intercausales que a nuestras toscas entendederas aparecen como poco menos que magia.

En fin, todo sería muy triste si no existiera una tercera categoría, la de las coincidencias más grandes, que no son tan fáciles de descular y que -nos gusta creer- pueden cerrarle la boca al presuntuoso.

Estoy convencido de que todos experimentamos al menos una mediana alguna vez. No me refiero a esos breves flashes de dejá vu que nos dejan aturdidos por unos segundos, convencidos de que ya pasamos por un determinado lugar, que en algún momento pretérito (siempre impreciso) ya hemos visto a esa persona cruzar el pasillo con ese gesto y ese andar exacto, o que ya escuchamos a ese amigo decirnos lo que nos está diciendo palabra por palabra, y con ese mismo café como telón de fondo, aun cuando sabemos que todo eso es imposible.

No, hasta donde sé esos destellos pueden ser simples trucos o glitches del cerebro que reordena los eventos vividos de una manera exótica, vaya uno a saber por qué. Si la mente es la que crea el tiempo, también puede mezclarlo un poco cuando falla algún contacto. Una explicación simple que de momento me sirve, por lo menos hasta que estos fenómenos dejen alguna huella en algún instrumento y alguien se tome la molestia de investigarlos.

Pero retomando, a medida que aumentan las variables involucradas en una coincidencia, merman las explicaciones plausibles. Me interesan las historias de coincidencias sorprendentes. Yo mismo guardo el recuerdo de un par experimentadas de primera mano que podrán ser menores, pero que custodio como si fueran trofeos y trato de mantener lejos de la mirada clínica del infaltable refutador de leyendas.

Como puede esperarse, el folklore internacional está lleno de historias de coincidencias fabulosas. Algunas cruzan la frontera de la popularidad y se convierten en leyendas urbanas. En lo personal tengo que agradecer a ese gran difusor de historias que fue Charles Berlitz (1913-2003), famoso autor de serios tratados sobre ovnis, apocalipsis, triángulos bermudeños y atlantes, entre muchos otros habitantes de la frontera entre la ciencia y la fantasía, y nieto del fundador de las academias Berlitz de idiomas (el mismo Charles Berlitz podía hablar en 30 dialectos distintos) por aquellos muchos momentos de maravilla de mi niñez y preadolescencia, incluso esos que como aprendería más tarde no tenían, ¡ay!, mucho asidero real.

La historia que me ocupa hoy cumple algunas mínimas condiciones de notoriedad, ya que en su momento fue difundida por Associated Press y se hizo bastante conocida en Europa. También apareció en algunos diarios de habla inglesa (por ejemplo el californiano Lodi News-Sentinel) y la encontré referenciada en un par de libros distintos. Queda en el lector, sin embargo, la opción de estimar su verosimilitud.

El suceso ocurrió en 1994. El protagonista era un pescador holandés sesentón bautizado con el fantástico nombre de Cor Stoop. Este veterano lobo de mar se hallaba en medio de un viaje de pesca en pleno Mar del Norte cuando el clima rudo y el vaivén de las olas decidieron confabularse con el almuerzo del mediodía y jugarle una mala pasada. Apremiado por las circunstancias, Cor no dudó en vaciar su estómago por encima de la barandilla del barco; pero la eyección del contenido ofensivo resultó ser tan violenta que se llevó también la dentadura postiza que engalanaba sus encías superiores. Era un Cor desdentado y frustrado el que regresó a su casa esa noche, pensando en el tesoro nacarado que ahora yacía en el fondo del mar.

Dos meses más tarde, ocurrió lo inesperado. El dueño de una tienda de pesca de Amsterdam, pescador también él, se encontraba trozando la faena del día anterior cuando al abrir al medio uno de los bacalaos capturados se llevó una sorpresa mayúscula. Entre las tripas del animal de casi 10 kg había aparecido una dentadura reluciente, y a todas luces humana. Perplejo, el hombre consultó con gente del lugar, y dio con un capitán que recordaba un caso de unos meses atrás; el de un hombre que había perdido una dentadura postiza por encima de la borda. Cor Stoop.

Como por entonces no sabían todavía su nombre, el comerciante decidió ir a una radio de Amsterdam y hacer público el aviso del hallazgo con la esperanza de dar con el dueño de los dientes falsos. Aquí las versiones no se ponen de acuerdo sobre si el que estaba escuchando la radio en ese momento era Cor mismo o su esposa; lo cierto es que el veterano acudió al llamado y se reencontró con sus dientes perdidos, a los que identificó inequívocamente al calzárselos con un ajuste perfecto. El bacalao había devuelto lo que no le pertenecía.

En ese año, el Ministerio de Agricultura y Pesca del Reino Unido estimaba la población de bacalao en el Mar del Norte en aproximadamente 200 millones de ejemplares.

¿Verdad? ¿Cuento de pescadores? ¿Asombrosa conjunción de eventos, astros y peces? Continuará...


viernes, 13 de septiembre de 2013

Otro paso hacia el Holodeck



Tómense un momento para ver el siguiente video. Es una demo tecnológica; el resultado de un desarrollo que está llevando a cabo un equipo de una universidad de California.

La persona que realiza la presentación está utilizando tres tecnologías distintas: por un lado el Oculus Rift (el dispositivo de realidad virtual que se viene), el Razer Hydra ("joystick" para dirección y posicionamiento virtual) y modelos fotorealistas obtenidos mediante el escaneado 3D de gente real.



Desde hace un tiempo me doy cuenta de lo difícil que es estar preparado para algunos cambios. Si lo pienso bien no debería sorprenderme tanto: cuántos grandes escritores de la ciencia ficción, que concibieron colonias interestelares, no llegaron a imaginar a Internet. En el mundo de la tecnología, decimos "en 10 años va a pasar esto", pero las cosas parecieran terminar ocurriendo mucho antes.

Las impresoras 3D son un buen ejemplo de uno de esos adelantos que nos agarran por sorpresa. Se crearon a mediados de los '80, pero para la mayoría de la gente son recién llegadas; es más, podría decirse que acaban de salir del reino de la fantasía, y en un parpadeo ya están prácticamente al alcance del consumidor. Se dice, incluso, que hoy mismo la capacidad e imprimir objetos útiles en el hogar (utensilios? tarugos para la pared? molduras?) puede amortizar el costo de la impresora en un año, o en meses. Y que el material apto para imprimir objetos va a poder ser eventualmente cualquier sustancia maleable, desde chocolate a tierra húmeda.

Pienso que shockea esta impertinencia de las computadoras por querer atravesar las fronteras de su mundo y pasar a crear y modelar en el nuestro así, con tanto desparpajo. El pacto de cotidianeidad con la compu incluía al Word, al jueguito ocasional, cada tanto alguna impresión bidimensional, pero aquí se están tomando el codo, ¿no? Curiosamente, con el Holodeck nosotros parecemos querer hacer el camino inverso y meternos en el mundo digital. Nos desesperamos por ser el próximo Tron. Tal vez percibimos este enroque, sin darnos cuenta, como un signo de tiempos por venir que nos inquietan. O tal vez sea simplemente que vimos demasiadas películas.

Pero teniendo en cuenta entonces nuestra apreciación imperfecta de los tiempos tecnológicos, ¿cuánto va a pasar hasta que los modelos del video sean capaces de interactuar más significativamente con los usuarios? Lógicamente entre los que ya están listos para subirse (y los que están espoleando el desarrollo) está la industria del entretenimiento, y por lo que se ve en el video, la industria del contenido adulto no puede estar muy atrás. ¿Veremos un The Sims 5, o el 6, ya en entornos virtuales?

Cada vez menos cosas son prerrogativa exclusiva de los humanos.
(Fuente: The Singularity is Near, Kurzweil, 2005)
Más aún, ¿cuánto va a pasar hasta que la interacción de los modelos humanos con el usuario deje de ser un juego y sea *realmente* significativa, es decir, que incorpore los últimos avances en inteligencia artificial?Empezar siquiera a imaginar las posibilidades de esta tecnología en los campos de la ciencia, la medicina, el arte, etc es suficiente para entusiasmarse pero, basándome en el uso que se les da a muchas tecnologías disponibles hoy mismo, primero viene el pinchazo de la preocupación. Vuelven a surgir las inquietudes de siempre cuando se considera la posibilidad de un segmento humano que prefiera habitar reinos virtuales y de otro segmento al que le interese venderlos. Es que en el más inmediato de los mundos -el del entretenimiento- la palabra "responsabilidad" es básicamente un tabú.

Era fácil reírse de la realidad virtual cuando lo mejor que teníamos era el Virtual Boy y los mundos digitales tenían que caber en unos cuantos megas. Pero estábamos pensando en términos de limitaciones tecnológicas. Es el mismo error de las disqueras, editoriales o estudios de cine cuando tal vez subestimaban el impacto de la piratería porque eran pocos los que tenían acceso a una computadora de gran capacidad, o porque bajarse una película llevaba mucho tiempo. Un panorama de hace muy, muy pocos años.

Cuando miramos al futuro, entonces, tenemos que anular los efectos limitantes del bandwidth. Las preguntas siempre llevan en definitiva a temas que no tienen que ver con capacidades o disponibilidad de recursos. Son preguntas más antiguas que las colinas, como decía Gandhi, porque nos dejan sin excusas: si tenemos la oportunidad de robar sin consecuencias, ¿lo hacemos? Si podemos imprimir un arma, ¿la imprimimos? Si podemos vivir por el resto de nuestros días en mundos inventados por otros, ¿aceptamos el precio probable de la disfuncionalidad en el mundo que llamamos "real"?

Muchas de estas cuestiones, si no todas, se pueden tratar de responder hoy. Honestamente, sin autoengaños, y sin esperar al Holodeck o a la conexión de 30 Megas. La búsqueda diaria de la respuesta a esas preguntas y las justificaciones pertinentes todavía son prerrogativas humanas que no dependen de la brusquedad de cualquier cambio externo.


martes, 10 de septiembre de 2013

Teseractia




He recibido un par de preguntas por el nombre del blog, así que me pareció pertinente aclararlas precisamente por esta vía.

El nombre Teseractia se me ocurrió cuando buscaba una palabra que evocara dos cosas básicas.

La primera era multiplicidad. Mi idea era darle al blog un cariz muy personal y también variado: mi cajón de cachivaches donde pudiera tirar o registrar todo aquello que me llamara la atención o que simplemente me motivara a escribir. Es decir que no apuntaba a ningún tema específico, sino que a todos a la vez. Para ello le pedí prestado a la biología el muy práctico sufijo "-ia", asegurándome entonces el contar con una población-genus de sujetos y objetos que serían definidos por la primera parte del nombre.

¿Cuál es entonces la característica de los miembros de este genus? El segundo aspecto buscado tenía que evocar maravilla, de esa variedad pura que sentimos rara vez, pero que tal vez nos marca para siempre. Para ello me pareció adecuado utilizar la idea de un teseracto, una intersección de trivialidades y experiencias que en conjunto pueden producir algo más formidable que la suma de las partes. Normalmente, mis intereses tienen una cualidad caleidoscópica que me llevan en un viaje multidisciplinario. Ningún factoide, por más pequeño que sea, es inocente a priori, y cualquiera puede disparar una búsqueda que con suma facilidad pase -y suele pasar- al terreno de lo metafísico. Tal vez esto más que cualquier otro factor delate la naturaleza real del combustible que yo defino vagamente como "interés".

Pero me parece bien insertar la digresión aquí. Un teseracto es una forma particular de un hipercubo, que a su vez es la figura geométrica n-dimensional equivalente y análoga al cuadrado o al cubo. El teseracto es un hipercubo de 4 dimensiones.

Ahora, no voy a presumir de imaginar cómo luce un hipercubo, mucho menos dibujarlo. Como mucho podría describir sus propiedades, las mismas que cumplen sus hermanos de menos dimensiones: simetría, ángulos rectos, etc. Así como el cuadrado (2D) está limitado por líneas/lados unidimensionales, y el cubo (3D) está limitado por caras bidimensionales, cada "cara" del teseracto (4D) es un hiperplano tridimensional, también llamado célula cúbica.

Al buscar una imagen que me ayude a representarme un cubo limitado por cubos, un cubo de cubos, recurro con desesperación al cubo de Rubik. Es todo inútil, por supuesto. El cubo de Rubik sigue siendo un objeto tridimensional y aprehensible por nuestra mente. No así el teseracto. Para desalentar más experimentos fútiles, basta con que tratemos de imaginar un vértice en el cual convergen cuatro líneas, todas perpendiculares entre sí. Sencillamente, nos falta una dimensión entera.

Lo mejor que tenemos a mano para ver qué pinta tiene un teseracto son las proyecciones a nuestra realidad manejable. Es lo que hacemos cuando queremos ver un cubo en nuestra pantalla 2D:

Esta proyección nos permite ver un cubo tridimensional girando

Para "ver" un teseracto, tenemos que proyectar en 2D una proyección en 3D de un objeto tetradimensional. Queda algo como esto:

Un teseracto rotando
Y aquí es donde entra en juego esa segunda razón para el título del blog. No podemos entender ni visualizar un teseracto a menos que lo "bajemos" a algo manejable, en este caso, nuestra realidad tridimensional. Pero eso no quiere decir que no exista en algún mundo que no podemos percibir, más allá de su existencia como cosa matemática.

En 1930, un maestro de escuela llamado Edwin Abbott Abbott escribió la novela Flatland. La historia describía un mundo de dos dimensiones donde vivían varias criaturas poligonales. Un día, a un Cuadrado se le aparece de pronto una Esfera, que viene de un mundo superior y tridimensional: Spaceland! Maravillado, el Cuadrado "contactado" intenta difundir la noticia entre su sociedad, con bastante mala suerte: no sólo Spaceland es absolutamente invisible para los ciudadanos de Flatland, sino que la misma Esfera sólo puede verse y percibirse como una proyección bidimensional en el mundo de los polígonos; es decir un círculo. La historia no termina bien para el Cuadrado, quien finalmente es apresado por la herejía de predicar la existencia de una realidad alternativa inverificable por los medios convencionales.

Me preocupo por que mi crítica al cientificismo sea moderada y lo menos acusadora posible, sobre todo cuando vengo de él. Cuando elijo nombrar a mi modesto blog personal (este modestísimo y tan poco actualizado blog personal) Teseractia hago alusión a mi realidad y a una comprensión definida en un momento de vida. Todo aquello que etiquetamos como concreto puede ser sólo una proyección de una realidad más acabada. Algunos, como el Cuadrado de Flatland, dicen que han llegado a percibir un Spaceland distinto. Me encapricha también soñar con que los fenómenos inexplicables de nuestro mundo, desde experiencias paranormales hasta el entanglement cuántico, son proyecciones imperfectas de fenómenos y entidades que guardan perfecta lógica en realidades multidimensionales.

No aspiro a explorar tanto. Por ahora, me conformo con coleccionar anécdotas, curiosidades y experiencias que tal vez algún día lleguen a conformar un todo más coherente. O tal vez simplemente entretengan, o difundan otras realidades también bien tridimensionales, y ya cumplieron su misión. La razón final y fundamental para la elección del título es que me gustaba como sonaba.

jueves, 3 de enero de 2013

Recuerdo de Ray Bradbury (1920-2012)


Ray Bradbury falleció a mediados del año pasado, a los 91 años de edad. El sitio OpenCulture lo recordó en un post afirmando que "Bradbury now joins Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Robert A. Heinlein, and Philip K. Dick in the pantheon of science fiction."

Aunque en ese panteón la compañía sea más que distinguida, pienso que el escritor se sentiría algo fuera de lugar y lo tomaría como un puesto sólo honorario. 

Bradbury fue un autor esencial en mi juventud temprana y hace mucho que no lo leo. Últimamente, sin embargo, lo tengo muy presente. Lo suelo usar como botón de muestra para ilustrar algo que en rigor no necesita mucha ilustración: la desintegración en general de la calidad educativa en las escuelas en favor de, a mi entender, la homogeneización, la condescendencia y -sobre todo- la subestimación del niño. La anécdota puntual es que puedo comparar los libros que Santi recibió en 5to grado con los que yo mismo tuve 30 años atrás, en el mismo establecimiento, y evaluar el progreso (o no) específicamente en el campo del estímulo de las habilidades esenciales de la lectura y la producción escrita entre los niños.

El contraste viene así: hoy Santi y sus compañeros tienen como única asignatura en estas áreas el leer un librito titulado "Manuel Belgrano hace bandera y le sale de primera", de Adela Basch, autora al parecer difundida entre los colegios primarios y responsable de otros títulos como "Contemos uno, dos y tres y vayamos a 1810!" y "Las empanadas criollas son una joya". El libro está escrito en forma de obra de teatro en versos rimados, con font de 50pt. y por la longitud parece más un suplemento de alguna revista (todo esto no busca ser, desde luego, una crítica a la autora, ya que todo libro tiene su lugar). En este quinto grado de mentes suficientemente activas y diestras en el manejo de smartphones, perfiles de Facebook y videos en Youtube, la lectura del librito en cuestión es supuestamente obligatoria, pero durante las vacaciones de invierno, y el cumplimiento no será monitoreado ni se harán muchas actividades en clase sobre el tema. 

Hace casi exactamente 30 años (esa época de los dibujitos a la hora de la leche, cuando Mafalda jugaba a los vaqueros con Felipe en el parque y las tardes eran todas hojas en blanco para llenar de historias), me hallaba yo sentado en un banco del mismo colegio, tal vez en el mismo lugar de Santi, y fui testigo de un pequeño milagro. Aunque ya por disposición académica teníamos establecido un mini "círculo de lectores" en el aula donde circulaban Verne, Salgari, Melville, etc - con éxito dispar entre los alumnos, es menester decirlo, pero al menos todos tenían la oportunidad de asomarse al mundo de la literatura juvenil -, uno de nuestros maestros, tal vez más inteligente, perspicaz, o simplemente más valiente, decidió ir un paso más allá y comenzar a usar una de las horas de clase para leernos un libro. Este libro era Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury, y el primer relato era "El verano del cohete". Recuerdo perfectamente el día, el sol entrando por la ventana, su figura en el escritorio. Los alumnos teníamos libertad para dibujar, mirar por la ventana o simplemente no hacer nada mientras escuchábamos la cadencia de la voz del profesor que desgranaba una trama simple, pero en lenguaje adulto; con expresiones enredadas, repeticiones (luego las llamaríamos aliteraciones) y algunas palabras muy curiosas. Todos habíamos comprado el libro en distintas ediciones y podíamos seguir la narración en nuestras propias copias (la tapa de la mía, de la editorial Minotauro, me resultaba algo perturbadora). 


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Mi edición de la vieja editorial Minotauro,
ilustrada -si no me equivoco- por el famoso Carlos Nine.

Desde ya que el libro no fue un éxito con todos los alumnos, pero las obras e ideas importantes rara vez tienen la intención de apelar a las masas: basta que llamen a los suyos casi en silencio, en el momento indicado, y operen la transformación. Así fue que plantada la semilla los más audaces nos aventuramos más allá del cuento requerido, aprovechando esas tardes fértiles para la exploración. "Leíste este?" "Ese también está bueno" "No entendí nada de este otro" El resto del libro era, sí, muy extraño; pero esos pocos audaces privilegiados ya habíamos pasado un umbral. Tal vez haya aquí un factor que explique más que una mera coincidencia. Leí por ahí que Bradbury señalaba a su infancia entre los 10 y los 12 años en Illinois como el periodo donde el mundo había cobrado una cualidad mágica y donde él comenzó a labrar sueños. Esto lo entiendo perfectamente, y creo que a través de sus relatos establecimos una conexión en la misma frecuencia.

Bradbury desconfiaba del rótulo de ciencia ficción, y en verdad sigue siendo inapropiado. Sus historias podían ambientarse en el entorno más trivial, pero casi siempre tenían una vuelta de tuerca fantástica. Cuando realmente escribía ciencia ficción, lo hacía de un modo totalmente distinto al de los pesos pesados de los años dorados del género con los que se lo asocia comúnmente. Era, como han dicho varios, el escritor de ciencia ficción para quienes no les gusta la ciencia ficción. No se molestaba con los detalles duros y creo que buena parte de su accesibilidad se basaba en que constantemente abstraía toda complejidad que pudiera distraer del primer plano en el que situaba a sus personajes y su historia; a diferencia por ejemplo de Clarke, quien dejaba que la maravilla se expresase en los intersticios de los átomos, en las distancias galácticas inconmensurables, o en la pasmosa grandiosidad de sistemas y situaciones frente a las cuales sus personajes sólo podían mantener una ilusión de control. Clarke desnudaba nuestra insignificancia frente al universo; Bradbury se zambullía en el espacio interpersonal. La ciencia, la tecnología, los mundos lejanos, las leyes físicas, no eran más que la utilería y los lienzos donde Bradbury pintaba aquello que quería señalar sobre la condición humana. 


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Una idea de cómo me sentía al leer la ciencia ficción de Ray.

Pero tal vez la característica y distinción más marcada es que cuando uno leía sus cuentos, el efecto perduraba. La sensación era de haber leído un tipo de poesía, alentadora, siniestra, tal vez cómica. Los efectos emocionales eran también similares. Su estilo era simple, más incluso que el de Asimov, y con tendencias líricas mucho más marcadas. Ese manejo estilístico le permitía salvar con elegancia las brechas de verosimilitud que requiere toda historia de ciencia ficción o fantasía, y así triunfaba allí a veces sobre Asimov, quien confiaba más en construir plausibilidad mediante la exposición minuciosa. Los cuentos de Bradbury siempre parecían apuntar a algo más, a una realidad de naturaleza onírica subyacente a la convencional que experimentamos a diario. Es posible que este sea el efecto más perdurable que me produjeron sus lecturas.

Varios amigos nos convertimos en fans, y con el tiempo leímos distintos libros. Aparte del célebre Fahrenheit 451 (1953) puedo recomendar dos de sus recopilaciones de cuentos: El País de Octubre (The October Country, 1955), lleno de relatos sombríos (recuerdo que me daba bastante miedo) y mi favorito al día de hoy: El Hombre Ilustrado (The Illustrated Man, 1951). 

De este último extraigo el que siempre fue MI cuento preferido (por algún motivo que no he podido discernir): Calidoscopio. Es un cuento corto, pero tiene muchas de las marcas del escritor. El final me parece muy apropiado para cerrar este recuerdo personal, y es a la vez una bella metáfora del paso de Ray por mi mundo hace unos cuantos años. Un paso corto, pero significativo, y en el momento preciso.

(Encontré el cuento en algún lugar de la web. Créditos al traductor español, de quien no tengo datos.)



miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Sr. Scott estaría interesado


Buen motivo para brindar

En 1994, el físico mexicano Miguel Alcubierre propuso un marco teórico para lo que hasta entonces había sido materia exclusiva de los programas de ciencia ficción, en especial Star Trek/Viaje a las Estrellas: la propulsión warp.

La capacidad warp de la Enterprise era un aspecto fundamental de la serie. Gracias a ella la nave podía viajar a velocidades superiores a la velocidad de la luz, y así visitar los innumerables planetas y sistemas estelares donde Kirk, Spock y Bones vivían sus aventuras. A medida que el programa ganaba popularidad y se reproducía en otros medios, como historietas, libros y merchandising, la sed creciente de los fans por absorber hasta el menor detalle de la vida de sus personajes favoritos y las tecnologías que moldeaban su mundo hizo que muchos de los guionistas de Star Trek se explayaran en mayor o menor medida sobre las características de este viaje FTL (Faster Than Light) ficticio, hasta el punto de describir las igualmente ficticias ecuaciones matemáticas que lo hacían posible.


Miguel Alcubierre
Alcubierre tenía de hecho en mente a la creación de Gene Rodenberry cuando propuso el sistema que lleva su nombre. Según esta teoría, el viaje FTL sería posible mediante la contracción y expansión del espacio-tiempo, efectos que ocurrirían delante y detrás respectivamente de una nave que viajaría dentro de una "burbuja" espaciotemporal. Esto le permitiría evitar los efectos relativistas usuales, como los que tienen que ver con la dilatación del tiempo. De hecho, dentro de la burbuja las cosas serían totalmente normales y sin acción de fuerzas g, ya que la nave no se estaría desplazando con respecto a su entorno sino que avanzaría en perpetua caída libre gracias a la distorsión (warp) del espaciotiempo circundante.

(Nótese que el efecto warp no debe ser confundido con el concepto de "híperespacio" empleado por Star Wars y otras, de bases  completamente distintas).


No debe sorprender si todo lo anterior suena demasiado a ciencia ficción, pero veamos qué dijo el viernes pasado (14 de septiembre) Harold White, un científico del Johnson Space Center de la NASA, durante un simposio sobre viaje interestelar:

"Hay esperanza".

Lo cierto es que los científicos parecen mirar con simpatía la teoría de Alcubierre, salvo que las condiciones prácticas para garantizar viabilidad son inimaginables: la mínima inversión energética que se requeriría para un viaje de estas características equivale a la energía-masa del planeta Júpiter.

Un montón, y eso sin contar otros factores como la radiación de Hawking o el requerimiento de materia exótica. Pero hay buenas noticias.

Recientemente, White calculó qué sucedería si la forma del anillo plano que rodea la astronave se ajustara más a la de una dona redondeada. En ese caso, descubrió, el motor warp podría ser impulsado por una masa del tamaño de la sonda Voyager 1, lanzada por la NASA en 1977.
Y si la intensidad de los warps espaciales pudiera oscilar a lo largo del tiempo, la energía requerida se reduciría aún más.
"Los descubrimientos que presento hoy cambian la situación de impráctica a plausible y digna de merecer más investigación", dijo White a SPACE.com.

Modelo que ilustra la teoría de Alcubierre.
La nave, con forma de pelota de rugby, va en el centro.

Es muy probable que no lo veamos nosotros, pero tal vez algún bisnieto pueda tomarse un taxi algún día y decir, como Kirk, "lléveme a la segunda estrella a la derecha"


Via:  Space.com